Imanol Ordorika: “La repolitización de la universidad implica un ejercicio proactivo de la autonomía”

Nicolás Dip

Becario del Programa de Becas Postdoctorales de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Instituto de Investigaciones Sociales, bajo la asesoría del Dr. Sergio Zermeño y García Granados. Doctor en Historia por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Correo: nicolasdip88@gmail.com
La trayectoria política, intelectual y académica de Imanol Ordorika sintetiza las figuras del protagonista, el analista y el gestor. Proviene de una familia española y republicana que apoyó al movimiento de protesta mexicano de 1968 y en los años 80 fue uno de los líderes del Consejo Estudiantil Universitario, una experiencia clave para garantizar la gratuidad de los estudios en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En la actualidad, es un reconocido especialista en los análisis sobre política y universidad, con una extensa producción académica en su haber. A lo que se suma su desempeño como Director General de Evaluación Institucional y organizador del Seminario de Educación Superior de la UNAM. En esta entrevista para Pensamiento Universitario, Ordorika debate un conjunto de temáticas que hacen a su propuesta de repolitizar los estudios sobre universidad en América Latina. Entre ellas, destaca su visión proactiva de la autonomía, la reivindicación del compromiso social de las casas de estudio y su énfasis en pensar las reformas universitarias a partir de los conflictos que involucran al movimiento estudiantil y a otros actores del campo académico. 
Podemos comenzar con una mirada retrospectiva de tu itinerario político-universitario, donde se mixturan las figuras del protagonista, el analista y el gestor. En este marco, ¿cuáles son las principales implicancias biográficas y políticas que conllevan tus estudios sobre la universidad en México y en América Latina?
Yo lo veo como un proyecto de vida de un universitario que se ha involucrado en la acción política, dentro y fuera de la universidad. En un principio como estudiante, en otro momento como profesor y realizando algunas experiencias de gestión. Pero en realidad existe una concepción que recorre a las tres figuras: la necesidad de transformar a la sociedad y en particular, dado que soy universitario, me corresponde, interesa y ocupa, tanto en términos de reflexión teórica como de acción política, la transformación de la universidad misma. Estos son los temas que me han preocupado desde estudiante: pensar la universidad, reflexionar acerca de las problemáticas que son necesarias transformar y tratar de aglutinar fuerzas suficientes para impulsar cambios y resistir otros con los que uno no está de acuerdo. Eso ha conformado una agenda de trabajo académico que es profundamente política o una agenda política que es totalmente académica. Es difícil discernir una jerarquización; en el ámbito de la universidad hacer política requiere de un trabajo académico que te brinde una comprensión del espacio que quieres transformar y una legitimidad como actor. Yo pasé de ser un líder estudiantil a un académico con un trabajo reconocido. Eso te da la posibilidad de incidir, en mayor o menor medida, teniendo claro que la incidencia no es solamente individual, sino que depende de la capacidad de aglutinar fuerzas. La acción política para transformar a las instituciones y a la universidad en su conjunto es un problema de relaciones de fuerzas políticas. Los individuos actuamos, generamos iniciativas, contribuimos a formar esas fuerzas políticas, pero también dependemos de circunstancias específicas, de otros actores sociales, entre otros factores.  
Realizaste tu tesis doctoral Power, politics, and change in higher education: the case ofthe National Autonomous University of Mexico en 1999 en la Universidad de Stanford. Una primera versión de la investigación fue publicada en inglés en el libro Power and politics in university governance:organization and change at the Universidad Nacional Autónomade México (2003). Dos años después finalmente editaron en tu país La disputa por el campus: poder, política y autonomía en la UNAM (2005). A lo que se suma el estudio sobre historia oral que publicaste con Rafael López González en 2007, titulado Política azul y oro: historias orales, relaciones de poder y disputa universitaria. En esta extensa trayectoria de investigación discutís con los paradigmas que conciben a las universidades como instituciones ajenas a la política, deseablemente neutrales y de carácter técnico. Y a su vez proponés un enfoque para repolitizar los estudios sobre educación superior desde una perspectiva histórica. En la actualidad ¿qué contribuciones y deudas pendientes visualizás en la bibliografía que aborda las relaciones entre política y universidad en América Latina? 

