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Ramón Enrique Gaviola (1900-1989): Concepciones y debates acerca de la formación de físicos en Argentina

Marcela Sosa

Dra en Ciencias Sociales. Actualmente Directora del Doctorado en Educación  de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. 

La reconstrucción de la trayectoria científica de Gaviola  -destacado físico mendocino creador del Instituto de Matemática, Astronomía y Física (IMAF) de Córdoba en 1956-  permite comprender las ideas concernidas en torno al proyecto de establecer una escuela de científicos, así como las características del campo científico y universitario de la época: la constelación de posiciones y discusiones acerca de condiciones institucionales, académicas y curriculares para la formación de científicos, la inserción de la ciencia en el escenario universitario y social, y definiciones y representaciones de la ciencia y de la figura del científico.1

Consideramos que Gaviola se anticipó a la época elaborando propuestas de lo que en un tiempo serían las principales creaciones institucionales para la física en particular, y para la ciencia en Argentina, constituyéndose así en un protagonista activo de las polémicas en torno a las políticas para la ciencia. Sostenemos que sus proyectos plasmaron esas ideas sobre la base de una experiencia académica e institucional que es representativa de un estilo de formación en el que se reconocen marcas de tradiciones consolidadas y emergentes para la época, por lo que sin diluir su figura, indagamos la institucionalización de la física en la configuración incipiente de los campos universitario y científico.

Podríamos plantear que Gaviola iría gestando un modelo institucional para la ciencia, a contrapelo de las tendencias universitarias en Argentina. Su concepción de ciencia y de científico, basadas en un orden jerárquico “natural” sostenido en el mérito individual, se delineó en el marco de una tradición que se iría contraponiendo a las lógicas del campo universitario organizadas por principios democratizantes desde la Reforma de 1918, y que contaba con una base social que pugnaba por la formación profesional. Las tensiones entre el campo universitario y las formas incipientes de la actividad científica mostrarían las diferencias expresadas en los modos de organización y de concepciones respecto de sus funciones sociales. Las iniciativas de Gaviola (1931) respecto de la universidad argentina se plasmaron en escritos diversos y en diferentes épocas:

Es pues imprescindible que todo profesor de matemáticas y de física sea un estudioso y un investigador (…) Es sabido, que la necesidad de dictar numerosos cursos hace que el profesor sea un obrero que trabaja a destajo, como los obreros de los frigoríficos. (p.131)

Esto, “junto con la rigidez de los planes de estudio eran responsables de la ‘fosilización’ del profesor y, por lo tanto, de la ausencia de investigación en la universidad” (Gaviola, 1931 p.133). Argumentaba que las carreras de doctorado eran desconocidas para los egresados del bachillerato a pesar de ser de “urgente necesidad en el país y su porvenir económico y social” (Gaviola, 1931, p.148). 

Gaviola, en su libro Reforma de la Universidad Argentina y Breviario del Reformista, de 1931, justificaba la necesidad de incrementar considerablemente el presupuesto para el desarrollo científico en la universidad:

Para hacer una universidad se requieren tres ingredientes principales: profesores, estudiantes y dinero. El último es el más importante. Los profesores son a menudo superfluos cuando existen buenos libros de texto. Los estudiantes son innecesarios para la misión puramente científica de la universidad. El dinero es siempre imprescindible. Y es tres veces imprescindible; es imprescindible para que el estudiante pueda ser estudiante, para que el profesor pueda ser profesor, y para que la universidad pueda ser un centro de ciencia y cultura. El vicio máximo de la universidad argentina es la absurda organización económica. (p. 9)

Buchbinder (2010) considera que esos juicios acerca del funcionamiento de la universidad reformista revelaban los límites para instituir un sistema de dedicación exclusiva a la docencia y  para definir un perfil científico sobre uno profesional para decidir el acceso a los cargos. Es desde ese marco interpretativo como pueden comprenderse los cuestionamientos que Gaviola formuló: el pluriempleo de los profesores, la construcción de la carrera académica basada más en la permanencia que en los méritos científicos; y, señalando la corrupción y las prácticas clientelares imperantes: “el profesor con voto comprometido deja de ser una persona de alto criterio académico y pasa a la categoría de afiliado y servidor de una camarilla electoralista” (1931, pp. 142-143). 

Los proyectos pioneros en Córdoba

La relación de Gaviola con el Observatorio Astronómico de Córdoba (OAC) se inicia con la supervisión de los trabajos finales sobre el gran espejo y su transporte desde Estados Unidos, como astrofísico y vicedirector, entre 1937 y 1940, bajo la gestión de su colega Juan José Nissen  -primer astrofísico argentino en dirigir el observatorio cordobés- y, finalmente, como director del Observatorio entre los años 1940 y 1947 (Hurtado, 2010).

En julio de 1942, se inauguró finalmente la Estación Astrofísica, lo que constituyó un evento relevante al que asistieron las más altas autoridades nacionales y provinciales, representantes de diversos países y el conjunto de científicos que Gaviola reunió para la realización de lo que denominó Pequeño Congreso de Astronomía y Física (PCAF). De esta manera, había avanzado en la instalación de un centro en el que proponía la realización de investigación y preparación de personal en los años venideros. El pequeño congreso logró reunir en el Observatorio a un grupo de físicos y matemáticos interesados en el desarrollo de la disciplina y en la apertura a líneas y problemas. Esta iniciativa fue fuertemente potenciada con la incorporación de Guido Beck al OAC, en el año 1943, que fue la culminación de intensas tratativas en un escenario político internacional conflictivo. Beck, quien contaba con una experiencia internacional destacada y que estaba sufriendo los efectos de la Guerra y la discriminación nazi por su condición de judío, hasta su detención en Francia y luego en Portugal, fue rescatado por Gaviola, logrando que fuera designado para el dictado del curso de Física teórica en el Observatorio. 

