Decorriendo el velo de la presencia femenina en la Universidad Nacional de Córdoba (1884-1920)
Jaqueline Vassallo
Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba/ CONICET.
La Reforma de 1918 ha dejado múltiples huellas documentales que se encuentran albergadas fundamentalmente en el Archivo General e Histórico y en el Museo Casa de la Reforma Universitaria de la Universidad Nacional de Córdoba. Entre los documentos, podemos señalar las fotografías que retrataron a sus protagonistas, donde aparecen casi exclusivamente varones. Varones subidos a los techos del emblemático edificio de la Universidad, jóvenes detenidos en un carro policial, o comiendo en platos de lata en una dependencia de la policía de Córdoba. Estas fotos trasmitieron durante décadas la imagen de una universidad totalmente masculinizada. Sin embargo, hacía más de tres décadas que las mujeres cursaban y se graduaban en carreras vinculadas a las Ciencias Médicas en la Universidad Nacional de Córdoba. Evidentemente, ellas no “salieron” en esas paradigmáticas fotos que desde entonces, recorren el mundo.
Sin lugar a dudas, la historia de la Universidad Nacional de Córdoba, como la de tantas otras instituciones, se escribió en clave androcéntrica y la Reforma no escapó a ello1. Incluso, en el trabajo que se publicó sobre la historia de la Facultad de Medicina en el marco de la celebración de los 400 años, no se menciona la Escuela de Parteras, la primera carrera que las mujeres pudieron cursar2. Cuestión que quedó subsanada por el estudio de Dora Barrancos, quien participó en la obra general sobre la historia de la Universidad, en el que hizo un primer rastreo general sobre las primeras egresadas de la institución entre 1884 y 19103.
Obviamente ninguna de las estudiantes pudo estar sustraída de los hechos que conmovieron no sólo a la Universidad, sino a Córdoba, al país y la región. Durante 1918, las aulas funcionaron de forma dispar y sin lugar a dudas los debates y sucesos acaecidos pudieron interpelarlas, conmoverlas, preocuparlas e incluso incentivarlas a intervenir en las discusiones. Sin embargo, no aparecieron en las fotos oficiales, al menos las que hoy se conservan en el Archivo General e Histórico de la UNC.
En este trabajo, nos proponemos visibilizar la presencia de las mujeres en la Universidad Nacional de Córdoba durante las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX, en clave de género y a través de las actas de colación de grados que contienen los Libros de Grado, albergados en el Archivo General e Histórico de la Universidad.
Los Libros de Grados son los únicos originales en los que aparecen identificados quienes se graduaron de la institución desde sus comienzos hasta la actualidad. Reúnen las actas de colación de grados, en las que constan la fecha del acto, las autoridades oficiantes; el grado (o título) recibido y el nombre de los egresados y egresadas. Cada acta se inicia con la indicación del lugar, fecha y las autoridades que la suscribieron, el grado académico y, a continuación, aparece el listado de las personas que lo obtuvieron, acompañadas de sus datos personales (nombres y apellido, nacionalidad, estado civil y edad). El documento finaliza con la firma de las autoridades correspondientes.
Somos conscientes de las limitaciones que tienen las fuentes con la que trabajaremos, pero dada la originalidad de las mismas y la escasa consulta que han tenido, nos atrevemos a realizar este trabajo para dar cuenta de presencias que fueron invisibilizadas por gran parte de la historiografía especializada.
Mujeres en la Universidad Nacional de Córdoba tras siglos de ausencia
Argentina, Brasil, México, Chile y Cuba fueron los primeros países latinoamericanos que vieron por primera vez mujeres en las aulas universitarias durante el siglo XIX. Alicia Palermo señala que si bien se trató de un fenómeno que puede enmarcarse en un contexto latinoamericano y en un marco más amplio del mundo occidental, en Argentina coincidió “con el auge de la inmigración, con el desarrollo del proyecto liberal y con el predominio de corrientes de pensamiento positivistas entre nuestros círculos intelectuales”4.
En Córdoba, las primeras mujeres que concretaron sus estudios superiores fueron quienes se graduaron de parteras a partir de 1884, en la Facultad de Medicina de la Universidad, que por entonces era caja de resonancia de las confrontaciones entre el liberalismo de la dirigencia política local y nacional y el conservadurismo de la jerarquía eclesiástica5. Durante aquellos días, Elida Passo se encontraba estudiando la carrera de Farmacia en la Universidad de Buenos Aires, lo que la hizo convertir en la primera graduada de dicha institución, en 1885. También hubiera sido la primera médica, de no haber fallecido de tuberculosis antes de recibirse6.