Mi agenda personal era repolitizar el estudio de la universidad, para repolitizar la universidad. Hoy lo tengo más claramente formulado. Pero la idea era que el análisis político de la universidad permitía la acción política de la universidad y reconocer cómo la aparente despolitización de la universidad había sido una decisión política. En México, la despolitización de la universidad se estableció en la exposición de motivos como un eje fundamental de la Ley Orgánica de la UNAM de 1944. Fue un proyecto para despolitizar a las universidades mexicanas. Este enfoque más técnico y organizacional sigue siendo hegemónico en el campo de los estudios sobre educación superior, aunque ya no con tanta fuerza como en décadas pasadas. Ahora han adquirido más presencia y legitimidad los estudios de orden político. A diferencia de los países anglosajones, en América Latina ha habido más inclinación hacia el análisis político. José Joaquín Brunner decía que había una visión más historicista en la región. Esto casi de manera necesaria te llevaba a un análisis más político y él a principios de los años 80 proponía la importancia de que en América Latina se recogieran estudios de orden más organizacional. Con los cambios que se fueron imponiendo en las universidades de América Latina que trataban de asimilarlas al modelo norteamericano, se despolitizó el campo de estudio. Pero al mismo tiempo también hubo una conciencia más clara de la importancia de politizar el campo. Investigadores de distintos lugares de América Latina se han planteado los estudios de orden más político en distintos aspectos. Desde los que están centrados en movimientos sociales, la politicidad de las formas de organización de las universidades, el papel de los rectores, hasta las vinculaciones entre la universidad y los sistemas políticos nacionales. 

En la actualidad hay más presencia de estos temas en América Latina, pero aún no es la mayoría de la literatura. Si se piensa en los debates que tuvieron lugar por los 100 años de la Reforma Universitaria de Córdoba en 2018, a mi juicio la agenda tendría que haber sido la de repolitizar la universidad. Esto significa no sólo repolitizar los estudios sino hacer que la universidad se asuma como una institución política de la sociedad. Desde ya que diferente a un partido, un sindicato o a una legislatura. La universidad es una institución que se dedica a generar y difundir conocimientos. Pero eso tiene implicancias políticas, tanto en la selección de temas como en el abordaje y el debate sobre los mismos. Mi argumento hoy es que dado el debilitamiento de los sistemas y de los partidos políticos a nivel mundial, la universidad tiene un rol importante que jugar. Este desafío puede ser abordado por la universidad y necesitamos un compromiso con la sociedad de ser mucho más políticos a la hora de encararlos. Esto no quiere decir que la política tenga que prescindir del rigor académico y del conocimiento. Quiere decir que tenemos que ser conscientes que existen posturas que llevan a adoptar perspectivas analíticas, metodologías y a sacar conclusiones que tienen consecuencias prácticas sobre temas como el medio ambiente, las migraciones y la paz, entre otros. En países como México, el problema de la violencia y la inseguridad deben ser abordados desde las universidades con una lógica más proactiva. 

Me sorprendí cuando participé en la Conferencia Regional de Educación Superior (CRES) de 2018 en Argentina porque había un cierto vacío en la idea de repolitizar la universidad. Y no sólo por las posturas institucionales del comité organizador o el rector de la Universidad Nacional de Córdoba, sino porque había prácticas concretas sobre temas muy específicos, pero no un debate conceptual. En Córdoba en 1918 hubo un debate conceptual sobre el papel que tenía que jugar la universidad en su conjunto. Y ese debate no apareció 100 años después. No es un reclamo a nadie, es un hecho que ocurrió. Hay intentos que se han hecho, por ejemplo, sobre la lógica de discutir el compromiso social de la universidad. Pero creo que tenemos que ser aún más específicos con que el compromiso implica repolitizar. Una de las publicaciones que hice para la CRES se llama así: “Repolitizar la casa: las universidades de América Latina a cien años de la Reforma de Córdoba” (2018). El trabajo plantea temas que debemos repolitizar y una serie de cambios internos necesarios, como equidad de género en las universidades, políticas de acción afirmativas, democratización del gobierno, adopción de temas de investigación y de formación acordes con las necesidades del debate político, entre otros. Porque la política debate temas que afectan a la sociedad, pero los partidos discuten cosas que son del interés de los sistemas políticos, no de la sociedad en su conjunto.   