El ingreso de Beck inició la formación en Mecánica Cuántica de los físicos argentinos, tanto en el Observatorio, como en escuelas de verano realizadas en Pampa de Achala (Córdoba), que nuclearon a jóvenes científicos argentinos como José Balseiro, Jorge Agudín, Ernesto Sábato, Mario Bunge y Alberto Maiztegui, entre otros. El Observatorio pasó, así, a convertirse en el centro de investigación y formación superior en física más influyente del país, y también como un intento instituyente  al margen de los avatares de la política nacional y los conflictos propios de la universidad. En este rol de formador de nuevas generaciones de físicos argentinos, el director del Observatorio pronto se convirtió en una figura capaz de liderar el proceso de institucionalización de una disciplina, cuya renovación y crecimiento acelerado eran advertidos por los países centrales.

En ese proceso, la creación de la Asociación Física Argentina (AFA) se inscribe en una serie de encuentros organizados por Gaviola y Beck en los que lograron reunir a estudiantes y físicos de Tucumán, La Plata y Buenos Aires. Ese pequeño grupo -no más de 26- conformó la asociación en agosto de 1944, con Gaviola como presidente y tres secretarios locales: Beck, en Córdoba, Galloni, en Buenos Aires y Loedel Palumbo, en La Plata. Definieron como órgano de difusión la Revista de la Unión Matemática Argentina y de la AFA. La nueva asociación significaba avanzar en la campaña por institucionalizar y profesionalizar la investigación en las universidades, y la consolidación de la extensa red académica que Gaviola  logró tejer en el exterior, y respecto de la cual, se había convertido en un intermediario obligado. Sin embargo, los sucesos políticos y sociales, internacionales y nacionales, interrumpieron esos procesos. 

El frustrado proyecto de una Escuela de Astronomía, Meteorología y Física en el Observatorio de Córdoba

 Cuando el ministro de Marina, Tessaire, formuló una crítica al funcionamiento del Observatorio, Gaviola respondió con el denominado Memorándum de 1944, en el que exponía la trayectoria del Observatorio Nacional y, en defensa de lo realizado, destacaba la importancia otorgada por los más importantes observatorios estadounidenses a los trabajos emprendidos, expresada ésta en la difusión internacional de sus publicaciones y memorias.2 En esa oportunidad también propuso la creación de una Escuela de científicos y técnicos “para convertir al ONA en una Escuela Superior de Astronomía, Meteorología y Física (…) si contara con el apoyo decidido del Ministerio y la colaboración de la UNC” (Gaviola 1944b, en Bernaola, 2001, p.329)

El argumento que sostuvo Gaviola para  fundamentar la necesidad de la creación de la escuela refería a la escasez de físicos:

La carencia de físicos es un mal crónico de América latina, es cierto que unos pocos grupos de físicos latinoamericanos han hecho aportes en la franja del más alto nivel internacional. Sin embargo, la física latinoamericana –y la Argentina no es una excepción– no ha tenido mayor impacto sobre el desarrollo tecnológico y económico de la región (Gaviola 1944b, en Bernaola, 2001, p.329)

En efecto, planteaba que:

el número de físicos y químicos capaces de investigar con provecho es actualmente en el país seguramente inferior a veinte (…) Si tuviéramos mil –y entre ellos tres o cuatro de primera línea– la industria podría abrir laboratorios industriales, las universidades podrían tener profesores que supiesen enseñar a investigar investigando (…) y podríamos construir institutos tecnológicos. Pero tenemos veinte. (Gaviola, 1945, en Hurtado, 2010, p.63)

Escasez también advertida por las autoridades ministeriales, por lo que Gaviola basó la fundamentación del proyecto  prioritariamente en las necesidades que, a su criterio, presentaba la Marina, la Aeronáutica y la Escuela de Aviación Militar.3 Al mismo tiempo, en consonancia con preocupaciones gubernamentales de la época, su argumentación giró en torno al problema de la guerra: 

Se ha dicho que la presente guerra mundial es una guerra de físicos. El físico se ha convertido en la figura central del progreso de la industria. De la industria bélica y de la industria de la paz. La física es además materia básica para casi todos los otros estudios científicos (…) Hacen falta físicos como profesores de su especialidad en las escuelas militares y navales, en las universidades, en escuelas especiales y en las escuelas secundarias. (Gaviola 1944, en Bernaola, 2001, p.33)

Y agregó que “el lugar indicado sería Córdoba, centro de la Aviación en Argentina, como centro cultural y económico para el noroeste del país, y porque en Córdoba el observatorio, es la única institución científica en el que su personal presta dedicación exclusiva” (Gaviola, 1941, en Bernaola, 2001, p. 265).