La Universidad Nacional de Córdoba, que reconoce sus orígenes en el Colegio Máximo fundado por los jesuitas de manera definitiva a partir de 1613, durante siglos abrió las puertas a los varones de los sectores más acomodados que buscaban formación en Artes, Teología y Cánones y Derecho, y en el siglo XIX, en Ciencias Médicas y Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Desde que en 1614 se dio la primera clase de teología en el Colegio Máximo a cincuenta alumnos, entre los que había una treintena de seminaristas, pasaron 243 años hasta que las mujeres pisaran las aulas universitarias. Unos años antes que se habilitara el ingreso, Domingo Faustino Sarmiento, siendo Ministro del Interior de Avellaneda, anunció en una conferencia que dio en la Casa de Trejo: “que no estaba lejos el día en que [las mujeres] asistiesen con sus libritos bajo el brazo a los cursos universitarios, pues ya estaban en posesión de la Universidad por las lecturas a las que asistían, y era el movimiento del mundo hoy abrir de par en par a las mujeres las puertas del seminario del saber”7. Al respecto, se ha señalado que Sarmiento entendía que la educación constituía un aspecto nodal de integración de las mujeres a la cultura, así como el derecho a la participación en campos vedados y la coeducación8.
Las mujeres se incorporaron a los estudios universitarios cuando la Universidad de Córdoba ya había sido nacionalizada. Y si bien sus estatutos no contemplaban expresamente la exclusión ni las obligaron a solicitar el ingreso por vía judicial como habían tenido que hacer las mujeres en la UBA, por entonces confluían discursos, normas jurídicas y prácticas sociales que las seguían considerando inferiores e incapaces. Basta repasar las normas prescriptas en el Código Civil que había entrado en vigencia en 1871, para darnos cuenta de las exclusiones y restricciones de las que eran destinatarias y por las que se alzaron las primeras voces feministas en la Argentina de fines del siglo XIX.
El cuerpo normativo que fue redactado por Dalmacio Vélez Sársfield- uno de los “egresados estrella” de la Universidad cordobesa-, recogía el discurso jurídico y las representaciones de género impuestas por los españoles a partir del siglo XV, en combinación con lo dispuesto por el Código napoleónico de principios del XIX. De esta suerte, estipuló que las mujeres tendrían una capacidad jurídica restringida, lo que hacía imprescindible una tutela masculina9. La existencia de un discurso jurídico teñido de influencias católicas, incidió en la persistencia de instituciones coloniales que repercutieron en la regulación del matrimonio, la familia y en la definición de los roles de sus integrantes. De esta suerte, los matrimonios que el estado reconocía como válidos debían ser celebrados siguiendo reglas religiosas porque el legislador cordobés no instituyó el matrimonio civil, y por ende, tampoco el divorcio vincular.
El régimen civil de la familia continuó basado en la “potestad”, que -se sustentaba en la autoridad del padre y luego, del marido; y el deber de obediencia, primero como hijas y luego como esposas. Las mujeres casadas resultaron destinatarias de un estricto marco legal en el ordenamiento jurídico, caracterizado por su necesaria sujeción al marido y la solicitud de autorizaciones para realizar distintos actos y negocios jurídicos. Tampoco podían ejercer la patria potestad sobre sus hijos, administrar los bienes del matrimonio- ni siquiera los propios-, no estaban autorizadas a aceptar herencias, estar en juicio por sí mismas- ni por terceros-, ser testigos testamentarias, obligarse como fiadoras, ni firmar contratos sin expresa autorización. Estas restricciones incidían a la hora de trabajar o ejercer una profesión. Y aunque Vélez Sársfield nunca mencionó de manera expresa la exclusión de las mujeres del mundo del trabajo, trazó algunas excepciones con el objetivo de no transgredir el “discurso de la domesticidad” a las que fueron destinatarias. Fue así como creó la presunción legal de que contaban con “autorización tácita” del marido, aquellas mujeres que trabajaran como maestras y directoras de escuela, o actrices.
La docencia era una actividad laboral socialmente aceptable para las mujeres, ya que era entendida como una continuación de la función “directa” asignada a las mujeres: la maternidad10. En tanto que las actrices estaban asociadas a la “liviandad moral”, por lo tanto, la ley suponía que el marido conocía el trabajo de la esposa y de su posible incidencia sobre el honor familiar. Como bien señaló Malgesini, en el Código civil había cuajado el modelo patriarcal de la tradición hispana por lo que “las mujeres no tenían las mismas posibilidades de acceder al mundo material que sus esposos, sólo lo hacían cuando era inevitable”. Por ese entonces el trabajo era valorado como una actividad propia de los varones, incluso cuando no había opción de hacerlo11. Las afirmaciones que hace Ballarín para las primeras universitarias españolas, también nos ayudan a pensar la situación de las mujeres de este lado del Atlántico: incluso ante una situación familiar límite las mujeres que deseaban trabajar para evitar la miseria se encontraban con la negativa del padre o esposo, ya que ello suponía “un desclasamiento: dejar de ser «señorita» y pasar a ser «pueblo»12.
