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Explorando el Triángulo de Coordinación de Burton Clark en el Contexto de las Relaciones Contemporáneas entre Estados y los Sistemas de Educación Superior
Zachary Maggio*
* Universidad de New York.
Agradecemos al autor de cesión de derechos sobre el artículo a la Revista Pensamiento Universitario. Traducción de Laura Rovelli y Verónica Vento.
En el más amplio de los sentidos, el “Triángulo de Coordinación” (1983) de Burton Clark es un modelo que intenta ilustrar cómo puede emerger del complejo sistema de educación superior un orden que englobe diferentes objetivos, creencias y formas de autoridad. Tomando al Estado, el mercado y la oligarquía académica como las fuerzas primarias que dominan la coordinación de los sistemas de educación superior, el triángulo sitúa a estas fuerzas dentro de un espacio multidimensional para entender cómo las actividades académicas son coordinadas a través de las acciones de organizaciones, grupos y entidades. Entendido como un modelo dinámico que permite reflejar los cambios actuales dentro del sistema, el triángulo ofrece una estructura flexible a través de la cual analizar las cambiantes relaciones entre los actores del sistema de educación superior. Esta estructura puede ser aplicada sistemática y comparativamente a diferentes sistemas, ofreciendo distintos niveles de utilidad que han contribuido a engrosar el grado de influencia y relevancia dentro de la educación superior académica.
El desarrollo del triángulo de Clark fue resultado de su insatisfacción con los medios existentes para entender cómo la autoridad contribuye al orden en el sistema de educación superior. Ese tipo de trabajo se limitaba, generalmente, a dos vías principales. En primer lugar, previo al abordaje de Clark, los estudios de gobernanza y coordinación hacían foco, ante todo en los modos de autoridad académica, política y burocrática. Mientras que la autoridad es, sin dudas, un factor importante en la dinámica del sistema, Clark argumentaba que mucho del orden visible dentro del sistema era generado por las interacciones desordenadas del mercado y no por las soluciones planificadas por burócratas, políticos o figuras académicas. Si bien se había dedicado mucho esfuerzo académico al enfoque en los objetivos y resultados, muy poca atención se había prestado al amplio nivel medio en el que las interacciones entre los principales agentes contribuían a la integración del sistema en su conjunto.
En segundo lugar, a finales de los años 70, Clark se había tomado un gran trabajo en mapear los diferentes modos en los que ocurría la coordinación dentro de los sistemas académicos. En el desarrollo de su taxonomía acerca de los caminos para la coordinación académica (1979), Clark notó que, en estudios existentes, el concepto operacional de “coordinación” tendía a representar una sobresimplificación reduccionista. Los estudios favorecían invariablemente un concepto único de coordinación académica que era sustentado puramente en planes formales y jerarquías. Lo que el término excluía y lo que análisis atentos se perdían, era la comprensión de la pluralidad de diferentes tipos de coordinación y la forma en las que interactúan y acuerdan entre ellas. Este descuido contribuyó a la escasez de trabajos analíticos genuinos sobre los aspectos sistémicos de la educación superior, ya que varios grupos y procesos que estaban envueltos en el ordenamiento de las actividades y acciones académicas no eran usualmente estudiados como parte del modelo deliberado de coordinación académica.
El triángulo de Clark surge de su identificación de tres formas dominantes del sistema: Estado, mercado y academia, cada una de las cuales ofrece un medio alternativo de coordinación dentro de un sistema académico más amplio. Clark se refiere a cada uno de estos tres sistemas como tipos “ideales”, presumiblemente para evadir el supuesto de que los sistemas nacionales tuvieran que caer en una u otra clasificación. El autor sitúa a estos sistemas como los tres vértices del triángulo debido a que todos juntos constituyen los principales “grupos de interés” entre los que surgirá la coordinación de un sistema académico, a través de la interacción y la competencia. Esta coordinación tiende a desarrollarse dentro de un sistema más amplio, aun cuando cada elemento sea enteramente autónomo del resto y no compartan objetivos entre sí. Esto es posible ya que tanto los resultantes1 como las soluciones planificadas se coordinan frecuentemente para formar nuevas estructuras o soluciones viables. Esta coordinación puede tomar la forma de conflicto, competencia o lucha entre los elementos de un sistema, o bien entre resultados planificados y no planificados de sus acciones. Dentro del modelo, entonces, es el interjuego entre estos elementos y la coordinación planeada o inadvertida de sus acciones lo que influye en la fuerza de las relaciones entre las partes de un sistema académico.
