Presentación
Ernesto Villanueva
Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ)
La universidad tiene una fama contradictoria. Y ello desde su mismo origen. Por un lado, se le achaca ser un órgano muy conservador. Recordemos la política de la revolución francesa al respecto. Y a su sucesor, Napoleón, escépticos respecto a la posibilidad de transformarla e inclinándose por la creación de nuevas instituciones. Tengamos presente tantos filósofos, creadores, investigadores, que debieron llevar adelante sus reflexiones fuera del ámbito académico. La idea de claustro, entidad cerrada sobre sí misma, también aporta a esta visión. Las corporaciones medievales en las que se inspira la organización interna de tantas instituciones de educación superior, acercan su granito de arena. El chiste que compara la modificación de un plan de estudios con el traslado de un cementerio (en ambos casos los de adentro no ayudan), configura una hermosa síntesis de esta perspectiva.
Por el otro, existen no sólo infinidad de ejemplos que muestran la capacidad de adaptación de este cosmos. Quizá, el más impactante de todos es que las universidades siguen desarrollándose después de mil años. Feudalismo, capitalismo comercial, mundo colonial, capitalismo industrial, socialismo, experiencias comunistas, capitalismo financiero, y otras modalidades de organización socio económica política que se nos ocurra, y ahí siguen estas instituciones. Pero no sólo eso, en muchos casos han sido elementos vanguardistas de sociedades anquilosadas, han sido reducto de ideas muy transformadoras, como la Universidad de Chuquisaca, a fines del siglo XVIII, y de cuyos claustros egresaron varios que hoy son padres de nuestras patrias de América del Sud.
En fin, podríamos seguir poniendo más elementos en uno y otro lado de la balanza. En síntesis, y esta no es una conclusión ecléctica, lo cierto es que cada universidad presenta ambas facetas, algunas a lo largo de su historia, otras, y esto es lo más común, simultáneamente. Transformación y conservadurismo. Innovación y reacción. ¿De qué depende el predominio de uno u otro de los polos? ¿De la propia dinámica de la institución?, ¿del contexto histórico político?
En general, podemos afirmar que de ambos factores, los internos a la universidad y los que surgen de la sociedad en que está inmersa. Cuando observamos las orientaciones de las carreras predominantes, la intervención de la comunidad universitaria adentro y afuera, cuando conocemos de qué manera incide en los fenómenos políticos de territorios pequeños, medianos o grandes, estamos hablando en todos los casos de la interacción entre una institución estatal o no y los cambios acaecidos extramuros. Yrigoyenismo y reforma universitaria. Peronismo y gratuidad de la educación superior.
Pero aquí viene la aparición de dos factores disruptivos: el primero -que ya había tenido una experiencia fortísima con la imprenta- el desarrollo tecnológico desmesurado que ofrece el mundo de la virtualidad y, el segundo, que casi no tiene antecedentes en la historia universitaria, la pandemia. El primero, el cambio tecnológico como elemento transformador de la sociedad es muy conocido y estudiado en relación a la primera revolución industrial, y las discusiones que desató, esto es, si estos cambios son exógenos a la dinámica social o no, etc., etc. Si traducimos esta polémica en relación a las universidades, la pregunta pertinente es si la oleada tecnológica se impondrá independientemente de las características actuales de las universidades, de su perfil más profesionalista o más investigativo.
El segundo es el tsunami del coronavirus. Surge como elemento externo a la dinámica de nuestras sociedades, al menos a la mayoría de ellas, en la medida que somos víctimas de un mal para el que no estábamos preparados que paraliza a la mayoría de la población, que enajena la comodidad en la que estaba inmerso este siglo y las propias universidades que deben suspender sus actividades de manera abrupta.
Con esto, quiero afirmar que estamos ante una coyuntura excepcional. Para conservar las instituciones universitarias, debemos innovar. Hoy conservadores e innovadores estamos en el mismo barco. El tsunami ha sido tan poderoso que todos nos zambullimos en cambios de la enseñanza que hace cuatro años no hubiéramos soñado. Se nos abre un mundo inexplorado, peligroso, que, incluso, puede llevarse puestas a nuestras propias universidades. Ya nada será lo mismo puesto que esta pandemia ha desatado una potencialidad, la de la enseñanza y la investigación sin cercanía física, con unos alcances cuyas fronteras todavía no avizoramos. Durante el siglo XVIII, dos señores, cierto que con la ayuda de varias decenas más, resumieron todo el conocimiento humano en La Enciclopedia. Hoy, en las redes encontramos esa enciclopedia misma, ya no a cargo de unas pocas personas, sino de millones y millones.
¿Cómo se está volcando esta oleada de saberes en nuestras instituciones? La peculiar interacción social, cara a cara, que es el proceso de enseñanza aprendizaje, está ya siendo transformado cada día. Se habla de aulas híbridas, de virtualidad, se discuten bondades y limitaciones. Esto es, nuestras universidades hoy se ven obligadas a cambiar para subsistir. Y aquí es donde interviene Pensamiento Universitario, un modo de reflexionar y de socializar experiencias disímiles y hasta contradictorias. Un momento para detenerse ante esta vorágine que hoy nos lleva y tratar de canalizar de la mejor manera posible estos cambios que vienen sí o sí, que deben ser potenciados en algunos aspectos o corregidos en otros. El trabajo docente, las universidades latinoamericanas y el colonialismo, el futuro de la educación superior, las experiencias estudiantiles, son algunos de los temas presentes en este número que, sin duda, contribuye no sólo al debate sino a la misma práctica en la que hoy estamos inmersos.