Sin lugar a dudas, a las mujeres se les impedía acceder a las mismas oportunidades que tenían los varones de su mismo grupo social, en especial la educación superior. Una formación que podía abrirles las puertas al mundo exterior, así como desarrollar capacidades y actitudes para desempeñar profesiones cualificadas en espacios públicos. Los impedimentos para el ingreso a las aulas universitarias también provenían de muchos padres, maridos, hermanos o hijos varones que les aseguraban un sustento económico y que, por lo tanto, no veían la necesidad de esta búsqueda de autonomía personal y de responsabilidades profesionales. Sin olvidar los posibles temores de que se distanciaran del orden doméstico, como también de que compitieran con los varones en distintos espacios del mundo del trabajo profesional13.
Por ese entonces, la Facultad de Medicina de la UNC- fundada en 1877-, se concebía como un espacio en el que se debían discutir y tomar decisiones en torno a la salud reproductiva de las mujeres, la planificación familiar, los embarazos de riesgo y la práctica de los abortos terapéuticos. Desde sus inicios, la unidad académica estuvo en manos de profesionales liberales y sobre todo, extranjeros; razón por la cual buena parte de su cuerpo docente y de gestión sufrió los embates de los sectores más reaccionarios de la Universidad y de la política local14. Fue precisamente en esta Facultad donde las estudiantes, al igual que muchas europeas y latinoamericanas, encontraron un lugar porque “el impulso a la medicina parecía ser natural en las mujeres” debido a que históricamente las mujeres habían cumplido en el cuidado de los enfermos de la familia15. Por lo tanto, la elección de carreras vinculadas a las Ciencias Médicas no representaba una ruptura brusca con la división sexual del trabajo impuesta por el patriarcado.
La Escuela de Parteras fue la primera instancia de educación superior a la que pudieron acceder las mujeres, y a los pocos años llegaron a cursar las carreras de Farmacia, Medicina y Odontología. La partería era un saber y una práctica que históricamente las sociedades vincularon a las mujeres. Según Carrillo, la partera profesional nació con el doble carácter de actividad necesaria para la profesión médica, pero subordinada a ella; y como práctica represora de la actividad de las parteras tradicionales que competían con la “medicina académica”16. A lo que añade Barrancos, que con la apertura de estos estudios, la corporación médica se proponía combatir el curanderismo e impedir la realización de abortos, asociados a las prácticas de las comadronas17.
Las aspirantes a estudiar en la Escuela, debían tener como mínimo 20 años- por entonces, se accedía a la mayoría de edad a los 22-, contar con formación hasta sexto grado, “tener buena conducta, gozar de buena salud, carecer de impedimento intelectual y no tener imposibilidad física para el ejercicio de la profesión”18. En este punto, cabe mencionar que el requisito de no tener “impedimento intelectual”, no aparece en la reglamentación de lo solicitado para cursar la carrera de Medicina ni para la de Farmacia; carreras que cuando se formalizaron no se contempló expresamente que pudieran ser cursadas por mujeres.
La carrera de Partería implicaba un cursado de tres años, en donde se estudiaba anatomía, fisiología, patología específica del aparato genital; luego se avanzaba sobre el proceso del embarazo, parto y puerperio. En segundo año estudiaban patología focalizada en el parto y en el bebé. En tercer año hacían las prácticas, en la que debían acreditar la atención en treinta partos. Las clases teóricas las recibían de los docentes de obstetricia de la Facultad y las prácticas las hacían en el Hospital San Roque19. Las mujeres que traían sus títulos del extranjero, debían forzosamente gestionar una reválida ante la UNC, a la que accedían después de rendir exámenes.
La primera egresada en Córdoba fue Ángela Sertini de Camponovo, la única mujer que obtuvo el título de partera el 15 de setiembre de 188420. A partir de 1890, numerosas extranjeras comenzaron a solicitar reválidas, entre las que encontramos fundamentalmente francesas e italianas que habían tenido oportunidad de estudiar en universidades europeas21. Tal vez, el perfil que nos muestran los libros de grado de Margarita Dulue y Rosa Giobellino, dos extranjeras que solicitaron reválidas en 1890 y 1891, respectivamente, pueden ser ilustrativos de las demás mujeres que se acercaron hasta la Universidad para hacer lo propio en la Córdoba decimonónica: Dulue era una inmigrante francesa, proveniente de “Lot i Garona” [sic], de 29 años de edad y obtuvo su título argentino el 9 de diciembre de 189022, y Giobellino, provenía de Novara, contaba con 30 años y obtuvo su reválida el 28 de octubre de 189123.