Para llegar al triángulo de coordinación, Clark nos invita a imaginar un continuum; al final del cual, en un extremo, se encuentra una estructura altamente formalizada con objetivos específicos para todo el sistema, y en el extremo opuesto, un contexto de “elección social” en el cual las decisiones independientes tomadas por entidades autónomas contribuyen en un agregado al movimiento general del sistema. Entre los dos extremos del continuum existen sistemas mixtos que incorporan elementos de las estructuras formales y de los objetivos ante todo dispares, tales como los sistemas federativos o de coaliciones. Este continuum es útil en el sentido que reconoce la complejidad de las diferencias entre sistemas y permite el trabajo comparativo que evita las generalizaciones acerca de si cada sistema particular es dominado por el Estado o el mercado. También muestra que el movimiento dentro del continuum es posible en cualquiera de las direcciones. Un continuum que sitúa a los sistemas respecto a una dicotomía Estado/mercado no resulta satisfactorio para describir la complejidad de la mayoría de los sistemas académicos. Clark señala que un sistema puede no estar coordinado, ante todo, ni por el Estado ni por el mercado, sino por lo que el autor denomina como una “oligarquía académica”. Por este término, Clark entiende las formas en las que los académicos pueden ejercer poderosas voces colectivas, a pesar de la tendencia de la profesión académica a descentralizar el poder hacia feudos locales y pequeños monopolios. A pesar de estar enraizados en el nivel más bajo de la estructura de poder, Clark argumenta que los académicos claves son capaces de transferir frecuentemente el poder local hacia niveles regionales y nacionales. Esto es posible debido a que conservan posiciones privilegiadas, tanto en el acceso a las oficinas centrales como por el hecho de ser un componente principal de preocupación de los agentes políticos y burocráticos.
Clark postula que existe alguna forma de coordinación por parte de la oligarquía académica y que ciertos sistemas más alejados en el continuum de aquellos organizados por el Estado dependen fuertemente en la estabilidad de las relaciones que la oligarquía puede proveer. La oligarquía puede ser representada por un ministro de educación nacional, aunque en muchos países aparece en la forma de cuerpos intermedios que toman la forma de consejos de coordinación, consejos de gobierno u otras entidades de gestión.
Con el agregado de la oligarquía académica, al Estado y al mercado, Clark tiene los tres vértices necesarios para la construcción de su famoso triángulo de coordinación. (Gráfico 1)
Claramente, el triángulo por sí solo no postula ninguna posición normativa particular acerca de hacia dónde se situaría el sistema con respecto a las tres fuerzas primarias de coordinación. Sin embargo, sí produce el efecto de que el movimiento lejos de una fuerza necesariamente coloca al sistema más cerca de, al menos, otro modelo de integración. Así, como un ejemplo, un sistema alejándose del modelo de coordinación dominado por el Estado, necesariamente cae bajo la gran influencia del mercado o de la oligarquía académica. Cada una de las fuerzas identificadas ejerce cierta influencia para llegar a un modo integrado final de coordinación que refleja los aportes de las tres. El triángulo no permite combinaciones en las que los sistemas podrían orientarse fuertemente hacia dos fuerzas simultáneas, como la oligarquía académica y el mercado. El modelo asume que cada uno de estos modos de coordinación son, al menos parcialmente, mutuamente excluyentes. Podemos denominar a esto “el efecto de suma cero” del modelo.
