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Profesores, científicos e intelectuales. La Universidad de Buenos Aires de 1955 a su bicentenario, de Martín Unzué. Instituto de Investigaciones Gino Germani y CLACSO, Buenos Aires, 2020. 188 págs.
Sergio Friedemann
Politólogo y Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor de las carreras de Sociología y Ciencia Política (UBA). Investigador de CONICET en la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE).
La Universidad de Buenos Aires (UBA) está por cumplir 200 años, pero hasta el momento no contábamos con un relato histórico que lograra sintetizar, aunque más no sea a vuelo de pájaro, la densidad y complejidad que tensionaron a la institución desde mediados del siglo XX hasta la actualidad. El libro de Martín Unzué titulado Profesores, científicos e intelectuales. La Universidad de Buenos Aires de 1955 a su bicentenario, editado en conjunto por CLACSO y el Instituto de Investigaciones Gino Germani, comienza justo allí donde se detuvo la tentativa existente para el período anterior. Nos referimos a la Historia de la Universidad de Buenos Aires de Tulio Halperín Donghi publicada por EUDEBA en 1962.
Los trabajos de Halperín Donghi y de Unzué, a pesar de sus diferencias de perspectiva, tienen en común el reconocerse como productos intelectuales que se insertan ellos mismos en las disputas que corroen inevitablemente a la institución a la que pertenecen y transforman. Sin embargo, si el primero contribuyó a la cristalización de ciertos mitos fundantes de un modelo de universidad que hoy seguimos llamando “reformista”, el aporte de Unzué contribuye a problematizar y sugerir relecturas sobre esos y otros sedimentos míticos de la propia historia institucional de la UBA.
El libro tiene 20 capítulos cortos que recorren 65 años. No pretende ser una historia totalizante, sino un modo de acercamiento a ese recorrido más centrado en actores y disputas que en abarcar desde una mirada institucional todas las unidades académicas de esta “macrouniversidad”.
Un eje central que sobrevuela el libro es el de los conflictos por el poder en la institución porteña. Pero lejos de mostrar esas controversias como puramente endógenas, tiene el mérito de visibilizar en forma constante la movilidad y el traslado de sus disputas entre la política nacional y la universitaria, de forma bidireccional. En todo caso, lo que el autor destaca es que son los propios actores los que aprovechan de manera contingente la inserción en ámbitos nacionales y universitarios, acumulando poder para su propio entramado de relaciones.
Otro eje, vinculado con el anterior, es el de las posibilidades e imposibilidades de la UBA para transformarse a sí misma a lo largo del tiempo. Una vez más, esos condicionamientos no se comprenden por fuera de los grandes clivajes que atraviesan a la sociedad argentina y sus instituciones, pero tampoco de los condicionamientos transnacionales que, al calor de una creciente internacionalización de la actividad académica, ejercen presión sobre el rumbo de nuestras universidades.
Unzué distingue dos grandes períodos. El primero, que abarca los años 1955-1983, está marcado por la inestabilidad política del país. Propuestas profundamente transformadoras se dirimen en la escena política universitaria, en muchos casos con extrema violencia, y ninguna de esas transformaciones logra institucionalizarse más que parcialmente. El segundo período es el de la estabilización democrática argentina, desde 1984 hasta la fecha. La violencia en sus formas extremas ya no protagoniza las disputas por el poder, pero la estabilidad redunda en cierto “inmovilismo” institucional. Ese “espíritu transformador” que despertaba pasiones durante las décadas previas, parece agotarse hacia finales de los ochenta. La universidad camina, concluye Unzué, pero sin saber bien a dónde.
Esta situación no puede ser adjudicada a una sola causa o siquiera a un entramado específico de actores. Sin embargo, las políticas universitarias del alfonsinismo y su particularidad en el caso de la UBA, parecen constituirse en un parteaguas, a modo de “pecado original” de la era democrática. Ese pecado consistió en cierto renunciamiento a postular una transformación universitaria como política pública, como lo habían hecho en el pasado unos y otros. La hipótesis de Unzué es que el gobierno radical confió en las fuerzas internas de la universidad para llevar adelante sus transformaciones, una vez restablecida la autonomía universitaria. Del pasado reciente nada parecía posible de ser rescatado. Con la impronta de la teoría de los dos demonios que implicaba cerrar la grieta de los setenta, el gobierno de Alfonsín resolvió retrotraer la situación normativa a su status previo al golpe del ´66. De ese modo, hacía borrón y cuenta nueva respecto de la legislación que el propio radicalismo había contribuido a formar en 1974.