Debido a los aportes realizados por Bosch, sabemos que las egresadas se incorporaron al mercado de trabajo local, que desde 1861 venía desplegando una etapa de formación y transformación. Las parteras se sumaron al gran colectivo de mujeres trabajadoras que por entonces se desempeñaban como adornadoras de sombreros, niñeras, directoras, secretarias y docentes de conservatorios y escuelas, cantantes, actrices, personal de servicio doméstico, profesoras y cajeras, así como obreras en general. Sin olvidar a todas las mujeres que vivían y trabajaban en el campo, en las tareas propias de dichos espacios productivos24. La autora citada señala que ha encontrado numerosos avisos clasificados en los que las parteras ofrecían sus servicios a principios el siglo XX, en la ciudad mediterránea; incluso algunas mujeres publicaban los ofrecimientos durante meses y hasta años25.
Por ese entonces, la partería profesional y el magisterio eran las únicas opciones de formación profesional que tenían las mujeres de Córdoba de finales del siglo XIX, hasta que a partir de 1905 comenzaron a graduarse farmacéuticas y en 1908, médicas26. Cabe agregar que todas ellas transitaron sus experiencias laborales en tiempos en que el mundo del trabajo aún se regía por las normas del Código civil (como locación de servicios) y del Código Comercial, hasta que a partir del 1900, comenzaron a sancionarse normas específicas, entre ellas, la ley sobre el trabajo de las mujeres y menores que estaba destinada al trabajo obrero (1907).
La Escuela Normal para Maestras, fundada por el gobierno provincial durante las últimas décadas del XIX imponía requisitos menos estrictos que la Universidad: saber leer, escribir y contar, tener 14 años de edad, gozar de buena salud y conducta moral y poseer el consentimiento de los padres o tutores. Al cabo de cinco años (entre estudio y práctica), obtenían el título habilitante27. Como puede observarse, las maestras podían graduarse antes que las parteras para ingresar más rápidamente al mercado laboral formal. Sin embargo, como señala Barrancos, los sectores medios altos promovían entre sus hijas que se dedicaran a la docencia, mientras que las estudiantes de partería pertenecían a sectores más bajos28. Sin lugar a dudas, ambas formaciones profesionales eran vías concretas para mejorar las condiciones de vida, pero también las seguía situando en los ideales modélicos maternales.
Las actas nos señalan que había un gran número de estudiantes extranjeras que pertenecían a familias llegadas de ultramar, en el marco de la inmigración masiva. Como es sabido estas familias que llegaban por miles a las recónditas tierras del sur en general y a Córdoba en particular, habían sido empujadas de sus lugares de origen por situaciones restrictivas y en Argentina buscaban alcanzar una mejor calidad de vida. Según Malgesini, las mujeres inmigrantes tuvieron que realizar un enorme esfuerzo de adaptación personal y de integración de sus hijos a la sociedad receptora, bajo un “doble fuego”: por un lado, la presión exterior constante del Estado por socializar a través de la educación nacional y, por otro, la derivada de la organización patriarcal de la familia, basada en hábitos culturales europeos y fortalecida por las prácticas criollas. En definitiva, mucho se esperaba de ellas: que trabajasen en el hogar y fuera de éste si era necesario, que no comprometiesen el honor familiar, que obedecieran al padre y al marido, que se hicieran cargo de los niños, ancianos y enfermos, que consideraran las demandas de integración que imponía el nuevo país, pero que a la vez mantuvieran las tradiciones europeas a través de la lengua, la música, las comidas, la ropa en el seno del hogar y en la comunidad con sus congéneres de la misma procedencia29.
En muchas familias europeas a las que ellas pertenecían existían valores que admitían y fomentaban la educación de las mujeres, ya que en ello veían una oportunidad de integración y de movilidad socio- económica. Las fuentes nos señalan que la mayoría provenían de Italia, Francia, España; y en menor medida cursaron alemanas, austríacas y rusas. Muchas de ellas tramitaron reválidas, lo que significa que ya habían cursado y aprobado la carrera en sus respectivos países30. Desde 1884 hasta principios del siglo XX, se graduaran 20 mujeres de parteras y 4 obtuvieran la reválida de los títulos obtenidos en sus países de origen, hasta que en 1905, se graduó la primera egresada de Farmacia. Se trató de Margarita Zatzkin, una mujer que había nacido en Odesa (Rusia) y en el seno de una familia que debió migrar a estas tierras debido a la opresión que el régimen zarista ejercía sobre los judíos. Ella también fue la primera en obtener el Doctorado en Medicina en 190831. Posteriormente Margarita se casó con un colega médico, se estableció en el Litoral de Argentina donde aparentemente no ejerció sus profesiones, para terminar muriendo con 44 años en Rosario32.