El triángulo es también incapaz de registrar movimientos de una posición hacia otra, en cambio solo sitúa a un sistema en un lugar dentro del triángulo, en un tiempo determinado. Un efecto colateral es que el modelo no puede dar cuenta de situaciones en las que una fuerza es particularmente predominante en un determinado tiempo, mientras que habilita periódica (o regularmente) el espacio para que otra fuerza tome el papel principal. Tomando estos dos puntos en conjunto, observamos que el triángulo es un modelo fijo que permite la comparación entre sistemas en un momento determinado, pero no capta la evolución, oscilación o cambio. Nos referiremos a ello como el efecto de “simultaneidad” del modelo.
El triángulo de Clark ha probado ser una herramienta analítica resiliente y es ampliamente considerado uno de los modelos más influyentes para el análisis de relaciones gubernamentales y de autoridad en la educación superior. Sin embargo, treinta años después de que Clark produjera su famoso modelo, lo revisitamos bajo circunstancias muy diferentes de aquellas que lo concibieron. Una confluencia de factores sociales, económicos y políticos han alterado en las últimas décadas los roles y relaciones entre Estado, mercado y oligarquías académicas. Estos cambios tienen implicancias importantes en cuanto a cómo los sistemas académicos se ordenan, así como también para las investigaciones que intentan descubrir los vínculos que contribuyen a ese orden. ¿Ha evolucionado tanto el panorama de educación superior como para requerir un replanteamiento o reconsideración completa del triángulo de Clark, particularmente con respecto a los Estados Unidos?
Literatura Contemporánea sobre los Roles del Estado y el Sector Superior
El papel del Estado en relación con la educación superior en Estados Unidos es un territorio conceptual difícil de explorar. Esto es, al menos parcialmente, debido a la tendencia persistente de parte de los académicos, hacedores de políticas y líderes institucionales de mirar a los Estados Unidos como un sistema académico nacional, manejado por las acciones agregadas de cada uno de los 50 estados (Parsons, 1997). La multidimensionalidad del conjunto de poder, autoridad y provisión en el sistema federativo de Estados Unidos ha causado desacuerdos en la literatura acerca de si el sector superior nacional presente en Estados Unidos constituye un sistema coherente en todos los sentidos posibles (Clark, 1983). Pusser (2008) sugiere que el mejor abordaje es la conceptualización del comportamiento de las instituciones en Estados Unidos en tanto influenciadas por un rango diverso de formas de control estatal, consideradas tanto formal como informalmente en el nivel local y federal.
A esta complejidad se suman las relaciones histórica y políticamente entrelazadas entre los estados de Estados Unidos y los sistemas de educación superior. Estas historias compartidas complican la comprensión de cómo el Estado ha moldeado el sistema (o viceversa) o bien cómo las complejas dinámicas de poder han evolucionado entre ellos. Por ejemplo, en Estados Unidos, varias instituciones preceden a la formación de los Estados modernos que actualmente ejercen la jurisdicción sobre los estudios superiores en los que operan. Es muy frecuente la situación en la que las instituciones han contribuido de manera clave al desarrollo político, económico y social del Estado, llevando a varios académicos a conceptualizarlas como “universidades constructoras de Estado” (Ordorika y Püsser, 2007). Ello sugiere que lo que existe en la relación Estado/educación superior es una dinámica de intercambio de poder e influencia y no una aplicación de poder unilateral desde el Estado hacia el sistema académico. Las investigaciones recientes sobre la educación superior y el Estado han evolucionado simultáneamente hacia el consenso y el conflicto en torno a cuestiones clave. Por un lado, existen considerables divergencias en la literatura acerca del papel de las organizaciones de educación superior dentro del contexto de Estado contemporáneo. Por ejemplo, Larabee (1997) identifica tres objetivos que describen la educación superior norteamericana: calidad democrática, eficiencia social y movilidad social. Estos objetivos, a su vez, están destinados a captar los intereses de la ciudadanía, el contribuyente y el consumidor, respectivamente. Pusser y Marginson (2009) toman la clasificación de Larabee para sugerir que el Estado moldea a las instituciones de educación a través de sus demandas hacia resultados particulares. El propio trabajo anterior de Pusser sobre el rol de las universidades en la construcción del Estado sugiere una vía mutua de autoridad mucho más compleja. Del mismo modo, existe un desacuerdo (que viene de lejos) sobre el papel de la educación superior en reproducir desigualdades sociales (Haveman y Sneeding, 2006; Percell y Cookson Jr, 1990) o en trabajar para mejorarlas, aunque no del todo exitosamente (Bowem, 1977; Bowen, et al, 2005).
