Los equívocos y las narrativas de calidad de los rankings universitarios internacionales. Entrevista a Roberto Follari

Daniela Perrotta

Universidad de Buenos Aires (UBA),  Universidad Nacional de las Artes (UNA)

Roberto, el 27 de septiembre del 2022 publicaste la nota en Página 12 sobre “los rankings universitarios y sus problemas”1. Justo se había publicado el realizado por Quacquarelli Symonds2, que dejaba a la Universidad de Buenos Aires (UBA) en el puesto número nueve, y la pregunta que te haría, para empezar a discutir, es: ¿por qué los rankings sobre universidades suelen entenderse como inequívocos? ¿Dónde está esa concepción o cómo se generó esta idea de que el ranking es esta foto que muestra de manera inequívoca qué es y qué no es una universidad? ¿Qué podrías decirnos al respecto?

¿Cuál es la mitología del número? Creo que Bachelard dijo mucho hace ya casi un siglo sobre eso: cómo la cuantificación produce una impresión de objetividad, una impresión de precisión, cuando, en realidad, un número vale tanto como el criterio que lo ordena. 

Por ejemplo, como le he dicho a mis estudiantes, yo podría medir cuántas veces alguien parpadeó en una clase o cuántas veces hubo parpadeos de mis alumnos en una clase. Si yo tuviera el video, podría verlo. 

Lo primero sería ver que no se sabe bien qué es parpadear. Si es con un solo ojo es parpadeo, si es hasta tres cuartos es parpadeo… O sea, ya de entrada se advierte que no hay un número inequívoco sobre parpadeos. Pero supongamos que yo establezco bien el criterio y luego tengo una buena forma de acceso a los datos y puedo tipificar exactamente cuántos parpadearon o no durante media hora de clase; después de conseguir el numero viene la pregunta: ¿y eso para qué sirve? Respuesta: para nada. Excepto que sea una investigación oftalmológica, digamos, desde el punto de vista, por lo menos, de las teorías del aprendizaje, del valor de la enseñanza, etcétera, no sirve para nada.

Es decir, uno puede dar números muy exactos de cosas absolutamente irrelevantes y puede, incluso, tener criterios torpes para establecer la medida también. Las dos cosas, que son distintas entre sí, pueden estar ambas juntas. Es decir, ni viene a cuento medir y ni que los criterios de la medición tengan algún grado de racionalidad. Con lo cual, el número nos hace creer que, efectivamente, estamos ante algo valioso.

Este fetiche del número es muy común. Otro ejemplo, bastante común: yo tengo acá cerca un negocio, un almacén, y todos sus precios no son absolutos. Por ejemplo, algo se indica como 40 pesos con 99, para no decir 41; y todos son así, no hay uno que no sea con 99. Bueno, a nadie le devuelven un centavo, y eso es ridículo absolutamente; sin embargo, uno, cuando ve el número, fetichiza el número grandote y no advierte lo del 99, con lo cual, incluso el número mismo se vuelve equívoco.

Con lo cual, quiero decir, es a partir de eso que está la idea de que los rankings son valiosos, de que dan un ordenamiento preciso; tienen números —en este sentido, ordinales, pero también que podrían ser números cuantitativos— presentados como puntaje que impresionan, que muestran que ha habido una sumatoria o combinación de variables, etcétera, pero no dicen nada del valor de esas variables, de los conceptos bajo los cuales fueron elegidas y todo lo demás que debiera tenerse en cuenta.

Exacto. Ahí, entonces, también lo que tenemos es una cuestión que pareciera ser neutral u objetiva de entender que la calidad está dada por la posición que una universidad, en este caso, ocupa en un ranking. Pero quizás nosotros, que venimos de una tradición universitaria bastante… ¿cómo diríamos? Movilizante o movilizadora, y donde hemos definido, quizás, que nuestra cultura académica tiene que ver con discutir derechos, con procesos de politización; con muchos procesos de movilización y contestación política por una forma de entender nuestra universidad, también podemos discutir desde otro lugar esa calidad y polemizar. ¿Cuál pensás que es la narrativa en torno a la calidad que generan los rankings y cómo lo podemos discutir desde universidades como las nuestras? Y cuando digo “como las nuestras” evitemos por un momento definir qué son nuestras universidades.

