Masculinidad y universidad

Escenas en baños, afectos intensos, desafíos políticos

Rafael Blanco

Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA), CONICET.

Para pensar las relaciones entre universidad y masculinidad parto de una escena cotidiana.1 Es junio de 2019, la pandemia del Covid19 aún no asomaba y nada anticipaba el largo receso posterior sobre las posibilidades de presencialidad. Las rutinas académicas, activistas, la sociabilidad en los pasillos, las aulas y los bares, los debates políticos en épocas de campaña electoral en Argentina, toda esa textura, se expresaba con pulso propio en la intensidad diaria de las universidades públicas. Luego de una clase en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires en el turno noche, me dirijo a un baño de la planta baja y, al ingresar, me topo con una leyenda en letras negras imprentas en aerosol sobre la pared del fondo. La frase es lo primero que se veía en el ingreso, por su ubicación espacial y por la espectacularidad del tamaño de las letras: “Deconstruite MACHO!”, con la palabra macho escrita en mayúsculas. A la derecha, sobre los mingitorios, se podía leer también “Organizate”. 

Macho

Lejos del susurro de algunas escrituras tenues que copan las puertas de los cubículos en los baños, puertas que son un umbral que da paso a la privacidad y en las que predominan las preguntas, los consejos, incluso el humor, el flirteo, los chismes y rumores, en cambio, en este graffiti aparecía la arrogancia del discurso imperativo, la urgencia de la exclamación, la centralidad del primer plano: era imposible acceder a ese espacio e ignorar la inscripción. Esta escritura, en su enunciación, retiene dos rasgos que me interesa retomar para pensar las relaciones entre universidad y masculinidades: la ubicación en una especialidad particular de la territorialidad universitaria y el destinatario que privilegian, los baños de varones2 y la inscripción de ese discurso en el marco más amplio de ese “estado deliberativo” sobre géneros y sexualidades -al decir de Pablo Semán- que viene conmoviendo “lo que conocimos en otra época como las entidades inmutables del sexo y el género” (2015: 1). Este estado deliberativo ha adquirido en las universidades públicas contornos específicos, principalmente, a partir de la visibilización y búsqueda de erradicación de las violencias sexistas. También, como retomaré más adelante, es a partir de este avance del debate universitario que han comenzado a proliferar las expresiones de resistencia a estas transformaciones, cuando no abiertamente su impugnación, un intenso odio y nuevas formas de violencia.

Si las escrituras en las paredes son una práctica recurrente en la discursividad política, en cambio la “agenda de géneros” -por nombrar un heterogéneo espectro temático, de la adhesión y productividad teórica y política a la denuncia de la “ideología” que corrompe la neutralidad y universalidad- constituye un rasgo del presente y de relativa novedad en la vida universitaria. La de masculinidades, dentro de esta, conforma un desarrollo aún más reciente que atraviesa los espacios de activismo, la producción académica y de manera incipiente las apuestas institucionales. Como propone Luciano Fabbri, la conceptualización crítica sobre las masculinidades tiene por objetivo desmontar el “dispositivo de poder orientado a la producción social de varones cis hetero, en tanto sujetos dominantes en la trama de relaciones de poder generizadas” (2021: 27). Es en esta clave que puede pensarse el “Deconstruite macho” referido que tomo como puntapié en este artículo para, en primer lugar, caracterizar en qué ha cristalizado el debate actual sobre las masculinidades en las universidades. Y desde la caracterización de dispositivo de la masculinidad referido quisiera proponer algunas zonas menos exploradas para pensar otras derivas hacia las cuales conducir la atención analítica y, por qué no, las energías políticas (y afectivas).

Del silencio al hartazgo

¿De dónde surge “Deconstruite macho”? ¿Cuáles son las condiciones de emergencia de esta consigna? El foco principal tanto de los activismos como también de las estrategias institucionales en torno a la agenda de las masculinidades se orienta a contrarrestar las violencias sexistas en los espacios universitarios, usualmente denominadas “violencias de género” y que, metonímicamente, se expresan como “contra las mujeres”. Esta atención atañe al desarrollo y perfeccionamiento de instrumentos (centralmente, los protocolos o procedimientos para regular el tratamiento de las denuncias, y generar acciones de prevención y sensibilización), como así también a una diversidad de dispositivos, formales e informales, que se inscriben en lo que de un modo general podemos llamar las “retóricas de la deconstrucción” en el que los talleres de reflexión con o entre varones se destacan como la forma más recurrente.