Por otro lado, los investigadores han aglutinado sus indagaciones en torno a algunas formas clave en las que el Estado ejerce su autoridad sobre la educación superior: la provisión de subsidios a la educación superior pública para la docencia, la investigación y el servicio; la regulación de actividades institucionales orientadas hacia prioridades y proyectos estatales; y la promoción del acceso y la oportunidad para las poblaciones de bajos recursos para que puedan mejorar las inequidades generadas por el desigual apoyo del Estado al desarrollo económico (Pusser, 2008).
Por otro lado, varias investigaciones se nuclean en torno de algunas formas en que los Estados ejercen su autoridad sobre la educación superior: la provisión de subsidios para educación superior pública para la docencia, la investigación y el servicio; la regulación de las instituciones, actividades para proyectos y prioridades estatales generales; y la promoción del acceso y la oportunidad para las poblaciones desatendidas a fin de mejorar las desigualdades generadas a través del apoyo estatal desigual para desarrollo económico (Pusser, 2008). Lejos de ser modos de funcionamiento exclusivos, se sugiere que estas tres áreas de intervención estatal están estrechamente interrelacionadas y ahora están experimentado cambios sustanciales debido a presiones externas e internas.
Tales desarrollos han estimulado el surgimiento de una literatura sólida y reciente sobre la “transformación”2 de la educación superior. La literatura sobre la transformación abarca cambios significativos en el papel del Estado y es analizada a través del prisma de fenómenos contemporáneos como la privatización (Johnstone, 199; Williams, 1996), globalización (Marginson y van der Wende, 2007), el marketing (Bok, 2003; Kirp, 2003), y los continuos debates sobre acceso y calidad (Douglass, 2007). En particular, ha habido un gran incremento en la atención dirigida al papel de los mercados en la educación superior, cómo el Estado ha mostrado una tendencia a confiar en mecanismos pro mercado para la coordinación de los sistemas de educación superior (Williams, 1995; Dill, 2003). La presente literatura se desarrolla alrededor de temas como la globalización, la remoción o erosión del Estado como proveedor clave en el suministro de recursos, la reestructuración de estudiantes como consumidores del “producto” educación superior, y la emergencia y el éxito del sector con ánimo de lucro. Mientras que los mercados verdaderos de educación superior no existen (debido a las políticas del gobierno y las acciones regulatorias), los mecanismos de monitoreo de mercado han incrementado su importancia ya que los gobiernos intentan ejercer el nivel y tipo apropiado de intervención gubernamental (Jongbloed, 2003).
Estos fenómenos han sido objeto de un extenso análisis documental y descriptivo en años recientes. A pesar de la importancia y visibilidad de estos temas, muy pocos de los estudios realizados vinculan directamente los cambios en el papel del Estado con la relación siempre en evolución entre el Estado y el sector de estudios superiores. Se han invertido escasos esfuerzos en reevaluar los modelos predominantes de autoridad en la relación entre educación superior y el gobierno. Y después de Clark muy pocos investigadores han mostrado interés en encuadrar estas preguntas en términos de lograr un “balance” apropiado entre Estado, mercado y las fuerzas institucionales.
Construcción de estudios académicos contemporáneos sobre el Modelo de Clark
A pesar de la preeminencia en la conciencia colectiva de los investigadores de la educación superior, en la literatura se encuentran sorprendentemente pocos casos de respuestas directas al modelo de Clark. Cuando se invoca el triángulo, a menudo se utiliza para ilustrar desarrollos sencillos, unidimensionales en los sistemas de dirección nacionales, como por ejemplo el cambio de control estatal a supervisión estatal (van Vught, 1989). Solo unos pocos académicos traen a colación el triángulo en un contexto de formas complejas en el que los Estados y sistemas responden a presiones contemporáneas. Para comprender la relevancia del modelo de Clark en la actualidad, es útil revisar brevemente algunas de esas propuestas aquí.