Junto a los 100 años de la Reforma Universitaria de Córdoba en 2018, se cumplió el cincuentenario de 1968, una fecha clave para el movimiento estudiantil mexicano pero también para otros países de la región, como Brasil y Uruguay. En tus trabajos y reflexiones, las experiencias políticas del estudiantado aparecen asociadas al problema del cambio en la universidad. En este marco, debatís con la bibliografía que aborda los problemas de administración y de cambio en la educación superior desde perspectivas funcionalistas, organizacionales o societales que consideran a los estudiantes (y a veces también al profesorado) como grupos de interés que han obstaculizado los procesos de reforma. En tu reconstrucción histórica de la UNAM, los cambios y las reformas universitarias ocurren en momentos de conflictos políticos y de protagonismo del movimiento estudiantil ¿Por qué estas variables de análisis son centrales a la hora de pensar la transformación de la universidad?

Cuando planteo que el conflicto es uno de los espacios más relevantes de las transformaciones universitarias es porque considero a la universidad como una institución política, en la que prevalecen relaciones de poder y grupos dominantes que ejercen el control de las instituciones. Muchas veces se prolongan en el tiempo estos grupos, no necesariamente con una absoluta homogeneidad, pero sí con una visión de la universidad. Existe una permanente disputa en la institución. A veces el conflicto es completamente abierto y otras veces una tensión soterrada que se produce en tres niveles. En el nivel instrumental más weberiano del poder, las normas, el control de los aparatos ejecutivos y del presupuesto. Un segundo nivel que es el control de las agendas, qué se discute y qué no se discute sobre la universidad, qué temas llegan al Consejo Universitario y cuáles no. Ahora, por ejemplo, está el tema de género y el protagonismo del movimiento feminista. No porque la administración universitaria esté interesadísima, sino porque aparecieron fuerzas y acciones de mujeres estudiantes y académicas que desde hace tiempo han estado poniendo el tema en la mesa de discusión. Este cambio lo han ido impulsando con acciones, algunas que ocurren dentro de la universidad y otras fuera, como el movimiento Me Too. Pero en la universidad hay una disputa para que eso ocurra. Y luego existe un tercer nivel muy gramsciano que podría sintetizarse como el de hegemonía: qué entendemos por universidad y qué tenemos introyectado de cómo debe operar la institución. En la actualidad, existe una imagen dominante de universidad exitosa, muy asociada a la universidad norteamericana. No a todas, porque hay una enorme diversidad de instituciones en Estados Unidos, pero sí a lo que he llamado “universidad elitista de investigación norteamericana”. En el caso de las privadas Harvard y en el caso de las públicas, Berkeley. Universidades que producen mucha investigación, que están ligadas al mercado, que tienen casi el mismo número de estudiantes de posgrado o más que los estudiantes de licenciatura y que diversifican sus fuentes de ingresos económicos. Esa idea de universidad es la que se vuelve hegemónica y aspiracional, para algunas autoridades universitarias y sectores gubernamentales en América Latina. Y eso también está en disputa, aunque a veces no queda completamente claro. Entonces, ¿cuándo se condensa la posibilidad de transformar la universidad en esos tres niveles de ejercicio del poder? Pues cuando el conflicto aparece e insisto en el tema de género ahora. O hace poco, en 2018, el problema de la inseguridad y la violencia política en los campus, que movilizó a sectores muy amplios de estudiantes y generó una respuesta muy organizada. Por eso, siempre he pensado que alrededor de los conflictos se construyen correlaciones de fuerzas que permiten avanzar en transformar a las instituciones. 

En relación al protagonismo del estudiantado, acaban de publicar junto a Roberto Rodríguez-Gómez y Manuel Gil Antón el libro Cien años de movimientos estudiantiles (2019), donde recopilan una serie de estudios sobre la temática tras el centenario de 1918 y el cincuentenario de 1968. Tomando esta perspectiva histórica ¿cómo evalúas la actualidad del movimiento estudiantil mexicano? 

