Presentación

Juan Carlos Geneyro

Hace poco más de 25 años, en noviembre de 1993, se publicó el primer número de la Revista Pensamiento Universitario dirigida por Pedro Krotsch; distinguido académico y amigo entrañable. En su Presentación, apuntó entonces algunas notas sobre la situación y desafíos de la universidad argentina, entre las cuales pueden destacarse las siguientes: una reconfiguración del papel del Estado y de sus relaciones con las universidades; renovadas demandas sociales; un contexto intelectual caracterizado por la fractura de la memoria y por la debilidad de los instrumentos conceptuales disponibles para comprender los problemas que confrontaba la propia universidad, lo que demandaba en su opinión actualizar la reflexión teórica y fundar los juicios sobre su acontecer con más información empírica. Advertía, además, que si bien la universidad en Argentina se había multiplicado institucionalmente a partir de los años 60’, así como su matrícula, no hubo una ampliación significativa de sus comunidades científicas ni una actualización de sus estructuras académicas y curriculares, como tampoco generó un mayor autoconocimiento como organización compleja

También, señaló que fue a partir de la Reforma de 1918 que comenzó a perfilarse un modelo latinoamericano de universidad; modelo que orientó el quehacer universitario durante décadas, para señalar luego que los procesos de globalización le requerían ahora la construcción de un discurso alternativo a la matriz conceptual que hace de la empresa y del mercado el supuesto único de toda racionalidad. Reivindicaba, además, la autonomía de la universidad y su independencia de los poderes económicos, políticos y religiosos; así como el pensamiento crítico y la necesidad de generar una visión estratégica de largo plazo que atendiera a los grandes retos de presente y los aún inciertos del futuro. 

Desde ese contexto, planteó que la Revista pretendía contribuir al pensamiento y a la reflexión para un mayor y mejor autoconocimiento de la universidad y de sus actores, indagando en todas aquellas problemáticas propias de sus actividades y sus relaciones con el entorno social, así como ser un instrumento y un estímulo para la investigación. Sin duda que ambos propósitos fueron logrados en gran medida a través de los distintos números de la Revista y, gracias al impulso decidido y reiterado que realizaron Pedro y otros colegas mediante la organización y desarrollo de varios encuentros de un seminario de alcance nacional y luego internacional, que tuvo como eje principal convocante el de la Universidad como Objeto de Investigación. Su tesón y pasión -acompañado por el Comité de Redacción y particularmente por María Caldelari- les permitió sobrellevar y superar más de una vez, me consta, las dificultades de financiamiento para mantener la calidad académica y la periodicidad de la Revista sin tener que adscribirla y hacerla dependiente aunque solo fuera en términos financieros de una universidad; más allá de que tuvo varios ofrecimientos al respecto. Una decisión que realza aún más su legado y que a mi entender sería conveniente reafirmarlo. Ahora se reinicia la Revista con un renovado Comité de Redacción: Lucas Krotsch –que estuvo a cargo de la administración desde el primer número- y un grupo de jóvenes académicos de reconocidas trayectoria estarán a cargo de recoger ese legado y seguir enriqueciendo el excelente conjunto de trabajos, entrevistas, informaciones y reseñas que ha ofrecido Pensamiento Universitario. No dudo que así será. Para ellos un decidido apoyo y mi agradecimiento por invitarme a participar en el presente número.

A partir del lúcido diagnóstico presentado en la Introducción del primer número de esta Revista, se sucedieron principales hechos que reconfiguraron el sistema universitario argentino y su desarrollo: por un lado, la promulgación de la Ley de Educación Superior (LES) en 1995, que estableció pautas e instancias de funcionamiento tendientes a una reorganización sistémica de las instituciones universitarias nacionales y de las privadas, interrelacionando algunas organizaciones existentes con otra nuevas, como también una instancia encargada de favorecer una planificación regional del desarrollo de la educación universitaria, así como una agencia encargada de propiciar un aseguramiento de la calidad de la educación universitaria. Así, por ejemplo, el Consejo de Universidades, integrado por rectores de universidades públicas y privadas designados por sus respectivos Consejos; los Consejos Regionales de Planificación de la Educación Superior (CPRES) y la creación de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU). Los procesos de evaluación institucional de las universidades, así como los propios de la acreditación de las carreras de grado incluidas en los preceptos del art. 43 de la LES; y los referidos a los proyectos de nuevas carreras y carreras en funcionamiento de posgrado, han registrado un crecimiento sostenido a lo largo de los años. El funcionamiento de los CPRES, por su parte, merecería una revisión de sus propósitos, así como de su funcionamiento y de sus resultados en las distintas regiones. Cabe apuntar que en los primeros años del presente siglo hubo varios intentos de modificación o sustitución de la LES, pero ninguno de ellos prosperó. Posiblemente en un futuro más o menos cercano haya otras iniciativas al respecto; de ser así, puede ser motivo para que haya una línea de trabajo de la Revista sobre los temas que pudiera abarcar una posible modificación o sustitución de la Ley vigente.