Jongbloed (2003) utiliza el triángulo para explorar la forma en la que la política de comercialización está siendo implementada en la educación superior de los Países Bajos. En ese ejemplo, mientras que el triángulo es suficiente para ilustrar una situación en la cual el Estado se retrae para dejar que las fuerzas del mercado coordinen la demanda y el suministro, no capta adecuadamente el papel dual del gobierno holandés como iniciador y facilitador actual de un nuevo conocimiento basado en la economía de mercado. La limitación del modelo, en este contexto, es lo que se denominó anteriormente como “efecto de suma cero”: una cuasi exclusividad impuesta por las fuerzas de coordinación. En el modelo, la influencia del Estado necesariamente disminuye a medida que el sistema se reorienta hacia mecanismos basados en el mercado. Esta dinámica es insuficiente cuando se aplica al contexto holandés, ya que en ese caso el Estado no está simplemente dando un paso atrás, sino que “da un paso atrás, entra nuevamente con un paso adelante, y coopera, todo al mismo tiempo” (p.134). Jongbloed es forzado a modificar el triángulo de Clark para permitir una nueva dinámica en la cual el Estado simultáneamente controla y facilita la competitividad y la creación de conocimiento, ejerciendo un control regulatorio mientras trabaja estrechamente con el sector académico.
Christine Musselin (2004) menciona el triángulo en su análisis del desarrollo reciente dentro del sistema de educación superior francés. El propio Clark situó a Francia a mitad de camino entre la autoridad estatal y la oligarquía académica, y lo más alejado del mercado como fuera posible. Musselin no está de acuerdo con la caracterización de Clark del sistema francés y critica el modelo por ser tanto jerárquico como estrecho. Musselin cuestiona la idea de Clark de que cada modo de coordinación es capaz de estructurar simultáneamente los niveles organizacional, institucional y de base de un sistema. En cambio, Musselin sugiere que diferentes niveles de un sistema académico -como por ejemplo un nivel intermedio (universidades) o de base (académicos)- podrían integrarse a través de diferentes principios, por distintas entidades al mismo momento. En ese caso, se debería considerar la posibilidad de dibujar múltiples triángulos -uno para cada nivel- pero entonces se volvería extremadamente difícil entender cómo sintetizarlo. Por lo tanto, si bien el triángulo es útil en la medida que permite considerar las relaciones entre las modalidades de coordinación, no es lo suficientemente desarrollado para permitirnos considerar las realidades empíricas de cómo éstas relaciones afectan de forma diversa las diferentes partes de un sistema académico.
El trabajo más reciente que aborda sustancialmente el modelo de Clark es el examen de Brian Pusser (2008) de la reestructuración del sistema de educación de Virginia. En ese estudio, Pusser intenta aplicar el modelo de Clark al caso de Virginia para comprender si el Estado, el mercado y el patrimonio institucional son realmente actores clave en las relaciones de autoridad contemporáneas. La primera crítica de Pusser al triángulo en este contexto se dirige a la concepción de Clark de oligarquía académica. Estados Unidos, sostiene Pusser, nunca ha desarrollado una oligarquía académica clásica, del tipo que Clark imagina en su triángulo de coordinación. En cambio, Clark sugiere que una mejora al modelo (en el contexto de Estados Unidos) sería sustituir la oligarquía académica por el “poder académico”. La idea de un poder académico comienza a construirse en trabajos previos de Clark, en los cuales explora cómo se invierte el poder en los líderes institucionales, las estructuras de gobierno de la facultad y las juntas de gobierno internas (Pusser, 2004).