El movimiento estudiantil actual está en un ciclo diferente. El anterior de 1999-2000 aún formaba parte de una herencia en donde se imbricaban dos ciclos. El ciclo propiamente sesentayochero con una orientación más democratizadora de carácter nacional, marcado por vertientes revolucionarias acordes a los sesenta en América Latina. A esto se suma el ciclo de la segunda mitad de los años 80, donde el Consejo Estudiantil Universitario compartía los métodos de lucha, las formas de acción, algunas reivindicaciones como el diálogo público, la idea de la movilización de masas de carácter pacífico e incluso las formas de representación estudiantil. Muy parecido al del 68, pero en ese momento se planteaba como una resistencia a las medidas restrictivas y a las políticas de ajuste estructural que imponía el Fondo Monetario Internacional a México. Ya no era el programa de democratización nacional, sino un programa de defensa de la educación superior pública. Aparecen los problemas presupuestarios, el de las cuotas de colegiatura e inscripción. El intento de quitar el pase automático o reglamentado de los estudiantes de bachillerato a las licenciaturas, como los de restringir su tiempo de estancia en la universidad. Ese tipo de demandas fueron el centro del Consejo Estudiantil Universitario. El movimiento del 99-2000 mantiene como demanda central la oposición al incremento de las colegiaturas, algunas prácticas similares de representación estudiantil, pero introduce una serie de elementos nuevos marcados por el zapatismo, como la no aceptación de liderazgos, la rotatividad de representantes y el cuestionamiento a la existencia de dirigentes. Aunque paradójicamente la puesta en práctica de los mecanismos de representación en el Consejo General de Huelga fue bastante autoritaria, en un movimiento estudiantil, como el mexicano, que tradicionalmente se había planteado como un ejemplo de prácticas democráticas. De esta manera, las luchas a su interior se dirimieron muchas veces por vías violentas, expulsiones y escisiones. Si se tiene en cuenta este antecedente histórico, el movimiento estudiantil actual está en una etapa completamente diferente. Por ejemplo, en el 2018 aparecen demandas nuevas, como el tema de la violencia general y los temas de género que ya irrumpen con mucha fuerza en ese mismo año. Persisten las peticiones de democratización de la universidad que vienen desde los años 60, pero sus formas de organización son completamente diferentes.   

En la actualidad, no se discute como una cuestión general la reforma universitaria, pero creo que la agenda de género además de una transformación societal, plantea un cambio en lo que está ocurriendo en la universidad. Es necesaria una sensibilidad completamente distinta en las relaciones de género en todos los ámbitos universitarios, para erradicar la violencia, el acoso y el hostigamiento. En los exámenes de admisión sigue entrando una proporción más alta de hombres que de mujeres. También debe haber políticas que permeen los procesos de evaluación para evitar los sesgos de género que indudablemente existen. Cuanto más alto es el escalafón del profesorado, menos mujeres hay. A nivel de autoridades, aunque ha habido avances grandes, todavía la UNAM no tuvo ninguna rectora. En definitiva, no es una transformación que se plantea como una reforma universitaria, pero toca todos los temas. Desde el ingreso, la composición del profesorado, la formación académica, la preparación docente, los temas de investigación e incluso del manejo de información. En todos los ámbitos, la agenda de género y feminista tiene que permear de manera sustantiva.   

El año pasado se cumplieron 90 años de la autonomía de la UNAM, aniversario que fue acompañado de varios encuentros y actividades. En el debate académico como político de varios países de la región el tema de la autonomía sigue siendo clave, ya que pone el foco en las relaciones entre la universidad, la sociedad, el mercado y el aparato de gobierno del Estado. En tus estudios discutís con el libro de Daniel Levy, University and government in Mexico:autonomy in an authoritarian system (1980) y sostenés que el grado de autonomía de la UNAM cambia en función de las distintas circunstancias históricas y de las correlaciones de fuerzas políticas, tanto internas como externas a la universidad. En la actualidad de México y América Latina ¿cómo considerás que debe abordarse y debatirse las relaciones entre las universidades, la sociedad, el mercado y el Estado? ¿cuáles son los principales aportes de la bibliografía sobre política y universidad en América Latina para enriquecer estas controversias? 