Las parteras siguieron obteniendo sus títulos en forma numerosa33, mientas unas pocas siguieron el camino trazado por Margarita. En 1912 se graduó la segunda farmacéutica: la gaditana, Isabel Rodríguez quien con apenas 21 años y siendo soltera, obtuvo el título el 8 de diciembre de dicho año34. Y en 1917, hizo lo propio la segunda Doctora en Medicina y Cirugía, Amparo Lafarga, argentina, soltera y de 24 años35. Isabel y Amparo iniciaron el perfil de estudiantes jóvenes y solteras que se acrecentará unos años más adelante. Evidentemente, muchas mujeres que cursaban la carrera de Partería ya venían ejerciendo el oficio, estaban casadas y tenían entre 25 y 40 años. El título oficial seguramente les sirvió para legalizar y legitimar sus saberes, salir al mercado con cierta tranquilidad e incluso, tener un “oficio honrado”. También pudo ayudarlas a atravesar el período de recesión y desempleo que se vivió Argentina durante la Primera Guerra Mundial. Las fuentes nos revelan que entre 1914 y 1918, se graduaron 30 parteras entre quienes encontramos mayormente argentinas, seguidas por italianas, españolas, uruguayas y una alemana36.
Sin lugar a dudas estas mujeres debieron afrontar prejuicios, discriminaciones y hasta desandar sospechas en torno a sus capacidades intelectuales y el cómo harían para compatibilizar el ejercicio profesional con los roles de madres y esposas que la sociedad patriarcal les imponía. Silvia Roitemburd señala que la retórica aceptación del derecho al acceso a las profesiones era invalidada por un discurso que presentaba la imposibilidad “innata” de ejercerlas:
“La mujer débil por naturaleza, dulce por su carácter, suave y tierna por educación, por costumbre, por su delicada complexión, ejerciendo hoy día la más penosa, la más árida, la más dura de las profesiones; una mujer médico y cirujano, es el colmo de los absurdos”37.
Estas discusiones se sostuvieron vívidamente en el Congreso Femenino Internacional de 1910, que fue organizado por la Asociación de Universitarias Argentinas. Ya lo decía Concepción Alexandre, en su ponencia presentada en dicho evento:
“Después de meditar despacio sobre todo lo expuesto, comprendemos mejor los resultados obtenidos en el estudio comparativo del cerebro de la mujer, como el del hombre, a pesar de creer muchos que existían entre éstos ‘radicales diferencias’. Los sabios anatómicos después de concienzudos análisis aseguran lealmente que los dos son ‘por igual aptos para discernir y pensar`”38
Asimismo, Alexandre señalaba el poco tiempo transcurrido desde que las primeras mujeres accedieron a las aulas universitarias y los logros obtenidos.
“Desde la casi total indiferencia en que se encontraban [las mujeres argentinas] en 1870 con respecto a las avanzadas de otras naciones en el terreno de la ciencia, hasta la altura envidiable a que hoy ha llegado, pudiera decirse que pasaron, no 40 años, sino más de un siglo. Eso bastará para formar juicio de sus envidiables aptitudes, aún sin detenernos a analizar gran obra”39.
En igual sentido, en la primera proposición que surgió de la Comisión de Ciencias que sesionó en este evento -y que fue aprobada como “axioma” por unanimidad de las asistentes-, se afirmaba:
“Ninguna condición psíquica ni social hacen inepta a la mujer, para entregarse a las investigaciones científicas como lo demuestran ejemplos cada vez más numerosos”40.
Ellas, en 1918
1918 comenzó con alboroto en los claustros y en las calles de Córdoba. Gracias a las referencias que proporcionan las actas podemos conocer que a pesar de la convulsión que vivió la Universidad durante esos meses, las autoridades continuaron otorgando títulos durante los meses de marzo y julio.
Francisca de Caram41, una entrerriana, casada, se graduó de partera el 9 de marzo de 1918, y 4 días después, en una concentración celebrada en la Plaza San Martín, los estudiantes reformistas declararon la huelga general. Asimismo, hemos constatado que el Consejo Superior, en la sesión del 8 de marzo de 1918, trató varias solicitudes de los Centros de Estudiantes, entre ellas, la de la Srta. María Haydeé Capellini, maestra normal, para cursar como alumna regular la carrera de Farmacia42. No hemos encontrado la resolución tomada por la Comisión de Enseñanza- donde fue remitida-; lo cierto es que esta mujer, no figura como graduada en los Libros de Grados.