Unzué nos recuerda que el ciclo abierto en 1955, que inauguró la llamada “universidad de oro”, lo hizo con purgas políticas y excluyendo a los peronistas de la posibilidad de participar de los concursos docentes. La dictadura que Halperín Donghi denominó “revolución triunfante” legisló por decreto en materia universitaria, y en base a esos decretos-leyes fue redactado, durante el frondicismo, el estatuto de la UBA que hoy conserva su vigencia. La Ley de Educación Superior aprobada en 1995 también obligaba a modificar los estatutos, pero la UBA apeló a la llamada autonomía universitaria y le hizo juicio al Estado Nacional, logrando desoír algunos artículos de la normativa y conservando el estatuto aprobado en 1958 y modificado en 1960.
Recién a comienzos del siglo XXI se volvió a discutir la posibilidad de reformarlo. Se conformaron comisiones, se realizaron debates en la Asamblea Universitaria, máximo órgano de cogobierno, e incluso lograron ser votadas modificaciones menores. Quedaron pendientes discusiones importantes como la del propio gobierno universitario. Pero incluso las reformas aprobadas en 2008 no pudieron reflejarse en papel. En buena medida, como detalladamente explica Unzué, por una suerte de “limbo jurídico” en que se encuentra la institución. En efecto, si hay un punto fuerte en la indagación de Unzué respecto a las imposibilidades contemporáneas de la UBA por transformarse, es la complejidad que encierra el intento por reformar su estatuto en la coyuntura abierta por la crisis de 2001, cuando la consigna política más escuchada fue “que se vayan todos”. Fue entonces que terminó el largo ciclo del rector Oscar Shuberoff. El dato numérico que comparte Unzué es sorprendente: entre 1966 y 1986 la UBA tuvo 23 rectores, entre 1986 y 2002, uno solo.
Otra virtud del libro consiste en cuestionar la idea de que las intervenciones universitarias alternadas entre golpes de estado y recuperaciones democráticas o semidemocráticas constituyeron rupturas totales para la Universidad de Buenos Aires. O que resultaron en intervenciones puramente exógenas. Por el contrario, resulta esclarecedora la observación que el autor hace de determinados grupos y actores que desde adentro de la UBA sostuvieron un rumbo en consonancia con los cambios de gobierno. Veamos un ejemplo: la “noche de los bastones largos” no afectó a todas las facultades por igual, incluso algunos “cuadros académicos” de la Facultad de Derecho, promovieron la intervención y pasaron a formar parte del gobierno de facto del General Onganía.
Otro ejemplo es, una vez más, el del retorno democrático de 1983. Múltiples voces se habían pronunciado contra una serie de concursos abiertos por el gobierno militar, denunciando que se intentaba regularizar una planta de profesores afín al rector y a la dictadura. Ante la apertura electoral, tanto radicales como peronistas plantearon que de llegar al gobierno no se iban a avalar esos concursos considerados ilegítimos. Pero, finalmente, la mayoría de la planta docente concursada bajo esas condiciones se regulariza con el retorno a la democracia.
No es la intención resumir aquí más de seis décadas de historia de la Universidad de Buenos Aires, que ya el autor se encarga de sintetizar a través del seguimiento de un conjunto de actores, proyectos y disputas político-académicas. Reformistas y sus tensiones internas, rebeldes y cientificistas; humanistas y católicos, algunos que se peronizan; radicalización política y desarrollo de la izquierda peronista; derechas que se transforman, tradicionalistas y neoliberales. Aunque las últimas décadas muestren una política universitaria ideológicamente “edulcorada”, Unzué señala las continuidades y transformaciones ideológicas de aquellos sectores que no resignan cuotas importantes de poder institucional más allá de las coyunturas siempre cambiantes.
Es que detrás de las disputas por el poder en la Universidad de Buenos Aires hay modelos académicos en pugna, que Unzué sintetiza en cuatro preguntas clave: quiénes son los que enseñan en la universidad, a quiénes se dirige esa enseñanza, cuál es su contenido y también para qué se enseña. No obstante, ello no implica apresurarse a inferir, como es frecuente, que las respuestas a esas preguntas a lo largo de todo el período se condigan linealmente con determinadas corrientes internas. Ciclos de reformas y contrarreformas, nuevos planes de estudio, creación de carreras e inauguración de facultades son, entre otros, los elementos que van marcando el paso de una institución que, a su manera, no puede más que ser hija de su tiempo.
Para cerrar, nos animamos a afirmar que este libro inaugura una serie de repasos históricos sobre la Universidad de Buenos Aires que veremos publicados en 2021 con motivo del bicentenario. En un contexto de producción académica en el que abundan los estudios de caso en escalas espacio-temporales más pequeñas, un abordaje de más larga duración como el que aquí reseñamos se vuelve un material de consulta invalorable y un nuevo punto de partida para futuras investigaciones. Además de sugerir preguntas novedosas y mostrar posibles indagaciones aún pendientes, tiene el mérito de mostrar que ciertas transformaciones y sus efectos institucionales son de mayor alcance a lo que habitualmente se supone.