Desde principios de los años 90s se continuó con la creación de nuevas universidades nacionales; sin duda, uno de los hechos más trascendentes para el sistema universitario desde aquel entonces. En 1993 había 29 universidades nacionales con una matrícula de poco más de 700.000 estudiantes; en tanto que en la actualidad hay 60 instituciones universitarias nacionales, más 63 universidades privadas; y la matrícula alcanza a poco más de 2 millones de estudiantes; la mayor parte de ellos cursan sus estudios en universidades nacionales. 

Hay que decir que la creación de estas nuevas universidades nacionales contribuyó significativamente para que vastos sectores de la población, hasta entonces postergados, tuvieran más y mejores posibilidades de acceder a la educación universitaria. Conviene destacar al mismo tiempo que diversos entornos sociales se han beneficiado -no sólo en términos culturales sino también socio-económicos- de los procesos de su creación y desarrollo allí donde fueron instaladas. Cabe agregar que dicha expansión universitaria fue acompañada por más carreras de pregrado, grado y posgrado, junto con el desarrollo de nuevos campos disciplinares así como la afiliación y dignificación de saberes y prácticas profesionales hasta entonces relegadas del ámbito universitario; otro hecho a tener en cuenta para indagar sobre su incidencia en las organizaciones que los albergan así como sus contribuciones al desarrollo científico, tecnológico y cultural.

Esta sostenida expansión de la universidad pública en términos institucionales y académicos, así como las políticas y programas destinados a generar una mayor inclusión de poblaciones privadas de los estudios universitarios, han generado nuevos desafíos. Ya no basta atender a las demandas y expectativas de ingreso a la universidad de muchos jóvenes y adultos, sino también a aquellas condiciones que posibiliten la continuidad de la trayectoria en la carrera elegida y el egreso. En otras palabras: ingreso, permanencia y egreso son principales desafíos que persisten e interpelan al quehacer universitario en nuestros días. Principalmente, son desafíos que convocan a la docencia y la pedagogía universitaria, así como a intensificar aquellas políticas y programas que contribuyan a promover mejores resultados, si se quiere, mejores finales para las trayectorias de quienes transitan las carreras universitarias. 

Sin duda que la promulgación en el 2006 de la Ley Nº 26.206, que estableció la obligatoriedad de la educación secundaria también amplió las expectativas de sus egresados por continuar estudios universitarios. Es este un tema de principal atención y concurre  al desafío de generar una mayor y mejor articulación entre ambos niveles educativos, ya que en los últimos años se han recrudecido señalamientos respecto a las carencias de saberes y/o disposiciones intelectuales de los egresados de la educación media inscriptos en los cursos de ingreso (muchas veces de índole remedial) y, también, atento al cursado del primer año de carreras de grado según sus respectivos planes de estudios. Hay bastante información que indica el considerable número de ingresantes que no continúan sus estudios luego del primer año. Tránsitos interrumpidos que, muchos de ellos, indican la necesidad de generar estrategias para advertir cuándo y por qué se producen esos hechos, mal caracterizados a veces como “abandonos”, cuando en verdad no pocos de esos estudiantes pueden considerarse como “abandonados” por las instituciones universitarias que los han recibido, cuando lo que requieren es atención y apoyos para continuar sus trayectos.

Generalmente dichos planes, en su inicio, parten del supuesto de un ingresante ideal, que no se corresponde con la heterogeneidad de los perfiles reales de los ingresantes en cuanto a su procedencia y a su disposición de determinados saberes y disposiciones. En este sentido, conviene advertir que planes de estudios diseñados con el modelo de “talle único” no se condicen con la realidad. Y poco o nada contribuye a encarar y resolver la cuestión adjudicándole una responsabilidad retroactiva a los niveles educativos precedentes. Sin embargo, puede apuntarse que las concepciones, planes y programas de estudios de la educación secundaria merecen una especial atención para propender a formulación de políticas y propuestas pedagógicas que le otorguen un sentido propio al egreso de sus estudiantes, tal como lo tuvo hasta poco más de la segunda mitad del S.XX en sus distintas modalidades (Magisterio; Bachiller; Perito Mercantil, Técnico Industrial), a la vez que habilitar para el ingreso universitario de quienes elijan proseguir esos estudios. Posiblemente esa búsqueda de nuevos sentidos para la educación secundaria, pudiera requerir trayectos formativos posteriores menos escolarizados y, al mismo tiempo, más orientados a los intereses y necesidades de sus egresados para conseguir trabajo y realizar su proyección de vida futura. Dichos trayectos podrían luego ser reconocidos para proseguir estudios en instituciones de educación superior en algunas de aquellas carreras acordes con la índole de tales trayectos formativos.