El proyecto no recibió ninguna respuesta de las autoridades, cuestión que, sumada a las dificultades presupuestarias del Observatorio, condujo a la renuncia de Gaviola en 1947. Las diferencias centrales entre proyectos se comprenden si tenemos en cuenta que, para el gobierno peronista, las áreas consideradas prioritarias fueron las relacionadas con la defensa y el desarrollo industrial, y sus primeras medidas se enfocaron en el problema de la productividad y no- como deseaba Gaviola- en la formación de investigadores, ni en el financiamiento de la ciencia pura

Esto explica las diferencias que manifestaron gran parte de los académicos y científicos con las políticas científicas y universitarias del peronismo, la importancia que adquirieron en las políticas estatales los efectos de la Segunda Guerra Mundial, su repercusión en el país, y el lugar particular que ocuparon los físicos a partir de entonces. 

Los sectores involucrados en los diferentes espacios de la denominada élite científica –fundamentalmente nucleados en la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC) y la AFA– planteaban el problema de la escasez de recursos humanos, y diversos analistas coinciden en señalar la inexistencia de recursos institucionales, estatales o privados, que permitieran una “reproducción ampliada de la investigación: becas, subsidios o cargos de dedicación exclusiva eran instrumentos inestables, carentes de estandarización, dependientes de dinámicas institucionales o disciplinares, de las cuotas de poder y de la capacidad de negociación” (Feld, 2015, p.57). 

A partir de 1950, el gobierno peronista inició una serie de acciones tendientes al desarrollo, coordinación y planificación de actividades científicas y técnicas, compatibles con planificaciones socioeconómicas de mayor alcance, cuestiones que fueron plasmadas en el denominado Segundo Plan Quinquenal. Comenzó, de este modo, una serie de creaciones que tuvieron importancia sustantiva en el desarrollo científico y técnico en el país y, en particular, en el área de la energía atómica, con efectos directos en la comunidad de físicos.

Gaviola, en ese marco, impulsó la creación de un instituto de física y de la Comisión Nacional de Investigaciones, entablando una interesante polémica con el general Manuel Savio en torno a la dependencia del probable instituto de investigaciones relacionado con la energía atómica. Mientras que Savio planteaba la dependencia institucional del Ministerio de Guerra, Gaviola propuso la creación de una Secretaría de Investigaciones Científicas dependiente de la Presidencia de la Nación, para impulsar las investigaciones científicas con las universidades y escuelas superiores, estudiar los recursos naturales del país, promover la formación de personal técnico y científico y facilitar la venida al país de hombres de ciencia y técnicos extranjeros (Comunicación de Gaviola a Isnardi y Savio, 1946,  Feld, 2015). 

La oposición se fundaba en componentes claves de su ideario científico basado en la rebeldía, e insatisfacción con teorías y métodos existentes y al rechazo a la autoridad jerárquica. 

Sin embargo, en 1949 se organizó la Planta de Altas Temperaturas en Bariloche –Isla Huemul– bajo la dirección del físico alemán Ronald Richter.4

El Affaire Richter al que varios analistas aluden, consistió en la contratación del físico austríaco Richter, que llegó a la Argentina y convenció a Perón del desarrollo de un proyecto experimental para lograr la fusión nuclear controlada y obtener energía ilimitada a muy bajo costo. El gobierno accedió y dotó de grandes partidas presupuestarias para instalar los laboratorios en la Isla Huemul en Bariloche, pero  Savio, quien fue el primero en impulsar un proyecto orientado al desarrollo de la energía nuclear y que había establecido un diálogo con varios referentes de la comunidad local de físicos, había fallecido, por lo que Richter estaba aislado de una comunidad con capacidades cognitivas para fiscalizarlo, según afirma Comastri (2014). 

En editoriales de Mundo Atómico, entre 1950 y 1951, se informaba con optimismo sobre las actividades. Sin embargo, el proyecto comenzó a ser sometido a comisiones investigadoras que llegaron a la conclusión de que se trataba de un fraude, por lo que se canceló en 1952 (Feld, 2015).

En relación con el proyecto de Richter en Bariloche, Gaviola expresaba: “La organización militar acostumbra a rodear de secreto sus actividades, para un desarrollo sano en la ciencia y en la técnica, es indispensable la libre discusión y la libre publicación de los resultados” (Feld, 2015, p. 61).

Por otra parte, en 1950, el gobierno decretó la creación del Centro Nacional de Radiación Atómica como dependencia militar, aunque les concedió a la Planta un amplio grado de autonomía y afianzó la política de creación y orientación de los organismos estatales de acuerdo con los lineamientos de los planes quinquenales. Al año siguiente, esa dirección se transformó en Dirección Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (DNICyT) y, en 1951, se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CNICyT), a fin de orientar, coordinar y promover las investigaciones científicas y técnicas en el país. 

El CNICyT5 estuvo integrado por representantes de las universidades nacionales, el presidente de la Junta de Investigación Científica y Experimentación de las Fuerzas Armadas, el director general de Cultura de la Nación, el de Servicios Técnicos del Estado y el secretario general de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). En la práctica, su actividad fue irrelevante, la DNICYT actuó como organismo ejecutivo (Hurtado, 2010).