El día 20 de julio de 1918, y durante el polémico rectorado de Antonio Nores, se recibieron de parteras las estudiantes argentinas Rosa Serra de Rovira, Dominga Rapaccioli y la española – natural de Tarragona-, Magdalena Peleato y Vila43. Tres días después, lo hizo Agustina Buenader una joven catamarqueña de 23 años, la única farmacéutica de ese año44. A los pocos días de estos sucesos, renunció el rector Nores.
Más allá que las actas de colación dan cuenta de quienes terminaron efectivamente sus carreras en esos años y que las estudiantes matriculadas pudieron ser más, entre 1918 y 1920, hemos identificado 46 estudiantes de la UNC cuyas vidas y carreras estuvieron atravesadas por la Reforma. Muchas de ellas eran cordobesas, pero también había un buen número de santafesinas y porteñas que se establecieron en la ciudad para poder estudiar45.
Si bien ya es sabido que algunas simpatizaron y hasta militaron en la causa reformista y hasta ocupando lugares de importancia como Prosperina Paraván, una joven santafecina, estudiante de Odontología46, seguramente muchas participaron en numerosas actividades que se llevaron adelante por aquellos días, como el acto en el que se derrumbó la estatua del Rafael García el 16 de agosto, ubicada en la plazoleta de la Compañía de Jesús a pocos metros del rectorado. También, debieron leer con avidez -y otras con preocupación, el texto del Manifiesto Liminar, publicado en la Gaceta Universitaria.
Al año siguiente, y mientras se graduaban de farmacéuticas Juana Glembosky, Otilia Núñez, Amalia Martínez y Rosa Ravea; y de parteras Rosalía Campaner, Ángela Campra, María Cangiano, Francisca Corte, Palmira Ghio de Acosta, Claudia Gutiérrez, Paulina Lichieri, Teresa Llavot, Natalia Salomonoff y María Elena Voisard47, tal vez leyeron el texto que se publicó en la Gaceta Universitaria el 18 de agosto de 1919, sobre los derechos que gozaban las mujeres en la Rusia revolucionaria. Derechos que ellas todavía no gozaban y que constituían la agenda feministas del país:
“[En Rusia], ya no quedan como en antaño dos humanidades, una femenina, masculina la otra, sino una sola con los mismos derechos civiles y políticos. La vieja institución del matrimonio no es obligatoria…
Si es verdad que los hombres gozan de entera libertad, no es menos verdad que las mujeres gozan de iguales derechos y libertades… Uno de los defensores y propulsores de estas medidas progresistas (…) ha sido Máximo Gorki, actual Ministro de Instrucción Pública (…).
No se debe mantener a la mujer en la ignorancia y en este sistema son educadas desgraciadamente nuestras mujeres. En la Rusia revolucionaria, cada mujer que ha pasado los 18 años y se encuentra en buenas condiciones de salud, trabaja y tiene derecho a unirse libremente con quien más le plazca. En posesión de todos sus derechos, la mujer ha adquirido la libertad económica, base fundamental de todas las libertades… El prejuicio de los sexos, felizmente, pese a todas las religiones y a todos los retardatarios, va a desaparecer del mundo bien pronto y será reemplazado por un Humanismo integral donde todos sean iguales en derechos y todos iguales en deberes”48.
¿Cuál habrá sido el impacto que causó entre ellas? ¿Lo habrán conversado con Natalia Salomonoff, una mujer casada de 26 años y de origen ruso?49 ¿Habrá llegado este texto a manos de Margarita Zatzkin, que por entonces ya no vivía en Córdoba y estaba sumida en una vida hogareña? Son peguntas que no podemos responder.
Lo cierto que es que las mujeres siguieron cursando, e incursionando en otras carreras. La década del 20 trajo la primera notaria, Mercedes Orgaz y la primera abogada, Elisa Ferreyra Videla. Sin lugar a dudas, el ingreso a estas carreras fue un poco más tardío ya que estaban ligadas con el prestigio y el poder. Ellas debieron compartir las aulas con sus compañeros, repitiendo en las clases de derecho civil, su singular consideración de incapaces relativas de hecho y en derecho constitucional, la falta de derechos políticos50.
Un párrafo aparte merece Mercedes Orgaz, hermana de los célebres reformistas, quien seguramente compartió junto a ellos las discusiones y ansiedades de aquellos años. Mercedes se recibió de Notaria, el 13 de diciembre de 1923 siendo soltera y con 30 años cumplidos51, tras rendir libre en el Monserrat y ahogar su deseo de estudiar Medicina, porque sus hermanos no consideraban que fuera una carrera apropiada para las mujeres52. Mientras tanto, algunas fotos que circulaban por la sociedad cordobesa en las que aparecían sus hermanos, seguían registrando varones debidamente ataviados con sacos y moñitos a la moda, compartiendo eventos sociales, como la visita del diputado socialista Alfredo Palacios53.
