Presentación

Dora Barrancos

Este número de Pensamiento Universitario ve la luz en las particulares circunstancias que vive el planeta a raíz del COVID19 y en la especialmente difícil coyuntura de nuestro país, cuando apenas estaba emergiendo de la calamidad socio-económica traída por la reciente experiencia neoliberal. Cuando a inicios de la década de 1990 estábamos sumidos en el vendaval de la otra experiencia neoliberal, Pedro Krotsch, el artífice de esta iniciativa editorial, se conmovía con los retrocesos de las políticas sociales, con la exclusión que producía el ajuste y especialmente con lo que ocurría en materia de educación. Recordaré la reforma de 1993, la nueva estructuración de la enseñanza que llevó a desquicios en la adecuación que hizo cada provincia, con amenazas de desintegración a propósito de las polimórficas modalidades de la transición entre el ciclo primario y el secundario, la orientación “práctica” exigida al Polimodal que eliminaba conocimientos sociales y humanísticos y ponía en jaque a la docencia, forzada a una errática profesionalidad. Imprescindible evocar ahora las cuitas de Pedro frente al desbarajuste que producía la reforma educativa, la desigualdad que imprimía dadas las alternativas de adopción de la ley en las diversas jurisdicciones. Cuando examinábamos los comportamientos de aquella gobernanza – para colmo emergida de un cauce peronista -, solíamos reflexionar acerca del límite que encontraba el propio concepto de “liberalismo”, que parecía realmente paradójico porque la entonación del poder pretendía asimilarse a los valores liberales. “Están lejos de ser liberales”– apuntaba Pedro y era efectivamente así. La validación liberal del enfoque gobernante radicaba en la consagración del mercado como polea de las relaciones entre la sociedad civil y el Estado. El apocamiento de éste resultaba un contrasentido en términos de la tradición doctrinaria “populista”. Las otras improntas ideológicas de ese ciclo neoliberal revelaban la estabilidad de los estatutos conservadores, y basta pensar en las posiciones de buena parte de los actores gubernamentales del menemismo – hubo algunas excepciones-, que estimularon, sin ir más lejos, la instauración del “Día del niño por nacer”, la ubicación de Argentina entre los países pro natalistas.

Pero como es bien sabido, entre las preocupaciones consuetudinarias de Pedro la cuestión de la enseñanza universitaria ocupaba un lugar central. Una de sus reflexiones de la década de 1990, al historizar la evolución de las concepciones sobre la Universidad, desde las primigenias ideaciones de élite a su configuración de masividad, radicaba en que de cualquier modo el fenómeno de la ampliación había estado sujeto a un determinado cálculo de profesionalidad y no de ciudadanía. En todo caso era este término el que no estaba considerado en las reformas universitarias del “liberalismo” de aquella década, pues sostenía que la “teoría del capital humano reemplazó a la idea de derecho y ciudadano del anterior liberalismo, así como al ideal de igualdad que se propusieron los denominados populismos”1 . Y aunque no dejaba de pensar que la Universidad argentina estaba atravesada por lógicas diversas y por un modelo dominante organizacional en el que discurrían ciertas afinidades, y que en buena medida exhibía una adecuación de “mercado” – aunque este supuesto no era exactamente “lo económico”, sino en todo caso un determinado acierto con diferentes interpelaciones comunitarias-, seguía reclamándole “carácter universal, espíritu crítico, autonomía” además de la previsión de largos plazos. Debe interpretarse que quería decir que la Universidad debía sortear las coyunturas, que era su obligación forjar un horizonte eximido del cortoplacismo. La cuestión de obtener tan sólo una “universidad profesionalista”, y sus objetivos concomitantes de “eficiencia y calidad”, conducían a una abdicación del proyecto vertebral de creación de conocimiento que, más allá de las adecuaciones temporales, debía ser preservado. Reclamaba por la mora en producir una teoría acerca de la Universidad, aunque había una larga habilitación de pensamiento crítico acerca de este organismo que había adquirido cada vez mayor valor social, pero en su opinión se hacía sentir la falta de una empresa que pudiera examinar profundamente su ratio, tal vez inadvertido de sus propias contribuciones. El diseño de Pensamiento Universitario estuvo profundamente estimulado por la diferencia que había entre las lógicas contextuales políticas acerca de la institución y por el vacío de conceptualizaciones más allá de “lo político”. Creo que buscaba la espesura de un análisis que escudriñara todos los sentidos de ese organismo angular que, si confeccionaba profesiones, no podía prescindir de la tarea investigativa y mucho menos de asegurar ciudadanía.

Me pregunto acerca de las cavilaciones que habrían producido en Pedro los cimbronazos de la actual coyuntura, cuando por un lado hay que remontar los sacudimientos que produjo la experiencia neoliberal 2015-2019, sobre todo en el sistema científico y académico, y por otro, enfrentamos la incertidumbre de la pos pandemia. Estoy segura de que los retrocesos presupuestarios que sufrió el sistema académico hubieran sido parte de sus reflexiones, pero tal vez de manera más subrayada hubiera asomado su preocupación con la fórmula conceptual que permitió el pronunciamiento acerca de que los pobres estaban condenados a no poder asistir a la Universidad. Un enunciado de este orden le hubiera provocado una reacción unitaria de sensibilidades, ligando sus profundas valoraciones sobre la igualdad humana y el significado de los equipamientos universitarios que se acercaron a las poblaciones social y geográficamente periféricas durante los gobiernos precedentes. Con certeza, hubiera vuelto a señalar como “no liberales” a quienes gestionaban el Estado por su profundo desapego a los derechos individuales, entre los que sobresale la oportunidad educativa aunque su clave sea el “self made man”. No le hubiera escapado a Pedro el papel incremental de ciudadanía que ha posibilitado el enorme número de establecimientos universitarios públicos desde la recuperación de la democracia, pero tampoco le hubiera sido esquivo el reconocimiento de los aportes al conocimiento que allí se han gestado. Formas renovadoras de conocimiento situado pueden advertirse junto con la indispensable generación profesional, aunque el balance puede dejar muchas brechas. Y no podría pasarle por alto las modificaciones que se han esparcido en la vida universitaria a propósito de la equidad de género que ha venido estremeciendo al conocimiento y a la política administrativa.

Finalmente, Pedro Krotsch estaría hipotetizando la situación mundial pos pandemia como una oportunidad, como una parición de alternativas para enfrentar la monstruosa desigualdad. No creo que pudiera entusiasmarse con la rapidez de los cambios ni con sus alcances, pero sí con el cometido mismo de propiciar transformaciones. No estaría ausente de su inteligencia y su sensibilidad la convicción y la acción por una morada humana más justa, más equitativa. La Universidad de sus ideaciones debe ocupar un lugar prominente en esa saga.

1 Pedro Krotsch, “La Universidad argentina en transición: ¿Del Estado al mercado?” en Revista Sociedad,
n°3 , nov. 1993