Las actividades específicas de la nueva Dirección Nacional, así como los problemas políticos que obstaculizaron la inserción de científicos en las universidades, produjeron un efecto paradójico, en particular para los físicos: en la DNEA, se incorporó a numerosos químicos, físicos y estudiantes avanzados que habían quedado fuera de las universidades, a la vez que los analistas consultados coinciden en señalar que el fracaso del proyecto Huemul contribuyó a que, en un marco de tensiones y disputas con el mundo académico, la DNEA se constituyó en lugar de “refugio de científicos opositores a Perón, donde fue posible trabajar libre de presiones, con buenos salarios y en condiciones favorables para la investigación”6 (Hurtado, 2010 , p. 52).

De acuerdo con Ortiz y Rubinstein (2009), el proceso abierto tuvo singulares consecuencias para la investigación en física, ya que desde 1949 se debilitó el ámbito universitario para su desarrollo, y las organizaciones estatales específicas pasaron a ocupar un lugar central. Se establecen, así, tensiones difíciles para los físicos argentinos, que verían condicionados sus programas de investigación: 

La situación de la disciplina de ahí en más había de ser ambigua, ya que en  un medio donde los recursos para la actividad intelectual no son abundantes, la investigación en física tendría acceso a una mejor infraestructura y a mayores fondos que cualquier otra disciplina científica del país, por problemáticas exteriores al campo, y el problema ético de conciliar las necesidades de un quehacer por esencia creativo, con directivas emanadas de un ámbito cuya lógica es la razón de Estado, se vería planteado de un modo difícil de resolver. (Ortiz y Rubinstein, 2009, p. 71) 

El instituto de Bariloche

En 1953, Gaviola volvió a insistir en la creación de una institución de formación y, en consecuencia, planeó el Instituto de Ciencias Nucleares en Bariloche, destinado a formar profesionales en física, que pensaba extender luego a matemática, química, fisicoquímica, biología y geología. Es en este proyecto donde se plasma su propuesta formativa, incluyendo tanto dimensiones organizacionales, institucionales, como de selección de estudiantes y profesores, aspectos que incidirán en el modelo establecido en el Instituto Balseiro, en 1955, y en la creación de IMAF, en 1956.

Gaviola, aprovechando las instalaciones e instrumental que habían quedado sin uso, ideó un instituto, dada lo que consideraba una confluencia de oportunidades que abría la bomba atómica, la promesa de energía nuclear y el desarrollo industrial, que habían puesto en evidencia la necesidad de contar con más físicos

Se trataba de un proyecto de instituto bajo la forma novedosa de internado, alejado de la Capital y cercano a una ciudad pequeña. Los profesores y asistentes debían ser investigadores –no más de 5 profesores y 5 asistentes– que no tendrían a cargo más de 6 horas semanales de clase para poder dedicar el resto del tiempo al laboratorio, seminarios e investigación. Sin dudas se trataba de una matriz institucional similar a la del instituto de  Gottingen, se formara recordado por Gaviola como “uno de los cuatro mejores centros científicos del mundo en 1922″ donde “había solamente tres profesores de física: Max Born, Richard Pohl y James Frank”. Y planteaba que “un físico aceptable debe reunir dos condiciones: haber nacido con aptitudes naturales especiales y poco comunes y terminar su entrenamiento y comenzar a investigar antes de los 25 años”. Y agregaba al respecto que el “noventa por ciento de los grandes trabajos científicos fue hecho por hombres de 24 y 25 años, a los 25 años un físico comienza a envejecer como investigador original, lentamente pero irremediablemente. En esto se parecen a los boxeadores”. (Gaviola 1953 b, en Bernaola, 2001, p.427):

De acuerdo con estas concepciones, era importante la selección de aspirantes, para lo que señalaba que se contaba con el importante desarrollo alcanzado por la psicotecnia.

Aunque no existiera aún una definición satisfactoria de la inteligencia o del talento científico existían métodos que permiten determinar la aptitud científica de un joven al finalizar sus estudios secundarios. Permiten no solo medir el talento científico sino discriminar entre el talento matemático y el talento físico y más aún, entre el talento para física experimental y la capacidad para la física teórica. (Gaviola 1954 a,  en Bernaola, 2001, p. 431)

Con una fe inusitada hacia la psicotecnia, Gaviola consideraba que permitiría 

limitar la entrada a una escuela especializada, a aquellos que no perderán el tiempo allí (…) Un instituto como el propuesto tendría sobre las universidades argentinas la misma influencia que John Hopkins tuvo sobre las universidades de los EUA: las ayudaría a levantar el nivel científico. (Gaviola 1954 a, en Bernaola, 2001, p.430)

Estableció, de este modo, un criterio que, fue considerado al momento de la creación del Instituto de Bariloche y del IMAF en Córdoba. En esa oportunidad, nuevamente insistió respecto de la falta de físicos, estableciendo que el país requería, al menos, 500 físicos. “Sería erróneo creer que ese déficit puede enjugarse tomando quinientos bachilleres y dándoles el título de doctor en física después de someterlos a un ritual más o menos complicado y extenso. Tendríamos quinientos charlatanes” (Gaviola 1953b, en Bernaola, 2001, p.427). Los estudiantes debían incorporarse previamente a una escuela de ingreso preparatoria para el examen de admisión y, una vez ingresados, se les otorgarían becas. La expectativa consistía en formar no más de 15 estudiantes por año, para alcanzar los 75 alumnos en 5 años.