Pusser va más allá en su intento de rediseñar el concepto de oligarquía académica de Clark. Tomando los aportes de investigaciones recientes sobre la gobernanza de la educación superior, Pusser sugiere que un “poder institucional” -representando la autoridad institucional además de la facultad de gobernanza- es un actor aún más poderoso en el gobierno contemporáneo y un representante significativo de la universidad en las competencias de autoridad. El concepto de poder institucional refleja una evidencia sustantiva que sugiere que la influencia del profesorado sobre la gobernanza institucional está en declive, especialmente a medida que las instituciones contratan un número cada vez mayor de profesores de tiempo parcial y no estables. En ese vacío de poder, la gobernanza se ha movido más allá de la facultad y más allá de la administración para incluir juntas de gobierno, fideicomisarios y partes interesadas externas como gobernadores y legisladores (Hines, 2000). Estos múltiples demandantes de autoridad complican nuestra comprensión de la simple formulación de Clark de gobernanza en educación superior.
En la discusión de Pusser sobre el triángulo en el contexto del caso de Virginia, concluye que, en lugar de existir modos de coordinación discretos y mutuamente excluyentes, el mercado y el poder institucional se conceptualizan mejor como anidados dentro del Estado. En esta formulación, el Estado es simultáneamente actor e instrumento, reconociendo la legitimidad del mercado y los intereses institucionales en la búsqueda de sus propios objetivos. El modelo de Clark no capta completamente la tensión dinámica entre las tres fuerzas, o la forma en que la que están localizadas en un estado constante de competencia y negociación.
Jongbloed, Musselin y Pusser ofrecen diferentes perspectivas de la relevancia del triángulo de Clark en la educación superior en la actualidad. Los tres presentan una posición contemporánea del modelo y, en ese sentido, es útil describir lo que tienen en común dentro de sus críticas. Los tres académicos incorporan un elemento de contienda política en sus análisis, basándose en una variedad de literatura relativamente reciente que ubica a los Estados y sistemas de educación superior como lugares de conflicto y disputa, sobre qué papel debe jugar la educación para conseguir prioridades estatales (Slaughter y Rhoades, 2004). Cuando consideramos lo que Slaughter y sus colegas denominan como “competencia” y Pusser como “tensión dinámica”, el triángulo de Clark comienza a aparecer como problemáticamente estático.
Parece claro que el modelo de Clark no puede captar adecuadamente la dinámica evolutiva que contribuye a las relaciones de autoridad contemporáneas, considerando la manera en que las fuerzas ahora se mezclan y chocan entre sí, a veces cooperando y otras no. Si bien el modelo es universalmente admirado como un trabajo fundacional que ha brindado una comprensión crucial de cómo se puede ordenar un sistema académico, tal vez se basa demasiado en una función comparativa que no ofrece mucha luz analítica. Cuando Clark desarrolló este modelo, el trabajo comparativo sobre los sistemas nacionales era considerado ampliamente una prioridad académica. Hoy, en un mundo cada vez más globalizado (en el cual algunos detectan la emergencia de un mercado global para la educación superior), el trabajo comparativo quizá no es tan valorado por las posibilidades de evaluación descriptiva de diferentes sistemas a lo largo de un conjunto de dimensiones prescriptas. Mas bien, parece posible que los análisis comparativos puedan ofrecer una mayor comprensión cuando se focaliza en cómo las fuerzas de globalización aplican presiones uniformes a todos los sectores de la educación superior, y la forma en que los comportamientos sistémicos convergen incrementalmente hacia respuestas comunes.
Más allá del triángulo de Clark: algunos otros modos de pensar la Coordinación
Treinta años después de su primera aparición, y a pesar de sus aparentes limitaciones, el triángulo de Clark sigue siendo ampliamente contemplado como la referencia fundacional para aquellos que buscan comprender los aspectos sistémicos de la educación superior. Como ya hemos visto, algunos académicos contemporáneos encuentran al modelo demasiado simplista para describir la complejidad de los intereses dentro de las relaciones contemporáneas de autoridad en la educación superior. A pesar de esto, en la literatura solo se han sugerido algunas tipologías alternativas.
