El poder de la universidad en América Latina: un ensayo de sociología histórica. Adrián Acosta Silva. México: Universidad de Guadalajara; Siglo Veintiuno Editores; Unión de Universidades de América Latina y el Caribe, 2020, 240 pp.

J. Andrés Echeverry-Mejía

Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad, CIECS (CONICET y UNC), Universidad Nacional de Córdoba

La historia de la universidad requiere de abordajes de larga duración en los que se contemplen las diferentes etapas que la institución ha atravesado desde su origen medieval. Además, resulta necesario considerar el contexto, con una mirada analítica que oscile entre lo micro y lo macro para lograr aproximarse a lo que caracteriza a la universidad y, a su vez, a cada caso en particular. Este es el recorrido que nos propone Adrián Acosta Silva, desde la creación de las primeras tres universidades latinoamericanas: la Universidad de Santo Domingo (1538), la Universidad de San Marcos (1551) y la Universidad de México (1551), en lo que hoy son la República Dominicana, la República del Perú y los Estados Unidos Mexicanos, respectivamente.

Adrián Acosta Silva, sociólogo, magíster y doctor en ciencias sociales, es actualmente profesor de la Universidad de Guadalajara y se ha dedicado al estudio de la educación superior de México y América Latina. Este libro reúne varias de sus producciones previas y particularmente se concentra en la reconstrucción de la trayectoria sociohistórica de tres universidades icónicas. A partir de allí, presenta la complejidad del ámbito universitario y nos muestra los cambios y tensiones existentes desde el surgimiento de las universidades europeas hasta aquellas creadas a su semejanza en los territorios hispanoamericanos.

El abordaje de Acosta Silva trata de superar lo meramente disciplinar, integrando aportes de la sociología, la historia y la ciencia política para comparar las trayectorias socioinstitucionales de las universidades latinoamericanas. Para ello, considera cuatro periodos: la etapa colonial (siglos XVI al XVIII), la etapa republicana (siglo XIX), la etapa moderna (siglo XX) y la etapa contemporánea (último tercio del siglo XX y primeros lustros del siglo XXI). A partir de esta división temporal relata lo característico de cada época, considerando creencias, discursos y representaciones sociales formadas dentro y fuera del ámbito universitario. Su perspectiva pone especial énfasis en la configuración del poder, tanto en lo que concierne al gobierno institucional como al poder social, expresado a partir del rol de la universidad como formadora de nuevas generaciones, como ámbito para la investigación y también como espacio de producción y reproducción de élites políticas o sociales.

El libro se compone de dos partes: la primera se enfoca en una exposición sobre herramientas conceptuales para analizar la construcción del poder autónomo de la universidad. De esta manera se busca comprender la autoridad y legitimidad institucional, desde cuatro fuentes centrales: la legitimidad académica impulsada por el desarrollo intelectual; la legitimidad política vista desde el reconocimiento de la autoridad de la universidad; la legitimidad social, en relación con las representaciones que se tenga de la institución; y la legitimidad histórica, asociada al pasado y la valoración de la trayectoria. La segunda parte describe los antecedentes europeos de la universidad, el peso que tuvieron en las primeras universidades latinoamericanas -en especial la Universidad de Salamanca- y las características contextuales e institucionales que se fueron configurando en diferentes momentos históricos.

Como indica el autor, la universidad es una institución compleja, por lo tanto, no es posible pensar en su historia de manera lineal y uniforme a lo largo del tiempo. Además de la organización interna y de las estructuras y políticas, cada universidad ha vivido las particularidades de su época. Así, pasaron de ser espacios heterónomos a autónomos con diferentes márgenes de maniobra, según la relación que tuvieran con el poder eclesiástico, monárquico o estatal.

En la época colonial, las primeras universidades latinoamericanas se debatían entre el poder eclesiástico y el monárquico. Eran las órdenes religiosas las precursoras de la creación de estas instituciones, sin embargo, el proceso de secularización haría que cambiara el orden social, lo que incluía a la universidad, su estructura institucional y de gobierno e incluso los contenidos que se impartían. Esto no sin la resistencia de las mismas comunidades universitarias que se oponían a las decisiones de la Corona. Uno de los aspectos que llama la atención en la universidad colonial es el rol de los estudiantes. Ellos jugaban un papel central y su participación era activa en las decisiones institucionales, llegando incluso a tener la posibilidad de elegir al cuerpo profesoral de cada facultad, siguiendo los modelos universitarios de Salamanca y Bolonia. Cabe destacar que los estudiantes provenían de las élites políticas, eclesiásticas y económicas, por lo que su influencia en otros ámbitos también incidía al interior de las universidades.

En la época republicana se acentuaron los efectos de la Ilustración y, por lo tanto, del liberalismo y el racionalismo como fuentes intelectuales, ideológicas y políticas de los movimientos independentistas latinoamericanos. Los nuevos Estados vendrían a reforzar el ocaso de las universidades coloniales fundando colegios, institutos y escuelas con principios positivistas y el fomento de los estudios liberales y las artes. Eran espacios para la formación de élites que acompañarían la conformación de las nuevas repúblicas. La clausura de las viejas universidades expresa, según Acosta Silva, el fin de un largo ciclo histórico de legitimidad política, autonomía académica y representación social. Las instituciones que lograron mantenerse pasaron por un proceso de modernización que llevó incluso a la reinvención o reorientación de varias universidades, tomando como ejemplo el modelo napoleónico de enfoque profesionalista.