En el plan, Gaviola expuso lo que consideraba como Deberes y Derechos del Profesor,que aquí transcribimos, en tanto plasman una idea de profesional afincado en un instituto, separado de las dinámicas universitarias y exhibiendo una actuación neutral respecto de la vida política y social, una especie de consagración a la ciencia en la que no deben considerarse otros interlocutores que no sean los propios científicos:

1) Dedicar todo su tiempo y todas sus energías a la investigación, la enseñanza y el estudio dentro del Instituto.

2) Formar discípulos de calidad igual a la propia o superior a la misma, si fuera posible, enseñándoles a investigar investigando. El número de discípulos será el mayor posible sin desmedro de su calidad.

3) Publicar el resultado de sus investigaciones en revistas científicas de prestigio y circulación internacionales.

4) Elegir semestralmente el curso a dictar, dentro de su campo de investigación, teniendo en cuenta las necesidades de la enseñanza.

5) Percibir una remuneración que le permita vivir sin preocupaciones económicas, formar una familia, educar a sus hijos y efectuar viajes de estudio dentro y fuera del país.

6) Tener asegurada la estabilidad en el empleo.

7) Concurrir a reuniones científicas nacionales e internacionales y comunicar a las mismas los resultados de sus investigaciones.

8) No ser distraído de sus actividades específicas por designaciones de miembro de comisiones oficiales y privadas, salvo las de su propio Instituto y las de su propio gremio.

9) No ser presionado u obligado a dictar conferencias o cursos de divulgación ni de “extensión universitaria”, ni de cualquier otro que lo aparte de sus cursos regulares.

10) No efectuar propaganda o proselitismo político o religioso dentro del Instituto Físico. (Gaviola 1953b en Bernaola, 2001, p. 428)

Para tratar la viabilidad de la idea mantuvo distintas reuniones entre personal militar y científico por varios meses, hasta que Balseiro le transmitió un informe del secretario científico de la CNEA,  desfavorable a su propuesta. Gaviola respondió abandonando el “proyecto Bariloche”, porque consideraba que “un informe de un militar de bajo rango era un insulto y que el informe debía ser informado por una comisión conformada por los más altos científicos argentinos y extranjeros” (Gaviola, s/.f, en Bernaola, 2001, p. 426). Dejó planteadas así, tanto cuestiones de jerarquía con respecto a quiénes tenían autoridad científica para valorar estos proyectos, como diferencias políticas respecto del gobierno peronista.

El gobierno decidió reorientar su política nuclear con la incorporación de la comunidad científica local en el marco de la CNEA. El anteproyecto del Plan de Investigaciones Técnicas y Científicas estipulaba el desarrollo especial del campo físico-matemático mediante una intensa campaña de formación de personal que apuntaba a la formación de doscientos físicos. 

En 1955, un convenio entre la UNCUYO y la CNEA permitió, finalmente, la creación del Instituto de Física de Bariloche.  La revista Mundo Atómico en su editorial señalaba que “fue fundado en la necesidad de contar con físicos aptos y experimentados en todas las ramas y especialidades de la investigación pura y tecnológica” (Feld, 2015, p. 97).

El nuevo instituto debe entenderse, según Ortiz y Rubinstein (2009), como parte de un programa mayor, también impulsado por Estados Unidos, cuando en julio de 1955, se concretó un acuerdo de cooperación bilateral por el que Argentina se incorporaba al programa “Átomos para la Paz”, durante la administración del presidente Eisenhower. Por medio de ese programa, Estados Unidos se comprometía a suministrar uranio enriquecido para los futuros reactores de investigación argentinos.

La creación de la CNEA con la responsabilidad directiva de las Fuerzas Armadas tuvo consecuencias favorables al desarrollo de la física. Recompuso las relaciones del sector científico con el Estado y sostuvo una política de apertura en el reclutamiento del personal. En este sentido, Ortiz y Rubinstein mencionan que varios físicos jóvenes destacados “movieron el centro de gravedad de sus actividades desde la universidad hacia la CNEA; con ellos también movieron el centro de gravedad de la investigación moderna en física” (2009, p.40). Este desplazamiento fue favorecido, además, por las dificultades que atravesaba la vida universitaria en ese período.

Gaviola concreta la creación del IMAF en la UNC

En 1956 Gaviola volvió a asumir la dirección del Observatorio de Córdoba, que había sido transferido, en 1954, a la universidad y, después de la destitución de Perón, la UNC comunicó su reincorporación por medio de la Res. 202, 20/4/1956. Se trata del período denominado años dorados, en el que se produjeron procesos de desperonización universitaria, refundaciones y creaciones del reformismo.7

Los cambios sociales y económicos producidos en Córdoba en los años 50, fueron efecto de procesos de industrialización –petroquímica, metalmecánica y automotriz– que se habrían iniciado antes a partir del establecimiento en el país de un régimen de sustitución de importaciones que condujo a la instalación de industrias de bienes de consumo, empresas estatales y plantas militares, procesos que como plantea Coria (2013),  beneficiaron y complejizaron a la sociedad cordobesa. 

En 1952, el gobierno peronista radicó en Córdoba Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME), por lo que crecieron las capacidades tecnológicas, se multiplicaron los establecimientos industriales y se eligió a la ciudad para el asentamiento de dos plantas automotrices de envergadura. Esto provocó el crecimiento de la población industrial residente en la ciudad, entre 1946 y 1960. A partir de estos aspectos, Tagashira (2012) caracteriza la pujante situación socioeconómica de la provincia, al momento de creación del IMAF. 