En algunos países e instituciones, la tradición de la autonomía se ha utilizado de una forma conservadora para defender prebendas, reproducir grupos dominantes y evadir el compromiso social de la universidad. A diferencia de algunos actores políticos en México, no creo que deba erradicarse la autonomía. Más bien nos corresponde a los universitarios asumir una postura completamente diferente sobre la cuestión. La repolitización de la universidad implica un ejercicio proactivo de la autonomía. Significa usar la autonomía para cumplir ese compromiso social sin cortapisas. También la autonomía tiene ese componente que permite evitar que el gobierno utilice su poder, el financiamiento o lo que sea para impedir la crítica, sesgar las opiniones de las universidades e imponer agendas. Ahora en México existe un gobierno más progresista y uno podría preguntarse cuál es el problema de tener una agenda que proponga el gobierno. Bueno, ¿y si viene un gobierno de derecha? La universidad tiene que tener capacidad de construir sus propias agendas de cara a la sociedad. Esto no implica dejar de hacer investigación básica, ni mucho menos. No quiere decir que toda la universidad y todo lo que se hace en ella tiene que estar volcado al debate político. Pero debe haber un componente muy fuerte de eso, fundado en el conocimiento. Es necesario que desde adentro los universitarios hagamos una reivindicación diferente de la autonomía para actuar. Como somos autónomos, actuamos hacia afuera. Ese es mi planteamiento y por lo tanto está muy asociado a la relación de fuerzas que tenga la universidad con el Estado, la cual depende de esa disposición de actuar con un compromiso social muy amplio. Porque la correlación de fuerzas de la universidad no es sólo la capacidad de movilizar universitarios, sino de tener la legitimidad social para ponerse en juego frente a actores políticos de cualquier signo y en cualquier país, no sólo en México. Entonces debemos renunciar a la noción conservadora de una autonomía encerrada en sí misma, para plantear una autonomía democrática, incluso al interior de la universidad. Porque la capacidad de tener fuerza interna depende de construir consensos y de la posibilidad de contar con procesos democráticos de gobierno y gestión en las universidades, los cuales permitan plantear su inserción en los grandes temas del debate nacional. 

Hoy en algunos países de América Latina enfrentamos la idea de que la autonomía es sólo conservadora. Creo que es una opinión equivocada de algunas izquierdas latinoamericanas. Hay una autonomía progresista que permite avanzar y transformar. Esa es la que debemos propagar, proteger, comulgar y cobijar. Hace poco se publicó el libro Autonomías bajo acecho (Lomelí Vanegas, 2019), donde hay posturas institucionales sobre la autonomía. Vale la pena revisar este trabajo que compila las intervenciones que se realizaron en un encuentro que organizó la UDUAL y la UNAM en 2019. La mayoría no son trabajos académicos, pero sí reflexiones de actores, fundamentalmente de rectores de América Latina. Yo estuve en ese foro y la postura que planteé fue la necesidad de politizar el tema universitario. De esta manera, participo en el libro con un capítulo titulado “Ejercer la autonomía, politizar la universidad”. Pero no he visto grandes avances en la literatura. La autonomía se volvió tema por los 90 años en la UNAM, mientras en la CRES de 2018 se daba como un hecho y una necesidad consustancial a la universidad. Pero no hubo una rica discusión o por lo menos no me tocó presenciarla.

Referencias bibliográficas

  • Ordorika, I., Power, politics, and change in higher education: the case of the National Autonomous University of Mexico, tesis de doctorado, Standord, California, School of Education, Stanford University, 1999.
  • Ordorika, I., Power and politics in University governance: organization and change at the Universidad Nacional Autónoma de México, New York, Routledge Falmer, 2003.
  • Ordorika, I., La disputa por el campus. Poder, política y autonomía en la UNAM., México, UNAM / Plaza y Valdés Editores, 2005.
  • Ordorika, I. y López González, R., Política azul y oro. Historias orales, relaciones de poder y disputa universitaria. México: UNAM / Plaza y Valdés Editores, 2007.
  • Ordorika, I., “Repolitizar la casa: las universidades de América Latina a cien años de la Reforma de Córdoba”, en Guarga, R. (Coord.), A cien años de la Reforma Universitaria de Córdoba. Hacia un nuevo manifiesto de la educación superior latinoamericana, Caracas, UNESCO-IEASALC y UNC, 2018.
  • Ordorika, I., Rodríguez-Gómez, R. y Gil Anton, M., Cien años de movimientos estudiantiles, México, UNAM-PUEES, 2019. 
  • Levy, D., University and government in Mexico: autonomy in an authoritarian system, New York, Praeger, 1980.
  • Ordorika, I., “Ejercer la autonomía, politizar la universidad”, en Lomeli Vanegas, L., Autonomías bajo acecho, México, Siglo XXI, 2019.