Las violencias sexistas en el ámbito de las universidades han estado mayormente invisibilizadas y tramadas por el silencio y las complicidades. Hace menos de una década que existen en nuestras universidades públicas mecanismos para atender a estas situaciones y el derrotero de estos instrumentos es vertiginoso. En 2014 se establece el primer procedimiento en la Universidad Nacional del Comahue, denominado “Protocolo de intervención institucional ante denuncias por situaciones de violencia sexista en la UNCo”. Al año siguiente, en coincidencia con los acontecimientos del “Ni una menos”, 3 son cuatro las instituciones que impulsan estos procedimientos, entre ellas las universidades más antiguas y populosas del país: Córdoba, Buenos Aires y La Plata, además de la Universidad Nacional de San Martín.  El crecimiento de estos instrumentos se acelera: en 2016 se impulsan otros seis, en 2017 son trece, en 2018 una decena y once en 2019, hasta llegar a los 50 actuales en 56 casas de estudio públicas nacionales (Moltoni, Bagnato, Blanco, 2021). Es en 2015 también cuando se conforma laRed Interuniversitaria por la Igualdad de Género y contra las Violencias. Esta organización de carácter nacional fue autoconvocada por representantes de distintas universidades nacionales con el objeto de desarrollar e impulsar herramientas para erradicar las violencias sexistas en las universidades (Moltoni, 2018). Tres años más tarde la Red se institucionalizó en el marco del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), y es allí cuando toma su actual denominación RUGE; actualmente está articulando, también, las capacitaciones en perspectiva de género amparadas en la Ley Nacional Nº 27.499 (2019) conocida como “Ley Micaela” en las universidades nacionales. 

Este fuerte impulso de la agenda contra las violencias estuvo dado por el involucramiento de estudiantes, principalmente mujeres cis, lasbianas y varones gays, y grupos y organizaciones estudiantiles que desde mediados de los años 2000 tensionaron los repertorios y causas militantes tradicionales del activismo estudiantil en favor de una progresiva politización de la intimidad en el ámbito universitario y la transformación del orden público (Blanco, 2014). Ese impulso fue dado en sinergia con académicas feministas, muchas que venían desde hace más de tres décadas construyendo lo que hoy conforma el amplio espectro de las perspectivas generizadas del conocimiento (Barrancos, 2013): estudios de las mujeres, de género o feministas, teorías queer, estudios sobre sexualidades, entre otros. Pero si interesa marcar el rápido desarrollo institucional que la agenda de las violencias suscitó y los sujetos y grupos que la impulsaron es porque da cuenta no sólo de la urgencia de la demanda sino también del clima afectivo que la motorizó: el hartazgo. Como señalan Mariana Palumbo y Olivia López (2021), este hartazgo no es sólo individual, sino que es colectivo en la medida en que constituye un factor de cohesión de feministas y mujeres cis que no necesariamente se reconocen como tales, y que se configuraron como una comunidad emocional en pos de accionar políticamente contra las violencias cotidianas. 

Los alcances de este hartazgo no se han agotado en la sanción de protocolos contra las violencias, instrumentos que incluso se han revelado insatisfactorios para las demandas de atención y reparación, sino que han buscado conmover las desigualdades generizadas más estructurales de los espacios universitarios: las diferencias de acceso por géneros a cargos docentes de jerarquía, de gobierno y gestión; las asimetrías en el terreno del conocimiento, con la crítica al carácter generizado y por lo tanto no neutro; los abismos en la toma y la circulación de la palabra en los paneles, asambleas o intervenciones públicas.  A manera ilustrativa y no exhaustiva que fue desarrollada de manera más detenida en otro texto (Blanco y Spataro, 2019), como signo de un proceso que se desarrolla en otras casas de estudio, el Consejo Directivo de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la UBA resolvió en el 2018 otorgar “declaraciones de interés institucional” exclusivamente a aquellas actividades o eventos académicos que incluyan al menos un 30% de participantes mujeres.4 Por su parte, la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la misma universidad modificó el Reglamento de Concursos de Auxiliares Docentes con el objeto de instruir al jurado para programar la fecha de prueba de oposición y vista de antecedentes, teniendo en cuenta los períodos de licencia de aquellas postulantes que se encuentren usufructuando una licencia por maternidad.5 En 2021, la Facultad de Ciencias Sociales aprobó una resolución que estipula que en la conformación de los jurados de tesis de posgrado, en ningún caso los jurados podrán estar integrados exclusivamente por varones cisgénero, práctica harto habitual, y deberán incluirse necesariamente en la designación de titulares mujeres cis y/o personas de identidad trans; en el mismo sentido se expresa para la conformación de comisiones de posgrado, comités de eventos, equipos editoriales de revistas, comisiones de evaluación de convocatorias y demás cuerpos colegiados evaluativos.6 En el terreno de la vida estudiantil, la consigna de un agrupación que impulsaba la “Pandilla Feminista” para las elecciones de 2019 en la Facultad de Psicología de la UBA condensa algunos rasgos de este espíritu epocal: “más autoras mujeres en nuestro plan de estudios. Perspectiva transversal [de género] en la cursada. Protocolo [contra las violencias]: ¡implementación ya!”7