Bueno, la narrativa impuesta, evidentemente, tiene que ver con formas de la bibliometría y de la eficacia medida en términos tecnocráticos, lo cual no siempre significa que no sea, en algunos aspectos, efectivamente, una eficacia atendible. Pero lo cierto es que la narrativa que se impone es la de evaluar las universidades por fuera de los contextos. Es decir, podemos comparar universidades de Timbuktú con las universidades de Estados Unidos como si, por ejemplo, el financiamiento no fuera un elemento decisivo, o como si las condiciones socioeconómicas previas de los estudiantes no fueran un elemento decisivo. Con lo cual, yo comparo un modelo que tiene condiciones realmente muy pobres y parciales con otro que tiene condiciones económicas muy favorables. 

Entonces, una comparación tiene que establecer los criterios por los cuáles la establece. Podría darse, incluso, si uno quiere ad hoc, para una situación muy específica, decir “bueno, voy a comparar lo heterogéneo, lo que tiene condiciones distintas para…”, en un sentido como puro. Por ejemplo, ver cuánto rinden determinadas universidades del mundo. Pero tendría que ser explícito que es un artificio que estamos haciendo, y no que es la única forma posible de comparar. Al no decirse eso y simplemente presentarse un ranking, la impresión es que esto es exactamente así y solo así. Es decir que se está respondiendo a la calidad intrínseca de las instituciones por este instrumento de ranking y —esto no está de más subrayarlo—, se trata de instituciones que a menudo son privadas, y que se autopostulan a esta evaluación; evaluación, a la vez, que realizan agencias que no se tiene claridad respecto de su origen.

De modo que ahí vamos a señalar aspectos muy problemáticos. Uno es que puede haber favores económicos a cambio de poner a las universidades en un determinado lugar. Esto puede parecer exagerado, pero tengo el testimonio de un exrector de una universidad de las principales de Argentina que me dice que cuenta con una nota donde le solicitan dinero a cambio de una ubicación en el ranking. Y esto lo he escuchado en más de un lugar, y no tiene mucho de raro, sabiendo que estas agencias —por lo menos algunas de ellas, no sé todas— funcionan como empresas y son, por lo tanto, buscadoras del lucro.

Así que lo primero sería ver quién evalúa, quién le da derecho a evaluar y cuál es la configuración propiamente académica, basada en la participación de distintas universidades del mundo, y que permita configurar un espacio evaluador que fuera confiable. En los casos a los que aludimos esto no es así. Lo segundo es que la función publicitaria, que es importante, hace que se llegue a la opinión pública por vía de los periódicos, y se dan situaciones paradójicas. En tanto estas agencias que generan rankings no informan muy bien y su meta es también salir en estos periódicos, se dan cuestiones raras: un periódico que tiene un pensamiento crítico como línea —que es el que, además, ha publicado mis críticas, por ejemplo, a esta cuestión de los rankings— publique las noticias sobre el desempeño extraordinario de una universidad del país en el mes de junio3. Y nuevamente, en el mes de septiembre, publicó que es la número nueve de América Latina, también como título. ¿Cómo es esto? Entonces, un diario que tiene mucho que ver con la cultura universitaria por la gente que lo leemos, y que tenemos que ver con esa cultura, publica esas notas y no hay, por parte de la agencia que realiza el ranking, alguna explicación respecto de lo que se está evaluando. No se conoce si el resultado alude a la evaluación de algunas funciones —supongamos, que esté hablando solamente de investigación— o si se trata de una evaluación de la universidad completa. Así, aparecen rankings diferentes y son tomados cada vez como si fueran el conjunto de la universidad, una totalidad.

En otras palabras, el nivel de equívocos que esto provoca es monumental. Con lo cual, la verdad es que, leyendo lo que aparece allí, uno no tiene una noción precisa de ranking de qué. Si es un ranking de las universidades en su conjunto, pretende ser eso, o es un ranking, en cambio, de una función determinada. 

Sí, el de qué y el para qué, porque estábamos pensando todo esto: quién evalúa, quién da el derecho a evaluar. La cuestión a debatir también es sobre la legitimidad de esas agencias que hacen los rankings y, a la vez, cómo interpelan a quienes leen esos rankings o los toman como verdad revelada. Estoy pensando que, cuando surgen estos rankings —que, efectivamente, surgen, y empiezan a participar, primero, las universidades del Norte, y por Norte incluyo a las universidades de China y asiáticas—, también lo que está allí en juego es un mercado académico que distribuye prestigio. Un mercado dónde se están disputando, sobre todo, estudiantes globales; están disputando quién va a hacer uso de esos estudiantes que pueden pagar un conjunto de matriculaciones y cuestiones asociadas en esas universidades y también en esos países.

