“Se necesita un nuevo liderazgo intelectual y moral en las universidades”

Entrevista a Pedro Krotsch por Daniel Suar1

En un momento muy particular de la vida universitaria en Córdoba y en el país, Pedro Krotsch remarca, entre otros aspectos clave, la necesidad de que la comunidad de las universidades reflexione sobre sí misma sin coerciones institucionales y sin dobles discursos. 

– Se dice todo el tiempo que la universidad está en crisis, lo que se estableció como un rasgo permanente ¿En qué consiste esa crisis? 

Pensando en las universidades grandes y tradicionales, diría que hay una crisis de centralidad y hegemonía en el campo de la enseñanza y la investigación, no solo en Argentina sino en el mundo. Se debilitaron sus lazos con la elite y con el Estado, perdiendo centralidad política, en parte porque el sistema se masificó, se amplió, se complejizó. Por otro lado, la universidad amplió el ingreso, hoy campa a sectores medios y medios bajos mucho más que hace 30 años. Hoy no contribuye tanto a reproducir a la alta cultura, está más ligada a lo popular. Aunque es ambiguo, también perdió gran parte de su dispositivo socializador, como lo conocimos en los 50. Hoy la cultura juvenil penetra en las instituciones, donde el jóven impacta y repercute en la universidad más que al revés. Desde afuera, hay crisis hegemónica, en el sentido que aparecen nuevos lugares de formación y de investigación, con la multiplicación de instituciones. Hay alternativas que hace unas décadas no existían, para educarse en mundos disciplinarios y culturales diferentes, como la opción privada. La necesidad de las empresas de producir conocimiento le quitaron el monopolio a la universidad. Al mismo tiempo, hay una crisis de legitimidad y de confianza de la población. 

– ¿Qué responsabilidad cabe a la misma institución y cómo se va acomodando frente a estos cambios? 

Toda esta modificación de su papel social aparece expresada en tensiones internas, que llevan a plantearse: ¿dónde colocar la investigación?¿en el grado, en el posgrado, en los institutos?¿qué hacer en los ciclos generales y de especialización?¿Cómo democratizar el ingreso?. Hay una serie de dilemas que se internalizan y hacen que la universidad no tenga, hoy, tan clara su organización académica. Esto se expresa en la dificultad de la gestión, que es más de los conflictos que proactiva y propositiva. Pero lo más importante es que la universidad tiene que resolver ante todo su misión, tiene que decidir el perfil que la justifica y habilita a hablar desde lo público. Hay una crisis de misión, porque no logra diferenciarse del resto de los sectores, como el privado, el terciario no universitario, etcétera. Hay que resolver una tensión fundamental. Por un lado, la reconstrucción de su legitimidad por el papel que debe asumir como productora de conocimiento. Si hay autonomía, es porque es un derecho inherente a la producción de saber. Como decían Julio V. González y los socialistas, la universidad profesionalista es un problema del Estado, no de los universitarios. Por otro lado, el énfasis en la producción de saber debe estar en relación con la responsabilidad social, todo lo que tiene que ver con la transmisión de conocimiento a la mediana y pequeña industria; a las organizaciones civiles. Es en esta tensión donde debe resolver su misión. 

– En el debate y la formación de consensos necesarios para definir esa misión, puede que la universidad se tope con algunos “reyes desnudos”, que no se anima a señalar. ¿Hay temas vedados que deberían discutirse y no se discuten? 

Cuando hablamos en la universidad estamos todos sometidos a la hegemonía de un discurso defensivo, corporativo, incapaz, que no tiene propuesta de cambio radical. Pero la pregunta es, cómo cambiar consensos que están anclados no solo en el pasado, sino en una actitud defensiva, inmovilista, que funciona sobre la base de la estigmatización, con incapacidad para construir lógicas comunicacionales. Comprobé en el conflicto de la Universidad de Buenos Aires la inexistencia de una controversia argumentativa; lo que se hace es apelar a la controversia por la vía de los hechos, con la negación del otro. Aplicamos una lógica similar a la de los desaparecidos, donde el otro no existe. Además, la universidad no ha generado su necesaria autoreflexibilidad, esto es clarísimo. Se reproduce sobre su puro presente, sin generar mecanismos para su autocomprensión. Creo que no nos animamos a tocar algunas cuestiones. Por ejemplo, me ha sido difícil durante mucho tiempo decir que la universidad está partidizada y ocupada en gran medida por los partidos. En la UBA es muy clara la superposición del campo académico y el político partidario. La universidad es un animal político, que justifica su politicidad desde el saber, pero no es un animal partidario. En tanto se partidiza se privatiza y clienteliza, y de esto no se puede hablar. 

