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Un recurso estratégico tan mencionado como abandonado. Reseña del libro El uso social del conocimiento en la universidad de Augusto Pérez Lindo, UAI Editorial/Teseo, 2017. 188 págs.

Charlie Palomo

Doctor en Educación. Profesor e investigador en UNTREF y diversas universidades en Uruguay y Brasil.

Resulta ineludible señalar que estas líneas están siendo escritas en mayo de 2020. Desde hace varios meses la vida del planeta se ha visto alterada brutalmente. No se ve, no se sabe cuándo y cómo todo esto terminará. La pandemia generada por el Coronavirus ha modificado profundamente desde las actividades más simples a las más complejas del cotidiano de la humanidad.

No se conoce a ciencia cierta las causas del fenómeno. No se conoce acabadamente el comportamiento de la enfermedad. No se conoce tratamiento para enfrentarla. No se conoce cuándo se dispondrá de una vacuna para prevenirla. No se conoce el impacto social, sanitario, económico, cultural que tendrá la pandemia y no se conocen instrumentos ciertos para calcular un futuro incierto.

Paradojal. En una sociedad mundial que modestamente se autodenominaba sociedad del conocimiento no se conocen un montón de cosas. Hoy, más que imprescindibles, vitales.

¿Por qué incluir todas estas referencias en una reseña de un libro? Porque la obra es sobre el uso social del conocimiento. Porque el texto se enmarca en el comportamiento de la universidad, un actor destacado en la producción, evaluación y difusión del conocimiento. Y porque muchas de las citas que se harán adquieren un carácter premonitorio.

En gran parte de las representaciones de los actores sociales la idea de conocimiento y la de universidad aparecen naturalmente juntas. Esto es así. A veces. Existen otros focos y Pérez Lindo lo señala: “…si uno analiza las instituciones universitarias comprobará que la mayoría se dedica a dar cursos para formar profesionales” (p. 25). Sutil, el elogio limitado lleva consigo una crítica profunda. ¿La universidad se dedica prioritariamente a eso? ¿Solo a eso? Y entonces el autor llega a un eje sustancial de su pensamiento y su planteo: la gestión del conocimiento en la universidad. Realiza un análisis histórico profuso y de gran erudición. Las brechas entre la producción de conocimiento y las actividades docentes y de investigación quedan expuestas. Y entonces afirma: “Una universidad puede tener un gran nivel académico pero no tener la capacidad para transmitir los saberes a la sociedad” (p. 33). E insiste: “…puede tener muy buenos profesores e investigadores y no tener políticas del conocimiento” (p. 34).

La universidad es una institución milenaria y exitosa. Ha sobrevivido. Con el orgullo de ser una productora de conocimiento no ha sentido vergüenza en poner en la platina de su microscopio cuanto objeto ha deseado investigar. Dejarse pesquisar fue otra cosa. En los años ’90 (siglo pasado) aceptó estudiarse a sí misma, repensarse, reflexionar sobre sus prácticas no sin la presión de un movimiento mundial de foros que le demandaban responder. En el tiempo aparecieron, derivados de ese pretendido autoconocimiento, distintos modelos ideales que daban cuenta de situaciones no resueltas y de desafíos a futuro. Muchos autores (Pérez Lindo incluido) presentaron propuestas. Todas bien recibidas en los espacios de debate; todas pendientes de concreción. Hoy señala el autor: “…la idea de la universidad inteligente todavía no se ha abierto paso” (p. 38). Cabe preguntarse por qué no ha realizado algo sobre lo que existía consenso. No se queda con las ganas de asegurar: “…las subculturas endogámicas predominantes” han intervenido en los procesos y han impuesto sus intereses sectoriales. De este modo, no es difícil pensar que la producción de conocimiento en la universidad más que un puente entre la institución y la sociedad (y sus necesidades) se vea como un conjunto insular sin mucha conexión. Nota etnográfica: los propios profesores e investigadores de una institución rara vez saben en qué andan sus colegas. ¿Vínculos con la sociedad? Limitados, exóticos.

Hoy tenemos muchas universidades con galardones en investigación que no pueden responder a lo que el planeta le urge remediar y la única medida preventiva es medieval: el aislamiento.

Para Pérez Lindo la salida de este distanciamiento institucional y la construcción de conocimiento socialmente utilizable está en el desarrollo de las políticas y la instrumentación de la gestión. ¿Dónde se podría aplicar académicamente la gestión del conocimiento? En la reorientación de la actividad científica, el desarrollo de una organización inteligente, el currículo inteligente y la biblioteca total y el aprendizaje permanente.

Conceptualiza, el autor, qué debe interpretarse como currículo inteligente: “no sólo tiene que poner mayor énfasis en las competencias básicas (aprender a aprender, aprender a pensar, aprender a resolver problemas). También tiene que hacerse cargo de las actitudes tales como la motivación (el deseo de saber), la socialidad (la capacidad para compartir con el otro), el compromiso con la sociedad, la creatividad (o actitud activa en el proceso de aprendizaje)” (p. 53).