En el discurso de asunción como director del Observatorio,  Gaviola presentó un programa de trabajo, en el que plasmaba su intención de fortalecimiento y reconstrucción del observatorio. En este clima de refundación, insistió en su anhelo de crear una Escuela de Matemática, Astronomía y Física y reiteró su interés ante el decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (FCEFyN), Carlos Revol y al rector interventor de la UNC, Jorge Núñez. 

Zabala y De Carli (2013) señalan que la iniciativa estuvo apoyada por cartas dirigidas al decano de estudiantes de los colegios Monserrat y Manuel Belgrano, UNC y del Liceo Militar General Paz. Si bien los estudiantes solicitaban la creación de las carreras en el seno de la FCEFYN, Gaviola consideraba que debían desarrollarse en el Observatorio Astronómico. Finalmente, se creó un instituto con dependencia directa del Rectorado, con presupuesto propio y que compartía edificio, equipamiento y biblioteca con el Observatorio.

El plan Gaviola

El flamante director de IMAF diseñó el primer plan de estudios cuya impronta se destacó para el estudio particular de la carrera de Física. Al respecto, sostenemos que el conjunto de consideraciones que allí propone para el desarrollo e institucionalización de las disciplinas habría moldeado un ideario perdurable en torno a la formación. En la Ordenanza 6/56 UNC, y su articulado, se sientan las bases institucionales y organizativas y se perfilan los estudios ofrecidos por la nueva creación. 

El Instituto dependía directamente del Rectorado, era gestionado por un director y una comisión asesora conformada por ocho profesores, designados entre aquellos de mayor jerarquía. La sede se fijó en el Observatorio Astronómico de la Universidad “por su valiosa biblioteca, por su instrumental, por la tradicional dedicación exclusiva de su personal y por sus talleres especializados” (Art. 3°). Asimismo, se determinó que el director y los astrónomos que allí se desempeñaban, tuvieran a cargo cursos de enseñanza, como parte de sus obligaciones (Art. 12).

De estos rasgos específicos y singulares de la nueva institución se destacan, por una parte, el Art 4°, que ordenaba que “todo el personal sin excepción debe satisfacer la condición de dedicación exclusiva” –cuestión largamente reclamada por Gaviola, y que resultaba de difícil cumplimiento–. La dedicación plena se intentó garantizar para los estudiantes, por lo que, en el Art 6, se estableció la creación “de 10 becas, a razón de quinientos pesos cada una, por el término de diez meses en el año”.

Por otra parte, se estableció también “una carrera docente en orden de jerarquía: Director del Instituto, Profesor Titular, Profesor Extraordinario, Profesor Asistente, Asistente, Ayudante y Ayudante estudiante” (Art. 14).

Se establecieron los títulos de doctor en Matemática, Astronomía o Física (Art 9), como oferta principal del nuevo instituto, para lo cual era requisito la aprobación de un trabajo original de investigación. Y para “los egresados que hayan satisfecho la suma de puntos requeridos, pero que no hubieren presentado el trabajo de investigación respectivo, podrán optar por el título de licenciado” (Art 11).

La enseñanza se impartiría en dos semestres anuales, incluyendo “cursos obligatorios y optativos para facilitar la especialización de los estudiantes” (Art. 10) y el ingreso al IMAF, se efectuaba “previo examen de selección entre los aspirantes” (Art. 5), examen posterior al cursillo de ingreso en el mes de febrero de cada año (Art. 16).

En el Art. 15 se establecía que “los cursos de física Experimental y de análisis matemático serían comunes a los de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y los de idiomas, Biología general y Filosofía que se incluyan en los planes de estudios del Instituto, serán cumplidos en la Escuela Superior de Lenguas Clásicas y modernas, y en la Facultad respectiva”.

El plan de estudios incorporaba pautas inusuales en la universidad argentina: créditos académicos por asignatura aprobada y enseñanza tutorial de un mismo docente hacia un grupo cíclico de alumnos,  en asignaturas sucesivas, lo que demandaba un plantel reducido de docentes. Con los programas de estudios para el primer semestre y el curso de ingreso previstos, en febrero de 1957, se aprobó el plan de estudios completo. Al respecto Gaviola dice:

Hemos adoptado la enseñanza por semestres, marzo a junio, y agosto a noviembre, deseamos darnos vuelta con 6 profesores titulares, cada uno de los cuales dictará un ciclo de cursos de hasta 6 semestres. El problema que tengo entre manos, es conseguir que vengan matemáticos y físicos de nivel internacional a Córdoba. (Gaviola 1957c, en Bernaola, 2001, p.451)

El examen de ingreso generó polémicas por su selectividad y exigencia. El grupo de aspirantes era heterogéneo, distribuidos entre egresados recientes de la escuela secundaria junto a otros que cursaban carreras de grado o profesorados de Córdoba y de otras provincias. Como vimos en el proyecto del Instituto de Bariloche, intentaba conocer la capacidad y vocación por la investigación científica de los ingresantes. A los fines de la selección, implementó un curso de casi veinte días, mañana y tarde, con clases seguidas de evaluación. Así lo relataba a José Babini, decano interventor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales  de la UBA en 1956:

El cursillo de ingreso está siendo un éxito, de 72 que se inscribieron inicialmente sobreviven, después de una semana de 6 días de 7 horas diarias de cursos prácticos de laboratorios y “tests” muy completos, 42 aspirantes. El grupo es bueno, mejor de lo que podía preverse. Creo que después de la segunda semana de selección y de los exámenes que seguirán, quedarán entre 20 o 30 para ingresar al primer año del instituto. Para apreciar debidamente lo que significa hay que tener en cuenta que a los alumnos se les exige dedicación exclusiva con clases, taller, laboratorio e idiomas, mañana, tarde y noche. A los alumnos necesitados se les dará un subsidio de unos 500 pesos mensuales. (Gaviola 1957 a, en Bernaola, 2001, p.450)

Para la evaluación vocacional, psicológica y psiquiátrica de los candidatos, contó con el apoyo de los especialistas Giovannna Spinetto y Carlos Laguinge, de la UNC. Para muchas familias esta evaluación resultó irritante y lo expresaron públicamente. Finalmente, de los 45 aspirantes que realizaron el examen sólo  26 lo aprobaron. En comunicación con Mario Bunge, Gaviola expresó: 

Estoy muy contento con el IMAF, el grupo de alumnos es excelente. El profesor de Psicotécnica de la Facultad de Filosofía, que me ayuda en las pruebas de ingreso, está asombrado de que haya un grupo que se salga de todas las normas que él tenía para alumnos aventajados. La gran mayoría quiere estudiar física, pero hay algunos cuantos que aspiran a matemáticos y a astrónomos. (Gaviola, 1957 c,  en Bernaola, 2001, p.450)

Una vez lograda la creación formal del IMAF, Gaviola se dedicó a ponerlo en funcionamiento, para lo cual debía reunir especialistas como cuerpo de consulta, fijar los objetivos y dictar cursos.8 Es interesante destacar los atributos mencionados por quien proporciona y selecciona la nómina: Matemático de gran calibre, Geómetra de gran prestigio internacional, Apasionado algebrista, Hombre apostólico, Habilísimo para fomentar vocaciones y formar discípulos, Gran cabeza matemática, Talento brillante y versátil, ha sufrido influencias de…, Becado en… Hombre de talentos múltiples, Cabeza fina, Entusiasta, organizador, muy buen profesor, Hombre sólido y minucioso, Buen profesor, etc. 

Manifiesta así las características otorgadas al científico, la importancia de los lugares y formas de reconocimiento, del establecimiento y de la especialidad, así como capacidades para el discipulazgo. Y también se hacen evidentes las relaciones académicas entre las instituciones, necesarias para la puesta en marcha del proyecto.

Alejamiento de Gaviola de la UNC

Las dificultades para el inicio de las actividades no tardaron en presentarse, evidenciándose los problemas que deben atravesarse ante el intento de implantación veloz de un instituto de las características señaladas y con las condiciones exigidas por su director. 

La demora en el pago de los sueldos y becas, al inicio del año, llevó a que Gaviola propusiera la dependencia del Instituto al Ministerio de Educación, a la vez que decidió suspender el inicio de clases por la falta de fondos solicitados. Los planteos provocaron la ruptura de relaciones con el Rectorado. El IMAF fue inaugurado oficialmente el 15 de abril y el 30 de abril el Consejo Superior rescindió el contrato con Gaviola, con lo cual terminó abruptamente su vinculación académica en Córdoba.

Alberto Maiztegui, quien condujo el IMAF en los años posteriores, luego de un período de inestabilidad e incertidumbre institucional, recordaba  a Gaviola:

Su carácter era fuera de lo común, era todo un señor, con un concepto de la ética donde no cabía concesión alguna. Esa rigidez la extendía a todo su proceder en el campo de la política científica donde, sin ceder en la ética, yo hubiese deseado de él una mayor “cintura política”, en el sentido exigente de la palabra “política”. Su renuncia al Observatorio Astronómico en 1947 nos privó de una continuidad en la marcha de una institución madre de instituciones; su renuncia en 1953 a organizar el instituto de física de Bariloche demoró la creación de esa institución; su renuncia en 1957 a la dirección del IMAF que él había creado, fue un duro golpe. Todas ellas fueron pérdidas reales para todos. (Maiztegui, p., XXIII en Bernaola, 2001)

Pero si consideramos el conjunto de dimensiones que confluyeron, más allá de los rasgos de carácter, podemos explicar que, siendo Gaviola uno de los físicos argentinos con mejor formación y reconocimiento en el exterior por sus trabajos y contribuciones, y líder dentro de la pequeña comunidad de físicos que en 1944 había logrado agrupar en torno a la AFA, desde 1955 se produce un debilitamiento de su autoridad académica y social, una fragmentación en esa asociación, así como su renuncia al IMAF, institución por la que bregó tantos años.

Las discrepancias en torno al carácter de las instituciones de investigación heredadas del peronismo, la CNEA y el Instituto de Física de Bariloche, la impronta del emergente movimiento reformista en algunas facultades y en especial en la FCEN-UBA, en suma, los diferentes posicionamientos políticos y la cuestión de los nuevos recursos para la investigación generaron tensiones, y fue Gaviola un crítico que manifestó públicamente sus diferencias tanto con el movimiento reformista, como con CNEA y la AAPC.9 Esto permite explicar con mayor razón el debilitamiento de su figura. 

     Finalmente, a mediados de la década de 1960 Gaviola se incorporó al Instituto de Física de Bariloche, en el que fue profesor del Laboratorio de Física Experimental hasta el momento de su jubilación.