Quizás Pensamiento Universitario pueda abrir líneas de estudios y propuestas que contribuyan a repensar las concepciones y diseños de los planes de estudios de las carreras de grado universitario, en consideración no solo de la heterogeneidad de las poblaciones de ingreso (que suelen tener características particulares cada año) y de la índole de las carreras, sino también de los recursos, saberes y prácticas que origina el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación. En esta perspectiva, hay que decir que otra de las notas distintivas que ha incorporado el sistema universitario en los últimos años es la creciente diversidad de propuestas formativas con mayor o menor incorporación de recursos tecnológicos de la comunicación y la información; en particular, de la modalidad de educación a distancia. Ello genera tensiones y replanteos sobre algunos de los pilares y supuestos constitutivos del sistema que se desarrolló en buena medida con el modelo tradicional de educación presencial: el aula y los procesos de enseñanza y aprendizaje; los criterios para la definición y asignación de cargos y dedicaciones para el trabajo académico (docencia, investigación y extensión); roles y funciones de los servicios de apoyo; el recorte territorial de las propuestas formativas ofrecidas por las universidades en el marco de los CPRES, entre otros. 

Uno de los desafíos centrales para la modalidad de educación a distancia es cómo lograr que los estudiantes que cursan estudios con esa modalidad dispongan de los entornos académicos institucionales, así como de aquellas relaciones y  experiencias que son parte del proceso formativo, al mismo tiempo que propician los atributos para el ejercicio de la ciudadanía universitaria y el desarrollo personal. Así, por ejemplo, las relativas  a la participación en procesos electorales para distintas instancias del gobierno universitario, como en programas y actividades de las funciones sustantivas. Agregando, por otra parte, el requerimiento de favorecer el acceso y disposición de aquellos servicios de apoyo que son fundamentales para sus estudios y prácticas pre-profesionales, como también las relaciones interpersonales con pares, docentes y directivos de sus respectivas universidades. Entre otras, son condiciones para lograr una efectiva equiparación en cuanto a las posibilidades que ofrecen dichos entornos, relaciones y experiencias formativas para quienes estudian bajo el sistema de educación a distancia.

El desarrollo institucional del sistema universitario de las últimas décadas ha estado acompañado por una considerable producción académica que ha contribuido a un mayor conocimiento de la universidad, tanto pública como privada. Se ha avanzado en el desarrollo de comunidades y redes académicas y profesionales; también en cuanto a la disposición de información empírica respecto a su desarrollo, sus actividades y sus resultados; asimismo, hay mayor atención a las demandas sociales. Dicho esto, pienso que muchos de los otros señalamientos realizados en aquél lúcido diagnóstico hecho por Pedro siguen vigente pese a los años transcurridos como cuestiones que demandan nuestra atención y que debemos ocuparnos de ellos. En este sentido, considero que Pensamiento Universitario fue y seguirá siendo un ámbito para los estudios y análisis de las cuestiones relativas a la legislación – y normas que de ella derivan-, los actores, el gobierno, los fines, funciones e instancias organizacionales de la universidad en general y de nuestras universidades en particular; así también la cuestión de su autonomía y sus responsabilidades públicas y sociales, así como sus relaciones con el Estado y también con las distintas organizaciones de la sociedad. 

Quiero finalizar estas líneas destacando la visión de Pedro Krotsch y de quienes lo acompañaron en los Comités de la Revista, para ofrecer a través de sus distintos números los trabajos de reconocidos académicos nacionales y extranjeros sobre una variedad de temas relacionados con el quehacer universitario. Bienvenidos quienes ahora retoman ese legado. Sin ninguna duda, contarán con el apoyo entusiasta de muchos universitarios para proseguir esta buena gesta académica. Dejo un saludo reiterado, empecinado y memorioso al querido Pedro.