Más tarde, llegarían a graduarse arquitectas, ingenieras, peritos traductoras, profesoras de francés, inglés, alemán e italiano, doctoras y licenciadas en Filosofía; contadoras públicas, geólogas y doctoras en ciencias naturales, en tiempos en que las mujeres adquirieron los derechos políticos54. A mediados del siglo XX, el camino estaba abierto, pero los desafíos sociales eran enormes ya que los esfuerzos no se agotaban en obtener un título, luego había que insertarse en el mundo laboral y/o en el académico. Mundos marcados con una fuerte presencia masculina que no estaba dispuesta a ceder sus lugares ni sus privilegios.
Anexo. Mujeres que transitaron la UNC en tiempos de la Reforma
Fuente: Índice de las Primeras Mujeres Egresadas de la UNC 1884 – 1950. Entre la autonomía y la exclusión (2016). Ediciones del Archivo, Archivo General e Histórico de la UNC, Córdoba.
Fuentes
ARCHIVO GENERAL E HISTORICO DE LA UNC (AGH). Libros de Grados 2, 3, 4 y 5.
Notas
1 Entre los pocos trabajos que se escribieron sobre el tema podemos citar: VERA DE FLACHS, Cristina. (2001). “Las primeras mujeres universitarias en Córdoba (Argentina) y la Escuela de Parteras”, en Revista de Historia de la Educación Latinoamericana, No. 3, Santa Fe de Bogotá; (2010). De comadronas a obstetras: la institucionalización del saber. Córdoba: Báez Ediciones; (2018). “Mujeres Universitarias argentinas y movimientos estudiantiles del siglo XX”, en Revista de Pedagogía Crítica Paulo Freire, N°20,pp. 123-143. Asimismo, VASSALLO, Jaqueline (2016) “Introducción”, en Índice de las Primeras Mujeres Egresadas de la UNC 1884 – 1950. Entre la autonomía y la exclusión. Ediciones del Archivo, Archivo General e Histórico de la UNC, Córdoba.pp.8-17
2 FAVACCIO, Carolina. (2013) “La creación de la Facultad de Ciencias Médicas en el marco de un saber médico de matriz naturalista (1869-1884)”, en Facultades de la UNC. 1854-2011. Saberes, procesos políticos e institucionales. Mónica Gordillo y Laura Valdemarca. (Coords). Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, pp. 73-91.
3 BARRANCOS, Dora (2013) “La Universidad esquiva las primeras egresadas (1884-1910)”, en Universidad Nacional de Córdoba. Cuatrocientos años de Historia. Daniel Saur y Alicia Servetto (Coords). Tomo I. Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba. pp. 363-377.
4 PALERMO, Alicia (2006). “El acceso de las mujeres a la educación universitaria”, en Revista Argentina de Sociología, Año 4 N° 7. p. 41.
5GONZALEZ, Marcela (2011). “La ideología liberal en una ciudad religiosa. Contextualizando la tesis de Ramón J. Cárcano”, en Ramón J. Cárcano. De los hijos adulterinos, incestuosos y sacrílegos. Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba y EDUCC, Córdoba, p. 22.
6 PALERMO. op. cit. p.36.
7 BISCHOFF, Efraín (2008). Historia de Córdoba. Tomo I Lerner Editora, Córdoba, p.403.
8Para mayor información: ROITEMBURD, Silvia (2009) “Sarmiento, entre Juana Manso y las maestras de EE.UU. Recuperando mensajes olvidados”, en Antíteses, Vol 2. Nº3 (Enero) pp. 39-66.
9VASSALLO, Jaqueline (2004) “Modelo de Mujer y Construcción Jurídica en el pensamiento de Vélez Sársfield”, en Escenarios y Nuevas Construcciones Identitarias en América Latina. María Susana Bonetto, Marcelo Casarín y María Teresa Piñeiro (Eds). Centro de Estudios Avanzados, UNC, Córdoba. pp. 401-414.
10 ROITENBURD, Silvia (1998) Nacionalismo católico cordobés: educación en los dogmas para un proyecto global restrictivo. Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba. pp. 226–227.
11 MALGESINI, Graciela “Las mujeres en la construcción de Argentina en el siglo XIX”, en Historia de las Mujeres Georges Duby y Michelle Perrot (Dirs), Tomo 4. Taurus, Madrid, pp. 686-687.