Porque algo que yo agregaría a la discusión es que esas universidades que, por lo general, puntúan primero, no son de la región latinoamericana (dejemos por un momento a América Latina por fuera de la discusión). Entonces, estamos viendo al Norte disputando con el Norte, o los países más ricos y desarrollados disputando entre sí. Lo que está por detrás es, por un lado, universidades que están en un proceso mucho más rápido de privatización y mercantilización de la universidad, del conocimiento, que disputan por esos estudiantes; pero, al mismo tiempo, también bancados por o vinculados a países que generan recursos a partir de eso. Y esto me hace volver a pensar en la pandemia. Las universidades australianas suelen estar también dentro de los primeros números, de los lugares que importan y, para Australia, los servicios de educación superior es lo principal de su canasta del producto bruto interno (PBI). Y cómo, en la pandemia, con los cierres, esto se vio perjudicado.

Entonces, quizás, la pregunta que te haría es: ¿cómo ves estas dinámicas al interior de nuestra región? Esto de que la UBA pasó de estar primera a estar nueve. ¿Cuáles son esas disputas que vos ves que están visibilizando otra cara de la privatización en nuestra región latinoamericana, por así decirlo, y qué podemos hacer?

Bueno, esta última es más difícil. Lo primero es subrayar lo que has dicho. Hay un mercado internacional donde Australia es muy fuerte y algo del sudeste asiático también, donde se disputan, yo diría, “salvajemente” un mercado muy grande de estudiantes que viven muy barato allí porque vienen todos del Norte —de Estados Unidos, Canadá sobre todo, en algún caso minoritario de países europeos— y que están dispuestos a pagar a aquellos que les den la mejor oferta, entonces se discute todo: quién tiene el mejor salón de baile, quién tiene la mejor cancha de hockey, cuál tiene un anfiteatro más grande para presentar filmes, lo que sea. Son ofertas, prácticamente, como se oferta un hotel: “nosotros tenemos el mejor campus, les podemos ofrecer los mejores servicios”. Un hotel, prácticamente, más. Por supuesto, son los servicios propiamente educativos, que se los ofrece con versiones marketineras, aun cuando, por supuesto, pudieran ser genuinamente buenos en algunos casos (no me cabe duda que también los hay). Pero el tema es que hay que venderlos, no importa si son buenos o malos, lo que importa es que hay que venderlos como buenos cualquiera sea el caso.

Quisiera luego agregar, -por ejemplo- esto del QS, Quacquarelli Symonds. Sucede que la mayoría de las buenas universidades son de los Estados Unidos, las primeras. Es decir, hay una evidente adhesión al capitalismo estadounidense, en primera instancia, al Instituto de Massachusetts, Harvard, Stanford… Después vienen las europeas y son las sajonas solamente, Oxford y Cambridge, y no hay ni una de Europa continental. Esto indica, también, un sesgo muy evidente ideológico hacia la tecnocracia, donde hay una cultura muchísimo más asentada, como es la de los países europeos, donde lo académico tiene preeminencia, a veces, sobre lo tecnocrático o sobre, diríamos, lo puramente profesional. Eso no aparece para nada, queda mal. O sea que el valor propiamente académico está bastante mal considerado, más allá de que se dice, por la gente de QS, que ellos tienen en cuenta el prestigio académico y el prestigio profesional y la bibliometría. Ustedes saben que la bibliometría hace que la mayoría de las citas sean en inglés y, por lo tanto, la gente que habla idioma inglés tenga una ventaja intrínseca. Con lo cual no es raro que, luego, las universidades que aparecen sean las universidades donde se habla inglés. Es decir, Inglaterra y Estados Unidos. Resulta que Alemania brilla por su ausencia. Alemania tiene una tradición universitaria respetable y venerable en el tiempo. No, cero. Para esta agencia, por supuesto. Francia, cero, etcétera. Italia también, nada. Entonces, me parece importante advertir que tienen sesgos muy marcados, también, casi racionales, ligados a ciertas culturas que, por supuesto, son las hegemónicas a nivel de idioma y a nivel del manejo del capital.