Consideraciones finales

Anticipamos al inicio de este escrito que en la recuperación de la trayectoria singular de Gaviola y sus proyectos,  nos guiaba la posibilidad de observar las lógicas inherentes a los campos científico y estatal en el período y las concepciones en juego. Marchas y contramarchas en el despliegue de lógicas académicas y políticas  que problematizan la cuestión de la autonomía  y la dependencia académica  (Beigel 2010), así como las tensiones y presiones que se ejercen internamente y externamente sobre los campos universitario y científico, y que inciden en la configuración de estos en general y, en particular, en los diferentes espacios geográficos e institucionales en el país. Si se tienen en cuenta las creaciones institucionales en la época, podemos afirmar que se configuró en el país un conglomerado científico y académico desigual, en términos de los recursos disponibles, sus productividades específicas y las jerarquías alcanzadas, que nos lleva a considerar, en ese marco, la frágil situación del IMAF en los momentos iniciales de su institucionalización. Pero también permite identificar concepciones  arraigadas y tensiones acerca de  las tendencias en la formación de científicos discutidas en la actualidad.

NOTAS

1 Estos aspectos han sido desarrollados en Sosa, M. (2019). “Estilos Académicos y Experiencia Formativa en la universidad. La formación de físicos en la UNC. Tesis doctoral, dirigida por Sandra Carli, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

2 Ortiz y Rubinstein (2009) señalan que entre 1940 y 1947, en las investigaciones realizadas en Alemania y en los Estados Unidos, una de sus características era la confluencia intensa de la astronomía con la física, rasgos que comenzaron a transmitirse hacia la astronomía argentina a través de la influencia de Gaviola. En una dirección diferente, ligada con física teórica, Guido Beck, en el Observatorio de Córdoba, contribuyó a establecer un puente entre resultados de la física contemporánea y problemas de la astronomía física.

3 Decía que “los problemas de la meteorología, son de física de la atmósfera y para comprender los problemas de la meteorología es necesaria la física entera, la aviación necesita meteorólogos con dominio de la física teórica (…) el eje de esa escuela debe ser una escuela de física” (Gaviola  1944, en  Bernaola, 2001, p. 330)

4 El hecho de que Ronald Richter, a cargo del Programa de Fusión Nuclear, no mostrara interés en incorporar científicos locales a su programa empujó a Perón a crear la Dirección Nacional de Energía Atómica (DNEA). En mayo de 1951, el complejo decreto N.° 9.697 establecía tres nuevas entidades: la Planta Nacional de Energía Atómica, el Laboratorio Nacional de Energía Atómica y la DNEA. Esta última, que iba a tener un papel primario en el posterior desarrollo del área nuclear, nació como un organismo dependiente del Ministerio de Asuntos Técnicos y apuntó al entrenamiento de científicos, estudiantes y técnicos locales. Luego de la caída de Richter el área nuclear pasaría del Ejército a manos de la Marina (Hurtado, 2010).

5 Las metas que el CNICyT recomienda para el año 1952 son claras en cuanto a su vínculo inmediato con la planificación de la producción y el desarrollo económico: “Aumento y aceleración de la investigación en el campo agropecuario”, “Incremento de los estudios referidos a la organización y racionalización industriales”, “Investigación para la obtención de más y mejores materias primas nacionales”, “Aumento de los estudios integrales sobre recursos nacionales” y “Estudios sobre métodos y posibilidades económicas y financieras para obtener una mayor capitalización del país” (Hurtado y Busala, 2006, p.25).

6 Durante este mismo período, se crearon el Departamento de Investigaciones Científicas –en donde funcionaron los Institutos de Física Nuclear y Aerofísica– y la Estación de Altura “Presidente Perón”, dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo –a cargo del dinámico rector Ireneo Fernando Cruz–, de la cual Perón sostuvo que fue “la primera del país (…) que ha tomado un ritmo verdaderamente justicialista” (Hurtado y Busala, 2006, p. 24).

7 Procesos y creaciones,  que para el caso de UBA Carli (2014) denomina Programa institucional, en el que una de sus dimensiones remite a una idea de universidad como centro de investigación científica para la formación de investigadores, establece bases para la carrera académica en tanto capacidad para la formación de discípulos, y conjuga enseñanza e investigación.

8 Para organizar los cursos de Matemática obtuvo, a través de la información que le brindara el matemático Alberto González Domínguez, una lista de 18 candidatos matemáticos de Argentina: 4 de La Plata, 8 de Buenos Aires, 4 de Cuyo, 1 del Instituto Bariloche, 1 de Tucumán. No incluyó a Rey Pastor y Beppo Levi por ser figuras consulares, ni a Alberto Calderón por ser profesor del MIT, “aunque de incluirlo lo haría en el primer lugar”. (González Domínguez s/f en Bernaola, 2001, p.449).

9 En 1955, Gaviola expresa su aversión a la CNEA, al movimiento reformista y sus diferencias con la AAPC. Desde la revista Mundo Argentino, atacó “la casta de parásitos atómicos”, “los pocos investigadores, laboratorios y fondos que tenemos debían estar incorporados a la enseñanza, es decir, a las universidades”. Sin embargo, consideraba “la reforma del 18 un movimiento místico sin contenido académico”. (En Feld, 2015, p. 175)

BIBLIOGRAFÍA

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