Las estrategias en torno a las violencias han movilizado también la pregunta no sólo respecto a cómo proceder ante un hecho en las casas de estudio sino también qué hacer con quienes perpetran una situación de violencia, lo que se ha traducido en el habla coloquial en “qué hacer con los varones violentos”. Inicialmente las propias agrupaciones estudiantiles organizaron estos espacios, en el que “compañeros denunciados” las más de las veces mediante mecanismos informales como el denominado escrache, son invitados a participar en  “círculos” o espacios de reflexión de participación voluntaria. No obstante, en el último tiempo las propias instituciones han encarado estrategias en este mismo sentido: formativas, de sensibilización, de intercambio o de “reeducación”, tales como el “Trayecto curricular de posgrado de abordaje y tratamiento de varones que ejercen violencia” en la Universidad Nacional de Tucumán; “Masculinidades y abordajes de las violencias machistas con varones universitarios” en la Universidad Nacional de Rosario o “Masculinidades sin Violencia”; en proceso de organización en la Universidad Nacional de Quilmes, entre otros, según un relevamiento en curso que está realizado el Instituto de Masculinidades y Cambio Social (2021). Más allá de la asociación con la violencia, estas experiencias buscan desmontar también los “micromachismos”, aunque en un sentido más general todo ello se propone apuntalar como horizonte de intervención la construcción de “un nuevo universo de inteligibilidad y de posicionamiento de los géneros respecto a modos de seducción, acercamiento y trato cotidiano” (Palumbo y López, 2021: 157). 

Así, la leyenda “Deconstruite macho! Organizate” parece ser un emergente del modo en que parte de la reflexión sobre los géneros está cristalizando en las universidades. Es en el marco de la atención a las violencias sexistas en estos espacios que se canalizan las capacidades institucionales con los procedimientos de actuación, y los esfuerzos de los activismos con las retóricas de la deconstrucción. Ello, en un escenario más general -es decir, no privativo de las casas de estudio- que involucra la compleja relación de incertidumbre, incomodidad, miedo y cinismo entre varones y feminismos (Sánchez y Vialey, 2020). Pero, ¿hay un “más allá” de la captura varones/ violencias que pueda orientar nuevos visos para pensar las masculinidades en las universidades? ¿Este sesgo no ha llevado también a invisibilizar otras experiencias y expresiones de la masculinidad? 

Subvertir la vergüenza, revertir el odio

Las preguntas anteriores se encaminan a marcar dos preocupaciones que abren a desafíos para la reflexión sobre las masculinidades en el espacio universitario: la totalización de las violencias hacia las mujeres perpetradas por varones como horizonte político y pedagógico, y la negación o renovada invisibilización de otras existencias de la masculinidad que no se reducen a los varones cis heterosexuales. Todo ello en el contexto de creciente odio, incluso en las universidades, hacia las transformaciones en curso respecto del orden sexo genérico. Semanas antes de encontrar la inscripción “Deconstruite macho!” había registrado otro graffiti en unos baños de varones de la misma facultad más pequeños y ubicados en un sector de aulas lateral que decía  “Fuera feminazis!”, dos veces escrito en las paredes con letras rojas. Nuevamente, una conversación entre varones delimitada por la espacialidad de la inscripción pero esta vez interpelando desde el odio, ese afecto que busca sobre todo reorganizar lo público (Giorgi, 2020). Expresión odiante no sólo en el uso del despectivo “feminazis” sino también en el “fuera” que señala inexorablemente la voluntad de expulsión. Es probable que esta expresión, tan cara al avance del backlash y las reacciones furibundas a las políticas de género, los activismos feministas y algunas expresiones de género, esté protagonizada por varones que se sienten atacados o perjudicados por los feminismos (Jones y Blanco, 2021). La historia de las políticas de género en las universidades es corta, entre las que ubicamos de manera incipiente aquellas en torno a las masculinidades. Las crecientes resistencias pueden estar marcando un momento de retroceso, un rasgo restaurador.