Luego, sí ya yendo a nuestra región, es curioso cómo nuestra universidad, que debiera ser crítica de cosas tan obvias, tan groseras, como un ranking, se lo toman a la letra. “La dirección de la Universidad de Buenos Aires agradece haber sido puesta en el noveno lugar”, porque, bueno, nos reconocen. Seguramente merece un lugar mejor que el noveno, estoy seguro de eso. Pero, quizás, claro, para esta versión, la UBA está primera en la Argentina casi en todas las funciones, con lo cual uno llega a advertir que parece que los números que toman a veces son números brutos, porque, al ser la UBA muchísimo más grande que cualquier otra, claro, tiene más investigadores, tiene más citas, más reconocimiento, más prestigio. Eso no significa que sea necesariamente mejor, uno sabe los problemas que hay con la cantidad de estudiantes que tiene la UBA, lo cual está bueno desde el punto de vista de la apertura y de la inclusión, hay que reconocerlo por allí, pero también tiene sus problemas si no tiene suficientes docentes, si los docentes más destacados dan sus clases. Sobre este punto, por ejemplo, los profesores titulares en las universidades chicas aparecen a menudo -están más disponibles- mientras que sus pares en las universidades grandes, los vemos de vez en cuando y a algunos no los ves nunca y el estudiante no tiene ningún acceso a ellos. Es decir, hay cosas que no están presentes para nada, pero las direcciones de nuestras universidades agradecen estos lugares y disputan entre sí. Digo, algunas direcciones, no estoy diciendo que todas, por supuesto, pero no hay una asunción clara, precisa, de que nosotros nos evaluamos por otros parámetros que son cualitativos y que, además, no son simplemente de competencia. Es esperable que la UBA tenga mejor condición que la Universidad de Comechingones, por decir algo, que apenas tiene tres años. En ciertas áreas de consolidación y demás, seguramente la UBA es superior, pero la de Comechingones no necesita aparecer en un ranking comparándose con la UBA porque se tiene que comparar, en todo caso, con universidades que tienen condiciones parecidas, tiempo parecido, para poder ver qué es lo que pudo hacer si no se hizo, qué es lo que efectivamente sí se ha cumplimentado, y no compararse con cosas tan ajenas y tan diversas que la comparación es la de un elefante con una hormiga. A veces es una cosa que no tiene ningún punto de elementos que efectivamente se puedan equiparar.

Así que yo creo que tenemos que empujar fuertemente —y ese fue mi propósito con mi pequeño artículo, modesto—, salir a enfrentar… Cuando vi el artículo que exponía el ranking y vi la asunción por las autoridades de la UBA de eso como bueno, como “qué bien que nos han considerado”, como algo de lamentar, como algo que tenemos que despejar como un obstáculo epistemológico. Es decir, los argentinos no necesitamos que nos enseñen, nos vendan, mercadería tan barata, vamos a decirlo así. Porque es así. Será cara en términos económicos, eso sí, no es barata, pero es barata en calidad académica. Académicamente, está mal construido. No tiene en cuenta la inclusión, no tiene en cuenta la cantidad de estudiantes, no tiene en cuenta la vinculación con la sociedad que no sea nada más que se relacionen con empresarios, no tiene en cuenta la variabilidad de líneas teóricas, no tiene en cuenta la calidad de la producción que no se mide solo bibliométricamente.

Está clara ya la crisis que hay en las revistas en el sentido del número de citas, porque también se puede citar un artículo como ejemplo de lo que está mal hecho. O alguien que produce un escándalo a propósito y con eso consigue ser muy citado. Pero bueno, el escándalo no tiene ninguna calidad académica. Podría haber escándalos producidos en base a un buen descubrimiento, pero, a menudo, si lo que uno quería era solo hacer escándalo, bueno, puede hacerlo con cero de calidad académica y aparecer muchas veces porque se dice “bueno, se acuerdan ustedes del affaire tal o cual” o “aquel artículo que produjo tal ruido”. Entonces, hay muchos elementos de mala construcción conceptual, de no explicitación de cuáles son los parámetros desde los cuáles se evalúa y de exclusión de parámetros que para la tradición de la universidad pública argentina y de los aspectos populares de esa universidad son centrales, que no podemos nosotros dejar de tener en cuenta. No se tiene en cuenta si la universidad es gratuita o no, por ejemplo. No tiene nada que ver eso con lo que evalúan estas agencias.

Sí, eso me hace pensar que esta falta de contextualización lo que hace es obviar, en un doble nivel, las asimetrías de nuestras instituciones. Hay asimetrías tanto estructurales como regulatorias; y asimetrías internas y externas. Los rankings dan una visión donde América Latina queda en un posicionamiento periférico, salvo algunas que logran llegar, y ahí se genera una asimetría. Y después, dentro de las que logran llegar, también reproducen las asimetrías internas que tiene la región. Estas grandes universidades que sobresalen a nivel regional, pero también a nivel de cada uno de los países, y cómo eso va en detrimento de otras universidades que, por un tamaño de escala, no quedan contempladas. Porque esto de medir por medir y el mito del número lo que hace es privilegiar o pagarles más, beneficiar más, a las que más escala tienen. Pensándolo de esa forma.