Becher y Kogan (1992), en su análisis de los cambios en los procesos y estructuras de la educación superior, intentan describir la organización de los sistemas académicos a través de la identificación de cuatro estructuras básicas dentro de las universidades: la individual, la unidad básica (el departamento), la institucional y la autoridad central (el Estado). Analizan los efectos de las presiones normativas para explicar los cambios en creencias o prácticas en todos los niveles, lo que lleva a su tesis de que el cambio en la oferta de educación superior se produce cuando los valores normativos y los valores operativos son incongruentes. En general, se considera que su trabajo se basa directamente en el estudio de Clark, en el sentido de que ambos modelos ven a la educación superior como un sistema social abierto en estrecho contacto con y respondiendo a las presiones del ambiente externo.
Van Vught (1993), respondiendo directamente a las limitaciones percibidas del modelo de Clark, reduce el modelo de gobernanza tridimensional de Clark a un espacio bidimensional y sugiere la diferenciación entre un modelo de control estatal y un modelo de supervisión estatal. El modelo de control estatal puede ser caracterizado por poseer una fuerte autoridad de la burocracia estatal y una posición relativamente fuerte de la oligarquía académica dentro de las universidades. Dentro del modelo de supervisión estatal, la autoridad se divide entre una fuerte comunidad académica y la administración interna de las universidades. Van Vught posiciona al control estatal y a la supervisión estatal como modelos de políticas centrales las que, con algunas variaciones, informan cualquier otro modelo de gobernanza que pueda construirse (Moja, et al., 1996)
Finalmente, es importante resaltar el trabajo de Sheila Slaughter y sus colegas, cuya teoría del “capitalismo académico” (1997) proporciona un marco fundamentalmente nuevo de referencia a través del cual comprender las interrelaciones entre Estados, mercados e instituciones. En esa teoría, universidades y profesores emplean comportamientos similares a los de mercado para competir por los recursos de los proveedores externos. Se puede considerar que este comportamiento del mercado rige una reestructuración total de la educación superior, que incluye un cambio organizativo sustantivo; cambio en las asignaciones de recursos internos; cambios en la división del trabajo académico en materia de investigación y docencia; el establecimiento de nuevas formas organizativas; y la organización de nuevas estructuras administrativas o la reconfiguración de estructuras antiguas (Slaughter, 2001).
Conclusiones
El Triángulo de Coordinación de Burton Clark representó un gran avance al pensar la gobernanza y la autoridad en la educación superior. El modelo de Clark movió exitosamente el análisis de la coordinación de la educación superior más allá de la maquinaria básica de los procesos burocráticos y políticos para dar cuenta de la forma en que los procesos sociales, económicos y culturales interactúan para producir orden en un sistema. En su amplitud y alcance, también representó uno de los más tempranos intentos de fusión de los enfoques sociológicos y teórico-políticos al pensamiento sobre las relaciones de autoridad en la educación superior (Pusser; 2003).
El modelo de Clark permanece como un marco elegante y atractivo para comparar sistemas nacionales, y su relativa simplicidad le otorga una utilidad resistente que ha asegurado su relevancia por treinta años. Sin embargo, las presiones actuales en los sistemas de educación superior han producido un espectro de comportamientos y respuestas complejas de parte de las instituciones, organizaciones e individuos que el modelo no puede captar adecuadamente. La complejidad de las relaciones de autoridad contemporáneas, las cuales sitúan a la educación superior como un lugar de competencia y conflicto dinámico, llaman a pensar nuevos modelos de gobernanza y autoridad de la educación superior. Esos modelos futuros deberán adaptarse para tener en cuenta la dinámica fluida de la contienda y negociación. Lejos de ser modos de coordinación mutuamente excluyentes, el Estado, el mercado y el poder académico operan cada vez más como instrumentos y actores de gobernanza interdependientes.
NOTAS
1 Un térmico que Clark toma prestado de Banfield (1961) para describir los resultados producidos por las acciones descoordinadas en su conjunto.
2 “Transformación” tiende a no ser usada como término técnico o académico, sino como una forma abreviada y amplia de referirse al cambio de roles del Estado y la Educación Superior.
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