Feminazis

Si bien, como señalé anteriormente, el hartazgo ante las violencias sexistas ha tenido productividad para instalar una agenda más amplia, la primacía de la atención a las violencias y el alcance de estas viene siendo motivo de preocupación mismo entre quienes impulsaron los instrumentos para contrarrestarlas. Se advierte sobre el escenario, a más de un lustro de las primeras experiencias, una excesiva protocolización de la sociabilidad y en particular de las relaciones eróticas y afectivas, una “tentación punitivista” que persigue sólo el castigo, o el riesgo de la expansión del “pánico sexual”. Como advierte Marta Lamas desde el convulsionado escenario de las universidades mexicanas, la expansión de la retórica del concepto de acoso tuvo su explosión en las universidades estadounidenses en los años ochenta y llevó a incluir cualquier gesto o requerimiento de tono sexual, hasta convertirse en término “casi un sinónimo de ‘violación’” (2018: 33). Ello generó el inicio de un cambio cultural regresivo en el ambiente universitario de la mano de la diseminación del pánico sexual, que es posible leer como advertencia para los procesos actuales. Se abre entonces el interrogante de cómo se conjugan y diferencian las dimensiones de “lo erótico, lo social y la violencia de género”, como aspectos que deben considerarse “de manera interrelacionada, ya que no hay forma de dar cuenta de las situaciones de acoso sexual, hostigamiento o violencia simbólica sin conocer las relaciones sociales previas e in situ de las personas involucradas” (Vázquez Laba y Palumbo, 2021: 10). En la medida en que la vida universitaria no se reduce sólo a asimetrías y violencias, sino que es también un escenario complejo que involucra lazos de afecto, amor y deseo,  tal vez esto sea también una oportunidad para expandir los alcances del debate actual al terreno del consentimiento y el erotismo en el espacio universitario, lo que implica desde ya una conversación colectiva e incómoda -como plantean Losiggio y Pérez (2021)- y no sólo un acto de revisión o deconstrucción de las propias prácticas. 

Lesbianas

Finalmente, el segundo desafío refiere a las formas de habitar las universidades. Si el debate sobre masculinidades ha redundado en “los varones violentos” me pregunto si no sería importante redireccionar las energías políticas en volver nuestras casas de estudio espacios que alojen la pluralidad de cuerpos, expresiones e identidades sexo genéricas, entre ellas las múltiples existencias de la masculinidad. Me resuena aún un graffiti relevado, una vez más, en un baño pero esta vez de mujeres en la Facultad de Psicología (UBA) en el año 2008 que se preguntaba, “¿dónde están las lesbianas en esta facultad?”. Resulta sintomático la persistencia de la invisibilidad lésbica, y más aún, la posibilidad de que la masculinidad encarnada en un cuerpo lésbico “sea bien vista” y no resulte una amenaza, amenaza incluso al propio orden de la invisibilidad (Flores, 2021). Cuando se modificó el baño en FADU, y se creó el primer baño sin distinción de géneros en la UBA, identifiqué allí en 2018 un graffiti que decía: “este es el único baño que uso. Soy trans. Estoy descubriendo si no binarie o FTM [Female-To-Male, en inglés] y éste es el único baño con el que estoy cómode, grax[gracias] FADU”. El desafío más amplio, y que incluye la agenda de las masculinidades, tal vez sea el de desmontar el cis-sexismo, la heteronormatividad, incluso formas de homonormatividad, tan moduladas en el espacio universitario por el dispositivo de la vergüenza, la práctica del silencio, la experiencia de la discreción. Las escrituras en los baños, voces anónimas de actores presentes en la cotidianidad universitaria, señalan la necesidad de imaginar estrategias, lenguajes y repertorios de intervención que permitan reinventar los modos de estar juntos. 

Notas

1 Agradezco a Luciano Fabbri del Instituto de Masculinidades y Cambio Social que me haya facilitado la información del relevamiento en curso sobre Políticas sobre Masculinidades en el Sistema Universitario. También a Carolina Spataro y Daniel Jones por sus comentarios y sugerencias.

2 A diferencia de otras facultades de la UBA, como la de Arquitectura Diseño y Urbanismo (FADU), y de experiencias en otras universidades como las nacionales de Rosario, Córdoba o La Plata que han implementado “baños sin distinción de género”, los baños aquí son binarios, separados en la tradicional distinción entre varones y mujeres.

3  “Ni una menos” (NUM), consigna que dio origen a un movimiento feminista y de mujeres que comenzó el 3 de junio del 2015 para protestar contra la violencia machista y su consecuencia más grave, el femicidio.

4 Res. CD 829/18

5 Res. CD 481/19

6 Res. CD 2574/21

7 Registro de trabajo de campo en la Facultad de Psicología (UBA), sede Independencia en 2018.

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