Quisiera quedarme con esto que vos decís: son más las cuestiones que no miran esos rankings que las que efectivamente miran, y son justo esas cuestiones que no miran las más centrales para poder definir, quizás, la calidad de esas universidades con un criterio más social, integral, inclusivo, orientado a derechos. Y ahí está el nudo problemático: estos rankings con sus agencias no dejan de ser instrumentos de política para un conjunto de actores que movilizan recursos y direccionan políticas; y estas agencias tienen un interés que va hacia la competencia y no hacia la solidaridad.

Estaba pensando, situándonos en argentina, en las complejidades y contradicciones de las narrativas y las prácticas que generan los rankings: tenemos declaraciones anti-rankings de parte de un conjunto de colegas del sector universitario un poco más movilizado, que dicen “no queremos a los rankings”, pero, luego, todos celebramos que salimos. Y, si no, miramos por qué no salimos y cómo podemos hacer con una estrategia de marketing —que en última instancia es eso, una estrategia de marketing— para estar puntuados en estos rankings que importan. Ahí pienso en cómo las políticas y los instrumentos de políticas públicas pueden reforzar esta forma de mirar a las universidades —si una política de evaluación de un docente investigador va a medir artículos, estoy privilegiando esta mirada de los rankings—; pero también estoy pensando que las políticas públicas y de ciencia y universidad pueden corregir o, por lo menos, rumbear a nuestras instituciones hacia otro lado.  

¿Vos pensás que en nuestro país tenemos alguna que pueda mover el foco de la evaluación guiada por el fetiche del número imperante —es medio capciosa esta, la podemos no responder—, alguna política para corregir esta mirada sobre a lo que nos llevan los rankings? 

Mirá, sucede que estas son cosas que nos pasan calladamente, que para muchos pasan inadvertidamente, no son tomadas como problemas. Entonces, sí, tenemos, aquellos que estamos en el mundo académico y, sobre todo, que estudiamos un tanto las universidades, que poner esto en agenda. Por un lado, yo creo que no es que para todo caso y en cualquier caso estuviera mal imaginar algún ranking. Lo que pasa es que tendría que pensarse en espacios de legitimidad académica internacional que lo hicieran. No podemos admitir más las agencias privadas, y las que fuesen interestatales tendrían que ser formuladas bajo ciertos criterios. Eso siempre tomado con pinzas.

Quiero decir: no me parecería mal a mí, a veces decir “bueno, a ver cómo estamos si nos comparamos con la universidad de China o con las universidades de Inglaterra”. Puede ser útil, en un sentido abstracto, en algún momento, decir “a ver cuántas investigaciones importantes logramos, cuántos alumnos atendemos, cuánta vinculación externa tenemos”. Teniendo en cuenta ciertos parámetros, que pueden ser más abiertos o más… podrían hacerse aproximaciones, por lo menos, más plausibles que las que se hacen ahora. Con lo cual quiero decir que no es que yo me niegue absolutamente a alguna posibilidad comparativa, pero tiene que estar muy claro para qué y quién. Para qué, quién y bajo qué parámetros. Siendo así, toda medición sería tomada con las pinzas necesarias, es decir, sería tomada como “bueno, esto es solo sobre tal área, a los encuentros de tal cosa, sabemos que los contextos de ese país y el nuestro son totalmente distintos, pero igual hacemos la comparación simplemente para establecer, por ejemplo, dónde estamos en un sentido genérico”. Con esto quiero decir que no toda comparación me parece que necesariamente fuera no admisible, sino que, para ser admisible, tenemos que ver bajo qué condiciones. Entonces, eso tiene que tener sujetos que no pueden ser agencias privadas. Eso, de ninguna manera…

Vos te acordás cuando con la Ley de Educación Superior en Argentina cómo nos opusimos a que las privadas pudieran evaluar universidades y, afortunadamente, si bien por mucho tiempo creo que estuvo vigente ese artículo, no se aplicó, porque los argentinos no aceptamos eso. Eso me recuerda precisamente a: quiénes serían los sujetos que tenemos que interpelar. No sujetos, digamos, instituciones. Me parece, por lo menos, la Secretaría de Políticas Universitarias, el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) y la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU). Por lo menos, quizás se me escapa otro importante. Eventualmente, hasta los sindicatos universitarios, que la Federación Nacional de Docentes Universitarios (CONADU), especialmente, a través del Instituto de Estudios y Capacitación (IEC), tiene una preocupación histórica muy trabajada sobre la cuestión universitaria, que no sea simplemente pedir mejores salarios. Que está bien, pero que no sea lo único. 