Sintéticamente, todo lo que no está haciendo. La institución trabaja sobre la coyuntura. Si y solo si, el agua sobrepasa el nivel de flotación. Por eso llega tarde o no llega. Si además se piensa en la terrible no homogeneidad de recursos en las infinitas áreas sociales, la palabra letal aparece no como metáfora sino como realidad brutal. 

La producción intelectual de Pérez Lindo hace más de veinte años que toma y retoma la distancia entre la disponibilidad de recursos y la no preocupación universitaria por la anticipación de los problemas. No encuentra la explicación de que una institución no apurada por los balances comerciales no se ocupe del futuro. No acepta que la producción de conocimiento funcione en parcelas amuralladas. No comparte que la gestión del conocimiento en la universidad choque contra la cultura burocrática, la ideológica, la mercantil, la corporativa, la científica radicada en las organizaciones de educación superior.

Una vez más: “…la institución universitaria puede encerrarse en la torre de marfil del academicismo o el cientificismo” (p. 60). Cuando podría cambiar su gestión pedagógica, su gestión de la información, sus programas científicos y tecnológicos, sus programas de extensión y transferencia, su gestión de conocimiento y socialización.

El capítulo dedicado al análisis del propio proceso de conocimiento y los modelos, a través del estudio detallado de la lengua, el lenguaje, el discurso, las ideas y las creencias en contraste con la verdad resulta de imprescindible lectura.

Hoy, mayo de 2020, el sistema de conocimiento mundial muestra sus falencias. Pero Pérez Lindo, después de analizar el modelo alemán, el chino, el norteamericano y el latinoamericano, y apoyado en la idea inicial del poder que otorga el conocimiento y la impulsión de las agencias internacionales de las universidades como palanca del desarrollo, había dicho: “Todo ese esfuerzo no dio los resultados esperables” (p. 99).  Se simplificó el fenómeno. Se concibió que por derrame el aumento de la matrícula y la nómina de centros de investigación resolvería automáticamente los problemas sociales. Está claro que no fue así.

Y entonces se pregunta: “¿Podemos imaginar pese a todo una humanización de la economía, de la ciencia y la tecnología?” (p. 113). Después de la crítica profunda al sistema de educación superior, Pérez Lindo no entrega su optimismo. Sí, responde. Con la condición: si la universidad lidera el cambio. Actualmente su consideración resuena de manera especial: “Podemos afirmar entonces que la educación es en sí misma la base para crear condiciones de futuro en la historia de la humanidad” (p. 119).

Seguidamente realiza un detallado inventario y análisis de la situación de los posgrados en la región y el país. Aparecen la insuficiencia de la estructura, los presupuestos débiles, los cargos sin estabilidad. Y no puede dejar de relacionar este panorama con lo que él diagnostica como un claro rechazo al conocimiento. Sumado a que los empresarios no parecen interesados en elevar la formación de sus cuadros y los estados carecen de agenda para ocuparse del futuro mediante el conocimiento. 

En el tiempo que corre, actores resistentes al uso de las tecnologías y el trabajo remoto han sido sobrepasados por la realidad pandémica. Han tenido que aceptar y poner en funcionamiento lo que hasta ayer rechazaban con una larga lista de argumentos clasicistas. Pérez Lindo había escrito: “…las TIC provocan tales cambios en los procesos cognitivos que estamos obligados a revisar las teorías del conocimiento que circulan en el mundo académico y escolar” (p. 137). Esto es, ya está mostrado que hay que repensar las teorías del conocimiento. Y remata: “Los sistemas educativos todavía viven en el mundo preinformático pero de hecho se encuentran alterados por la cultura de las TIC. La incongruencia entre la cultura escolar tradicional y la nueva realidad es una de las causas del malestar en las instituciones educativas” (pp. 141 y 142). Conminados por la emergencia han salido rápidamente a munirse de herramientas que estaban a disposición y que estaban siendo negadas.

Por las buenas o por las malas la aplicación tecnológica por sí sola no genera una democratización del conocimiento. De hecho han emergido o se han destacado brechas existentes. Dice: “Las universidades deberían involucrarse en estrategias para salvar esta brecha…” (p. 165). Hasta aquí el capitalismo cognitivo se ha expandido reproduciendo las asimetrías. Vuelve entonces el autor a insistir: “Se necesita construir un modelo de desarrollo inteligente y solidario, con uso intensivo del conocimiento y con equidad” (p. 166). Y por si quedaban dudas: “El uso social del conocimiento se encuentra en el centro de la escena como el tema que puede descubrirnos nuestras posibilidades desaprovechadas” (p. 170). El futuro dirá qué acontecerá con el aún vigente predominio de los modelos rentísticos, clientelísticos, oligárquicos, corporativos o excluyentes.

Desde fines del siglo pasado se ha aceptado hablar del conocimiento como un recurso estratégico para el desarrollo de las personas, los sectores sociales, los países y regiones. La universidad se ha resistido exitosamente a formular y ejecutar una transformación estructural de su sistema (aunque por supuesto existan excepciones individuales, grupales o institucionales). Pero en el pensamiento y la obra de Pérez Lindo la señal es clara. El divorcio entre los recursos cognitivos y los problemas de la gente es incompatible con una vida sostenible de la humanidad.