12 BALLARÍN-DOMINGO Pilar (2010). “La educación de la mujer española en el siglo XIX”, en Historia de la Educación, Vol. 8. p. 251. citado 27 Abr 2019]; 8(0). Disponible en: http://revistas.usal.es/index.php/0212-0267/article/view/6837
13 FLECHA GARCIA, Consuelo (2008) “Memoria de mujeres en la Universidad española”, en Mujeres y Universidad en España y América Latina. Buenos Aires, Miño y Dávila. pp. 16-19.
14 ROITEMBURD, Silvia. (2000) Nacionalismo Católico. Córdoba (1862-1943). Educación en los dogmas para un proyecto global restrictivo. Ferreyra Editor, Córdoba pp. 52-53.
15 PALERMO, op. cit. p. 5
16 CARRILLO, Ana María (1999) “Nacimiento y muerte de una profesión. Las parteras tituladas en México”, en DINAMYS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. N° 19, p. 170.
17 BARRANCOS, op. cit. p. 368.
18 PUBLICACION INSTITUCIONAL (1916) La Universidad Nacional de Córdoba. Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba.
19 BARRANCOS, op. cit. p. 371
20 ARCHIVO GENERAL E HISTORICO DE LA UNC (en adelante AGH). Libro de Grado 2, f.99.v. Lamentablemente, la escasa información que presenta la fuente no nos permite trabajar con mayor profundidad el perfil de esta mujer.
21 PALERMO, op. cit. p. 15.
22 GH. Libro de Grados 2, f. 113 r.
23 AGH. Libro de Grados 2, f 117.
24 BOSCH ALESSIO, Constanza (2012) “Las mujeres en el mundo del trabajo, ciudad de Córdoba, 1904-1919”, en Prohistoria, N° 17, Año XV, pp.56-58.
25 BOSCH ALESSIO, op. cit. p. 58.
26 CORTES, Nuria y FREYTES, Alejandra (2016). Índice de las primeras mujeres egresadas de la Universidad Nacional de Córdoba (1884-1950) Serie Auxiliares descriptivos. Córdoba: Ediciones del Archivo, Universidad Nacional de Córdoba. http://archivodelauniversidad.unc.edu.ar/files/INDICE_PRIMERAS_EGRESADAS.pdf.
27 BOSCH ALESSIO, op. cit. p 68.
28 BARRANCOS, op. cit. p. 375.
29 MALGESINI, op. cit. p.p 698-699.
30AGH. Libro de Grados 2, 3, 4 y 5.
31 AGH. Libro de Grados 3, f. 140; Libro de Grado 3, f. 172.
32 BARRANCOS, op. cit. 366.
33 CORTES Y FREYTES, op. cit .
34 AGH. Libro de Grados 3, f.189.
35 AGH. Libro de Grados 4, f. 36.
36 Entre ellas, encontramos 15 argentinas, 8 italianas, 3 españolas, 3uruguayas y 1 alemana. CORTES y FREYTES, op. cit.
37 ROITEMBURD, op. cit. p. 79.
38 ALEIXANDRE, Concepción (2008) “La mujer en medicina”, en Primer Congreso Femenino. Buenos Aires, 1910. Historia, Actas y Trabajos. Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba. p. 338.
39 Idem. p. 341.
40 PRIMER CONGRESO FEMENINO. BUENOS AIRES, 1910. HISTORIA, ACTAS Y TRABAJOS (2008). Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba. p. 382.
41AGH. Libro de Grados 4, f.46.
42 CORTES, Nuria y FREYTES, Alejandra (Comps). (2018) La Reforma Universitaria del 18 en los documentos del Archivo. Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba. p.59.
43 AGH. Libro de Grados 4, f.49; 4, f.48; 4, f.48.
44 AGH. Libro de Grados 4, f.49.
45 Remitimos a la información brindada en el cuadro elaborado por la autora (Anexo)
46 Prosperina se graduó de odontóloga a los 36 años, dieciocho años después de los hechos dela Reforma, seguramente por sus obligaciones de esposa y madre. AGH. Libro de Grados 5, f.133.
47 CORTES y FREYRE, op. cit.
48 TATIAN, Diego (2018). La incomodidad de la herencia. Breviario ideológico de la Reforma Universitaria. Encuentro Grupo editor, Córdoba. pp. 31-32
49 AGH. Libro de Grados 4, f. 70.
50 VASSALLO, Jaqueline. 2016. “Introducción”, en Índice… op. cit. pp 13-14.
51 AGH. Libro de Grados 4, f. 243.
52 Asimismo, véase: VERA DE FLACHS, Cristina (2018). “Mujeres Universitarias…”pp. 123-143.
53 TATIAN, op. cit. p. 39.
54 VASSALLO, Jaqueline. 2016. “Introducción”, en Índice… op. cit. pp 13-14.