– ¿Cómo afecta la falta de debate y la ausencia de estos temas en la redefinición de la misión? 

Esto es muy interesante, porque por ejemplo en la UBA, hay coerciones político-institucionales producidas por la misma universidad, que tiene que ver con “de esto no se habla”, so pena de ser castigado por la opinión pública universitaria. Esto tiene que ver con los “reyes desnudos”. A veces uno cree que la universidad es siempre el ámbito de la libertad para expresar las ideas y no siempre es así. Hay temas difíciles de tocar, como la privatización del espacio público, que se da de distintas formas, desde el mercado, pero también desde la práctica partidaria; ambas son formas de colonización del espacio universitario y que lo privatizan, al violar las reglas de juego de lo meritocrático-académico, que son el valor central de la universidad. 

¿Cuáles son los valores de base sobre los cuales debería establecerse la discusión universitaria para redefinir la misión? 

Un principio universitario es que todo es discutible, pero creo en una universidad pública que no debe poner limitación al ingreso, aunque su simple democratización no significa equidad en el rendimiento y permanencia en el sistema. El carácter crítico utópico es también fundamental. El rol crítico, vinculado a la autonomía, ha sido siempre central. Hay una frase de Paul Ricoeur muy linda que dice: “La universidad fue creada en un momento de la humanidad para pensar acerca de sí misma y su propio destino”. La universidad como autoconciencia crítica de la humanidad, es un espacio como lugar de la pluralidad, de la verdad social; y también acerca de sí misma, cosa que no hacemos. Pierre Bourdieu defendía mucho este papel. Decía: “Defendamos a la universidad como corporación de lo universal, frente a lo universal de las corporaciones”. En ese sentido, sacralizó mucho a la universidad como el lugar desde donde se pueden enfrentar los riesgos que amenazan a la humanidad, desde lo ambiental, pasando por las guerras, hasta el loco de Bush. 

– ¿En qué contexto político estamos para redefinir la misión, reorientar la institución y salir de la crisis? 

Un momento fecundo de la universidad pública se dio entre 1955 y 1966, donde hubo diálogo con el Estado, donde los gobiernos democráticos tuvieron propensión positiva y la universidad entró en un período de recuperación y modernización muy vehemente. Hubo

una correlación de fuerzas en la misma dirección. Hoy, creo que estamos en un momento muy interesante por las buenas relaciones que existen entre el Estado y la Universidad. Es un momento para un gran pacto en torno a una universidad pensada hacia el futuro. Posiblemente estemos en una situación parecida a la de 1955-1966. Depende mucho de nosotros, de la voluntad, de la imaginación y el liderazgo de los universitarios, de los que lideran el Estado y de los organismos representativos, para construir y pegar un salto. Con algunos señalamientos que se pueden hacer al Gobierno respecto a lo institucional, es indudable que en lo educativo y científico estamos en un momento interesante. No solo por lo que sucede en la economía, que obliga a las universidades a grandes retos tecnológicos, sino también por la propensión del Estado, que se expresa en gestos positivos, no solo presupuestarios, sino de interés estratégico. 

– Del lado universitario, ¿cómo se está interpretando este momento del vínculo con el Estado? ¿Existe la permeabilidad necesaria? Existe un problema de representación. Son difíciles de construir los puentes, no por falta de condiciones estructurales, sino por falta de liderazgos claros en las universidades, lo que no tiene que ver sólo con las personas y su formación, sino con las coerciones institucionales de las que hablamos en un principio; de las cosas que se puede y de las que no se puede hablar. Hay cuestiones que están detrás de una reforma que un rector no puede plantear, lo que genera habitualmente dobles discursos, donde predomina el recato o la buena conducta, en términos del público universitario. Hay consensos que, para ser modificados, requieren de una nueva hegemonía, moral e intelectual. Se necesita un nuevo liderazgo intelectual y moral capaz de conjugar la tradición de la reforma con signos que anuncien un futuro distinto para la universidad. Lo estructural es favorable pero faltan los actores emergentes. Yo me pregunto, ¿cuáles son hoy esos actores capaces de liderar un proceso de transformación modernizadora?

NOTA

1 Entrevista realizada por Daniel Saur para el periódico La Voz del Interior el 11 de agosto de 2006.