La época moderna de la autonomía es asociada por Acosta Silva con el hito de la Reforma Universitaria de 1918. El movimiento estudiantil de Córdoba tuvo gran repercusión en la región y profundizó el debate sobre la configuración de la universidad y su papel en el desarrollo de los Estados. La Reforma se nutre del clima de la época y particularmente de los sucesivos congresos estudiantiles universitarios de Montevideo (1908), Buenos Aires (1910), Lima (1912) y México (1921). Además de los importantes acontecimientos de principios del siglo XX en los que se disputaban diferentes fuerzas ideológicas y políticas provenientes del socialismo, el liberalismo o el nacionalismo. La bandera de la autonomía se suma a la del cogobierno perfilando así una universidad sin las injerencias eclesiásticas y republicanas de las épocas anteriores, y con mayores expresiones democráticas hacia su interior.

Finalmente, en el recuento de épocas que propone el autor, aparece la contemporánea. Esta se caracterizaría por un atravesamiento propio del neoliberalismo y la globalización que abrirían una etapa de neointervencionismo estatal, mercantilización de la educación superior y capitalismo académico. Se refiere además a una reforma silenciosa de la educación superior latinoamericana desde los años ochenta, en la que imperan lógicas de competencia por recursos, prestigios y reconocimientos. Esto ha venido generando cambios en las formas de organización y en la población universitaria, de allí que Acosta Silva afirme que incluso los rectores se hayan convertido en una mezcla de príncipes, burócratas y gerentes en la configuración del gobierno universitario. Además, es una época de expansión de los niveles básicos y superiores de formación ante la demanda de acceso, sobre todo, de la creciente clase media urbana. Dicha expansión no va a tono necesariamente con un efecto democratizador e incluyente, y esto se refleja en que las transformaciones del último tiempo en la educación superior exponen una brecha cada vez más amplia entre lo privado y lo público, dado que hay capitales privados que han visto en la educación una gran oportunidad de inversión económica. “En la región, dos de cada tres de las IES son privadas. En América Latina y el Caribe se observa la educación superior más ‘privatizada’ del mundo” (Acosta Silva, basado en Brunner y Miranda, 2016).

El recorrido que propone Acosta Silva por estas cuatro épocas, o eras, muestra el gran dinamismo de la universidad y asimismo nos revela sus aportes y deudas en relación con las sociedades en las que se encuentran inmersas. Pensar en la historia de la universidad, desde la perspectiva que se aborda en este libro, es darle cabida a un abordaje integrador que considera, entre otros, los aspectos: político y de políticas, sociales, culturales y territoriales. Además, va más allá de la tradicional historia de las disciplinas, las profesiones y los relatos épicos para articular el análisis sobre los contextos globales y locales, apreciando así un mejor panorama de la trayectoria de las instituciones particulares sin perder de vista las situaciones nacionales, regionales y globales que condicionan el desarrollo de esa “casa de muchas puertas y ventanas, habitadas por tantos intereses y conflictos que es la universidad”.

El ensayo cristalizado en el libro permite generar una noción más amplia del multiverso que, en realidad, es la universidad. Además, deja inquietudes para seguir profundizando, en el intento por comprender su rol en la actualidad y hacia el futuro. En este sentido, es por lo menos interesante y hasta intrigante que la universidad haya sido durante todas las etapas un espacio de formación de élites. Si bien esto se ha ido moderando en algunos contextos con la promoción y democratización del acceso, también se ha agudizado en otros, generando mayor desigualdad y exclusión, en línea con el debilitamiento del peso y significado de las universidades públicas ante las privadas. 

También quedan inquietudes sobre lo que significa dimensionar el poder de la universidad en cuanto al gobierno universitario y la participación de los claustros y la sociedad. Resulta llamativo un mayor reconocimiento del rol de integrantes de la comunidad académica en la época colonial y republicana, mientras que en la moderna y la contemporánea pareciera irse reduciendo. La situación varía mucho según el país y la institución, por ejemplo, mientras que en Argentina el Consejo Superior de las universidades está compuesto por un conjunto diverso de integrantes con una amplia representatividad de los diferentes claustros, en Colombia ese mismo órgano de gobierno está compuesto por 10 personas: (a) El Ministro de Educación Nacional o su delegado; b) El Gobernador del Departamento; c) Un miembro designado por el Presidente de la República; d) Un representante de las directivas académicas, uno de los docentes, uno de los egresados, uno de los estudiantes, uno del sector productivo y un ex-rector universitario; e) El Rector de la institución con voz y sin voto (Ley 30 de 1992). Vemos entonces que hoy siguen vigentes varias de las demandas de la Reforma Universitaria de 1918 en cuanto a la concreción del cogobierno, la consolidación de una autonomía que no se transforme en apatía o aislamiento hacia la sociedad, entre otras discusiones. 

Por todo lo anterior, resulta importante el tipo de estudios que propone Acosta Silva para entender el rol actual e histórico de la universidad, y también para pensar en una gobernanza y gestión institucional fundamentada y no simplemente repetitiva de fórmulas importadas de otros ámbitos. La Universidad, y la educación en general, tienen un rol central en la vida social y cultural y pueden aportar a la movilidad social ascendente, especialmente para los que formamos parte de la primera generación en acceder a este derecho.