Yo creo que esos espacios a la CONEAU le corresponden casi intrínsecamente. Tendríamos que pedirles que escribieran sobre estas cosas, porque, que yo sepa, no lo han hecho nunca, y no me extrañaría que hubiera alguna autoridad de CONEAU, por ahí, que crea que eso está bien, que los rankings están bien, porque no se han preguntado probablemente. Por eso, más allá de que el modo evaluativo del CONEAU sea muy diferente, y efectivamente sea muchísimo más cualitativo, que presta muchísima atención a las condiciones singulares de cada universidad, etcétera, y que lo ha hecho básicamente bien, en un sentido genérico. La CONEAU no hace rankings de las universidades argentinas, entonces, bueno, si no hacen rankings, estaría bueno que rechacen los rankings mal hechos también, que no acepte que nos vengan con rankings de otros lugares.

El CIN debería ser un lugar… Claro, seguro que los que han salido del ranking más o menos bien ubicados se van a oponer, van a decir que están buenos los rankings, por más duchos o por más rengos que estén, van a decir “bueno, pero nosotros salimos bien, así que yo estoy contento”. Quizás Buenos Aires, La Plata, que son los que más aparecen. En parte, Córdoba. Pero la verdad es que hay universidades nuevas que, acorde a escala, pueden funcionar mejor que la UBA en más de una función, todos lo sabemos. Entonces, es curioso que no aparezcan nunca: Tres de Febrero, General Sarmiento, San Martín son universidades donde hay cosas que funcionan muy bien, entonces es extraño. 

Evidentemente, creo que nosotros tenemos que interpelar a esos, a los distintos espacios institucionales que se ocupan de la universidad para no simplemente impugnar cualquier tipo de ranking, pero decir “bueno, si alguien quiere ranking, que se lo tome en serio”. Busquemos instituciones que se lo tomen en serio, discutamos los criterios y tomemos con las pinzas del caso siempre los resultados con total —diría yo— precisión sobre cuáles han sido los criterios, los instrumentos, y cuál es la validez de aquello que está sometido a comparación en cada caso. No “la universidad salió cuarta”, bueno, ¿qué es eso? Salió cuarta de qué, en qué aspecto, bajo qué parámetros. 

Para ir cerrando… recupero lo que bien dijiste sobre la legitimidad de estas agencias que hacen estos rankings, o la legitimidad de quien evalúa, quién tiene derecho a evaluar y de ahí cómo evalúa, por qué evalúa lo que evalúa con esos criterios. Quisiera recordar que nuestra CONEAU es, con todas las luces y sombras del proceso, y a raíz de la movilización del proceso de reforma de la Ley de Educación Superior y su sanción, etcétera, una institución legitimada por componerse, precisamente, de la propia comunidad universitaria, en toda su heterogeneidad. Bien, mal, mejor, peor, pero me parece que ahí tenemos la legitimidad. Creo que la CONEAU como un actor central del sistema, que a veces no lo miramos como un actor tan central del sistema, tiene esta legitimidad de origen que se la da los representantes de las universidades públicas y privadas, pero mayoritariamente con un empuje público, quienes llegan a negociaciones muy arduas por estos criterios y donde la centralidad la tiene el Estado. En Argentina, seguimos con una agencia que acredita y que evalúa institucionalmente organizada desde el Estado. Desde el Estado y con estos criterios, estos pesos y contrapesos de las diferentes fuerzas políticas del sistema, por decirlo de alguna forma. 

¡Muchas gracias!

NOTAS

1 Follari, R. (27 de septiembre de 2022). Los rankings universitarios y sus problemas. Página 12. https://www.pagina12.com.ar/485354-los-rankings-universitarios-y-sus-problemas 

2  Disponible en https://www.qs.com/ 

3 En el mes de junio de 2023 se publicó una noticia por la cual se afirmaba que la UBA es la mejor universidad de América Latina, disponible en: https://www.pagina12.com.ar/427872-la-uba-se-consolido-como-la-mejor-universidad-de-iberoameric.